Por Abel German *
Columnista
España
La Nueva Cuba
Enero 4, 2009
La violencia engendra violencia; eso dice el tópico. Pero ¿siempre es
así? La violencia desatada en Cuba a partir del 1º de enero de 1959, por
ejemplo, ¿ha engendrado violencia? Y si lo ha hecho, ¿qué tipo de
violencia? Y, sobre todo, ¿hay indicios de que pueda hacerlo en el
futuro? Es decir, ¿algo nos indica que esa violencia pueda recibir una
respuesta proporcional de parte de los violentados hasta ahora? Y de ser
así, ¿sería conveniente?
Recuérdese: Al hablar de Cuba hablamos de una violencia cuya edad se
remonta por estos días al medio siglo. Una violencia antigua pues, cuyo
descomunal rastro de ausencias, de sangre y de dolor tiene el curioso
atributo de ir (de producirse) en una sola dirección: del régimen al
pueblo. Siempre del régimen al pueblo. O, si acaso, del pueblo instigado
por el régimen al propio pueblo. Y, lo más insólito, gran parte sin que
la víctima haya sido consciente del todo. Por si no, ahí están las
estadísticas.
El Archivo Cuba (www.CubaArchive.org) documenta ocho mil doscientas
(8.200) víctimas habidas entre el 1º de enero de 1959 y el 15 de
diciembre de 2008. Si se incluyen las muertes en combate la cifra
asciende a ocho mil doscientas treinta y siete (8.237). Y si se
consideran también las bajas cubanas en conflictos armados fuera de la
isla, la cifra (nos asegura la misma fuente) podría dispararse hasta
alcanzar dimensiones de catástrofe: unas cien mil (100.000).
Son cifras que producen escalofríos. Que llaman a la reflexión. Que en
una primera lectura sugieren incluso la necesidad de un estallido de
violencia social. Son cifras, en fin, que hacen que uno se pregunte cómo
es posible que tanta violencia, enmarcada además en un contexto
económico calamitoso, en una crisis ideológica y de valores
incuestionable y en un evidente vacío de liderazgo de la dictadura,
pueda continuar produciéndose impunemente.
Y surgen las dudas. Que este expediente provoque una violencia reactiva,
proporcional en su naturaleza; o sea, que esta violencia masiva del
régimen se canalice en un estallido social masivo, es otra cosa. Es algo
que, visto desde cierto ángulo, parece depender (como ha dependido hasta
ahora) de factores extraños a las masas; factores que, por lo general,
se hallan en la zona (y en la voluntad) del verdugo.
Hablemos de algunos.
Pienso, en primer lugar, en el estricto control policíaco implantado por
el régimen. Este control, como se sabe, se instrumenta con una mecánica
que parece calcada de un tumor maligno. Es decir, se siembra dentro del
propio tejido social, de manera que cuenta con la participación
(sutilmente forzada) de la propia masa, de los propios controlados. Esto
produce, entre otros, un efecto nefasto: la desconfianza. Es decir, la
imposibilidad de fiarse en el ciudadano con que te cruzas en la calle,
en el vecino, incluso en la familia. Primero divide a la sociedad y
luego la fagocita incorporándola fácilmente al metabolismo del sistema.
Y para los casos extremos (la oposición, el periodismo independiente,
etc.), siempre dentro de este control, están la Policía Política, las
Brigadas de Respuesta Rápida y las leyes fabricadas ex profeso, en
virtud de las cuales muchos de estos ciudadanos se hayan discriminados,
acosados y reprimidos, en el exilio o cumpliendo condenas de locura
dispersos por las más de trescientas cárceles que hay en la isla.
De éste (y de esa larga estela de violencia gubernamental de que
hablamos) deriva un segundo factor: el miedo; el cual hunde su raíz
desmoralizadora en un mito: la revolución es invencible.
Más o menos en esta misma tesitura está el hecho (el factor) de que el
Estado sea el único que da empleo; el único que facilita la educación;
el único que administra la sanidad; el único que construye; y el único,
en fin, que decide sobre el presente y el futuro del país, de la familia
y del individuo, incluso en el plano supuestamente privado de las ideas.
Por este concepto, que hace que cada ciudadano sea absolutamente
dependiente, todos pueden ser (y de hecho lo son) víctimas de un
chantaje cotidiano por parte de ese Estado-Patrón.
Atado todo por una cuerda invisible, hay que añadir otro factor que
considero decisivo: la desinformación y el adoctrinamiento. En medio de
una situación cada vez más deteriorada, la población tiene que
enfrentarse al goebbelliano trabajo de una prensa y de una cultura de
masas que, no es que esté al servicio de la dictadura, es la dictadura.
Su única función es adoctrinar; sembrar miedos respecto al cambio;
justificar al régimen; ocultar lo que conviene ocultar; rendir culto al
líder; acomodar la historia a los intereses de lo que el partido quiere
demostrar; calumniar y silenciar a la disidencia; y atacar, sin pausa,
al poderoso (y muchas veces torpe) enemigo exterior: el único
oficialmente reconocido.
Hay otro que es una resultante de los anteriores y tiene que ver con la
psicología colectiva. Podemos definirlo con una palabra: "costumbre".
Todos los que nacieron con la dictadura —y este dato es especialmente
serio— cumplen cincuenta años. Se trata de millones de cubanos que hasta
esa edad (la población activa por antonomasia), no han conocido otra
cosa que ese adoctrinamiento, ese control, esa desinformación, esa falta
de libertades y derechos y esas constantes movilizaciones; y que,
habiéndose desarrollado en ese único entorno, no parece que estén, en
cuanto masa, lo suficientemente preparados para hacer otra cosa que
dejar que el tiempo (que la historia) pase.
Claro, esto se puede objetar. Se puede oponer que, desde que se produjo
la apertura del país al exilio y, sobre todo, al turismo internacional,
la población cubana ha cambiado su percepción del extranjero. Incluso su
percepción del capitalismo como opción. Y lo acepto. Lo que pasa es que
esto ha contado con una "válvula de escape" infalible: la huida del
país. O sea, en la práctica el capitalismo se ha visto y se ve, sí, como
opción; pero más como opción personal que colectiva.
También podemos hablar, aunque sea de pasada, de la fatiga política de
una población que, como mínimo desde el 1º de enero de 1959, no ha
tenido un instante de respiro. Es tanta la fatiga que no parece tener
ánimo suficiente ni para la desesperación.
Podemos hablar igualmente de algunas disposiciones del gobierno de EE UU
(por ejemplo, el tan llevado y traído embargo comercial), que coadyuvan
con la propaganda del régimen y parecen debilitar en los sectores menos
informados el impulso que requeriría un estallido de desestabilización.
Incluso podemos hablar de la capacidad de adaptación y de evasión (la
doble moral, el humor, la religión, la música, el alcohol y la aparente
superficialidad reflejada en una expresión de filosofía muy criolla: "no
coger lucha"); una capacidad que forma una dura y carnavalesca coraza.
Por cierto, la que suele ilustrar las postales turísticas y contrariar a
los observadores menos perspicaces.
Y (llegados a este punto) todos los factores se conjugan y forman un
conjunto complejo. De veras, el comportamiento de un pueblo es resultado
de tantos, diversos y muy complicados factores, algunos realmente
misteriosos, que hacen muy difícil el trabajo de los videntes. Por eso
añado una última consideración (y no es broma): todo puede ocurrir.
CONCLUSIÓN
Aún así —salvados estos escollos, o por algún detonante todavía inédito
como, por ejemplo, uno semejante al de Rumania que, como es de sobra
conocido, fue el único país de Europa Oriental que se deshizo
violentamente de la dictadura comunista—; aún así, digo, un estallido
social es perfectamente factible. Está dentro de la lógica ilógica de
violencia, deterioro, rencores, falta de perspectiva y hastío imperante
en el país. Por eso es coherente que nos preguntemos: si ocurriese, ¿qué
podría sobrevenir?
Seguramente (eso sí puede afirmarse) se abriría un escenario de gran
perplejidad. Un escenario en el que por lo menos podrían representarse
una de dos escenas posibles, cual de las dos más especulativa: en la
primera, el ejército (esa incógnita) se sumaría al pueblo y, como en
Rumania, con las armas de la propia dictadura precipitaría el fin de la
dictadura; en la segunda, por el contrario, se produciría un Tiananmen
autóctono seguido de un recrudecimiento de la represión. Lo que el
régimen atemperaría cínicamente, de cara al exterior, con el hermetismo
informativo y, de cara al interior, si acaso con cierta apertura
económica. No obstante (y esto sería lo positivo) podrían saltarse
algunas alarmas importantes en el mundo, y entonces habría que esperar
algo poco probable y —si valoramos las consecuencias en otros sitios—
poco alentador: una solución violenta desde fuera.
El Nuevo Herald.com/ Boletín de Cuba, publicado el viernes 19.12.2008
por María C. Werlau.
* Abel German (Morón, 1951). Escritor y periodista cubano. Ha publicado
"El día siguiente de mi infancia" (Editorial Letras Cubanas); "Cubo de
Rucbick" (Editorial Unión) y "Curiosidades" (Ediciones Extramuros).
También ha publicado poemas en revistas culturales cubanas, mexicanas y
colombianas, así como en antologías de México y Cuba. Trabajó en la
Agencia de prensa independiente "Cuba Press" desde su fundación como
editor y articulista, colaborando, entre otros, con Radio Martí, Cuba
Free Press, Cubanet y Revista HC de la Fundación Hispano Cubana.
Actualmente se encuentra exiliado en España.
http://www.lanuevacuba.com/archivo2009/Ene/abel-german-17.htm
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