Tuesday, January 27, 2009

Fidel y el triunfo

Publicado el domingo 25 de enero del 2009
Fidel y el triunfo
CARLOS RIPOLL

Todo aniversario de un acontecer mayor invita al estudio de su origen y
de sus efectos. El cincuenta aniversario de la revolución que liquidó la
dictadura de Fulgencio Batista ha producido numerosos análisis de sus
fracasos y de sus logros. El punto de vista, la perspectiva, como
siempre, ha condicionado el juicio del observador.

Hay un triunfo burgués y un triunfo revolucionario. Depende de la escala
de valores que aplique quien juzga. Lo que caracteriza al burgués, como
buen reaccionario, es su conformidad social, por la que al ver que las
cosas no van bien, su optimismo lo lleva a esperar, a favor de sus
intereses, un descalabro inevitable: su dialéctica no le da para más. El
revolucionario, por otra parte, inconforme con el estatus quo, propugna
un cambio en la sociedad y sabe que hay procesos de particular
naturaleza que escapan los pronósticos de la historia. El gobierno de
Cuba, que aún se proclama ''revolucionario'', es también ejemplo de lo
burgués por su aferramiento al pasado, por su inmovilidad, y por su
miope interpretación del porvenir.

De acuerdo con la etimología del vocablo, revolución, del latín
revolvere, es volver las cosas al revés. Disculpando la redundancia, se
puede decir que hay una revolución revolucionaria y una revolución
burguesa. Revoluciones burguesas, según Marx, fueron la de Francia, la
inglesa y la americana, y con ese criterio debió serlo también la de
Martí puesto que no se propuso poner las cosas al revés. Hay una
perspectiva burguesa y una perspectiva revolucionaria para analizar la
realidad, y hay una ética burguesa y una ética revolucionaria. Lo que es
legítimo para uno resulta inmoral para el otro. Así es ocioso denigrar a
Castro por sus mentiras. Detractores y amigos se han unido para decir
que era comunista desde el ataque al Moncada: para unos, de esa manera,
resulta un traidor deleznable, pero esa ''traición'' para el
revolucionario es un mérito: engañar a la burguesía para que triunfara
la revolución. Fracasado el pequeño burgués Fidel Castro, cuando le
convino a su frenética ambición, inventó esa patraña que tantos le abonan.

Triunfar es tener éxito, salirse con la suya: el león triunfa sobre el
mártir cristiano en el circo de Roma. Limitar el análisis de la
revolución cubana a sus efectos materiales es un error. Es incongruente
hablar del fracaso de Castro manejando aprecios burgueses, cuando lo
cierto es que el ''desastre'' de Cuba es su triunfo, ya que lo justifica
como un paso hacia la sociedad comunista y le asegura el poder. No es
válido comparar logros económicos, políticos y sociales, los índices de
la época anterior a la revolución, con los posteriores, toda vez que el
éxito revolucionario no se mide con los porcentajes de una democracia
capitalista. En economía, como en todo lo demás, para la revolución
totalitaria sólo tiene prioridad lo que la sirve. Si el hambre y la
miseria sirven al ideal marxista-leninista, el hambre y la miseria son
bienvenidas: las hambrunas en la Unión Soviética y China, por las que
murieron cien millones de seres humanos y llevaron al canibalismo, en
nada perturbaron a Stalin o a Mao.

Lo más lamentable y doloroso del castrismo es el sojuzgamiento del
espíritu, por lo que allá, en buena parte, el cubano dejó de pensar: por
instinto de conservación quiere huir de la geografía, o halla refugio en
la indiferencia. El gobernante sabe que la actuación del súbdito lo
condiciona, y así le hace representar el papel de creyente, hasta que de
verdad sienta que cree. Al actor le resulta más cómodo vivir el papel
que agonizar en la duda; también de esa manera le parece estar en el
camino que la historia preparó para que él dijera que sí, y que la
historia seguirá después por el camino que él ha escogido. Actuar de una
manera determinada, mucho más en grupo, con el apoyo de una descomunal
propaganda, consolida la fe. La teatralidad en la liturgia de las
sociedades, las repúblicas y las religiones actúa como el mitin en la
plaza pública y los desfiles en los regímenes totalitarios. Limitado por
el terror, el cubano no se levanta en masa contra la crueldad y la
estupidez del castrismo porque, sin darse cuenta de ello, también por el
papel que ha representado, y aún representa, se siente parte del crimen.
Es la sombra del ``hombre nuevo''.

Es más grato para los que sufren en la cárcel de hierro o del mar en
Cuba, y para los que sufrimos la del exilio, imaginar a Castro hoy,
amarrado por la enfermedad a un retrete, comiéndose las uñas ante el
fracaso por ver las viviendas rotas; las mesas vacías, el lujo en la
posada para el extranjero y la prostitución, el marabú pujante en los
campos y al cubano, en su mayoría desconcertado, impasible, corrupto o
hipócrita, listo para salir a tambor batiente en aplauso de la
revolución y de los asesinos que la aprovechan. Ese es el triunfo de
Castro, cincuenta años de infame triunfo; también por saborear el
fracaso de quienes se le han opuesto, y de verse en pueblos de América,
confusos por un pasado de vergüenza, de santón y de maestro.

http://www.elnuevoherald.com/opinion/story/366584.html

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