Tuesday, December 23, 2008

Heroínas olvidadas del presidio político

domingo, 21 de diciembre del 2008
Heroínas olvidadas del presidio político
MYRIAM MARQUEZ
The Miami Herald

Pasó 16 años, nueve meses y cuatro días en las cárceles de Fidel Castro,
pero a Georgina Cid todavía la atormenta lo que ocurrió el 7 de
diciembre de 1969. En aquel frío amanecer de diciembre de 1969, estando
presa, la llevaron a una habitación en una granja de trabajos forzados
en las afueras de La Habana que tenía el nombre orwelliano de América
Libre. Dos interrogadores le dieron, como opción única, un ultimátum
imposible: denunciar las actividades anticastristas de su grupo o que
mataran a su hermano mayor que había estado realizando acciones
respaldadas por la CIA desde Miami.

Georgina ya había perdido a su hermano menor, Eladio Jr., durante la
dictadura de Fulgencio Batista en el ataque de la policía a la embajada
de Haití donde el joven había buscado asilo en 1956. Y ahora tenía que
enfrentarse a estos dos sujetos sólo meses después de que su padre,
Eladio, muriera de un infarto cuando era interrogado por las fuerzas de
Castro. ¿Acaso suponían ellos que debía ayudar al régimen? "Les dije:
'Estoy dispuesta a entregar mi vida por la de mi hermano porque él es
mejor de lo que yo soy, y más útil también'', dijo, mientras se limpiaba
las lágrimas en su casa de Miami. ''Pero no puedo hacer eso. Esto es una
lucha, y no puedo arriesgar la seguridad de nadie para salvar a mis
seres queridos''.

Francisco "Paco'' Cid --golpeado, demacrado y esquelético mientras
abrazaba por última vez a su hermana presa-- fue ejecutado frente a un
pelotón de fusilamiento, dejando a su viuda Ofelia Rodríguez en la
cárcel y a un hijo pequeño.

Miles de mujeres como Georgina Cid han tenido que tomar decisiones
terribles. Pero mientras los prisioneros políticos han capturado el
mayor interés, las mujeres, en gran medida, han tenido que mantener en
privado sus recuerdos.

Cuando fueron puestas en libertad en los años 1970s y 1980s, pasaron a
reconstruir sus vidas en el sur de la Florida. Algunas consiguieron
títulos académicos, otras tuvieron que hacer trabajos domésticos. Muchas
se casaron con antiguos prisioneros políticos, los que mejor comprendían
su dolor y su orgullo.

Ahora, en el crepúsculo de su batalla, las antiguas prisioneras
políticas que quedan - muchas de ellas llamadas plantadas porque
rehusaron los programas de reeducación marxista - comparten un vínculo
precioso. Sus historias, que raramente se escuchan fuera de los círculos
de cubanos exiliados, son un testamento a su intrepidez y a su espíritu
de desafío en una época cuando se esperaba que la mayoría de ellas -
cubanas y americanas por igual - fueran dulces amas de casa y no armadas
conspiradoras por la democracia.

Georgina Cid no había cumplido los 25 años cuando fue sentenciada a 20
años en 1961 por esconder una pistola "para conspirar contra los poderes
el estado'', contra una revolución que ella había abrazado tras la
muerte de Eladio hijo.

Cuando llegó a Miami en 1979 se había convertido, como tantas otras
cubanas de su época, en un símbolo de un doloroso orgullo que jamás pudo
ser quebrantado por sus brutales carceleros.

La mayoría de las presas políticas habían defendido la revolución pero
se volvieron contra ella cuando Castro dejó de hablar de construir una
democracia y, en vez de eso, se puso a hacer cárceles.

Así que las mujeres escondieron a jóvenes conspiradores, prepararon
cócteles Molotov, trasladaron armas y distribuyeron propaganda
anti-castrista. Se robaron las armas de sus padres fidelistas para
llevarlas a la clandestinidad, aprendieron a montar estaciones de radio
para hablarles a las masas o, como Zolia Aguila, conocida como la Niña
del Escambray, subieron a las montañas de la parte central de Cuba para
combatir contra el nuevo ejército revolucionario. Hicieron de todo con
la esperanza de que el pueblo se alzara contra el dominio comunista de
su joven nación. No era fácil hacerlo en un clima de terror alimentado
por una TV que, todos los días, durante horas, mostraba sangrientos
fusilamientos.

En la cárcel, las mujeres eran implacablemente castigadas, lo que sólo
servía para unir aquella hermandad extraordinariamente diversa.
Campesinas pobres como Olga Rodríguez Morgan y Aracelis Rodríguez San
Román se mezclaban con la antigua aristocracia de la sociedad cubana
como la abogada Albertina O'Farrill, que había sido la esposa de un
embajador en los años de Batista o Polita Grau, la sobrina del antiguo
presidente cubano, Ramón Grau San Martín, que vivió para lamentar su
inicial apoyo a Fidel Castro.

El testimonio, sacado de contrabando, de un preso político y llevado a
la Comisión Inter-Americana de Derechos Humanos de la Organización de
Estados Americanos narraba la violencia de un Día de las Madres en 1961:

Habían cientos de nosotras, prisioneras políticas, en Guanabacoa, y nos
querían trasladar a Guanajay, donde las condiciones eran
insoportables... La cárcel quedó completamente rodeada por unos 600
hombres y mujeres armadas... Nos atacaron con mangueras de agua, con una
presión entre 200 y 300 libras... Había una presa que tenía seis meses
de embarazo y le dirigieron el chorro de agua directamente contra el
vientre para hacerla abortar. Muchas de nosotras corrimos para
protegerla y cubrirla con nuestros cuerpos. La presión del agua nos dejó
una profunda marca en la piel que nos duró unos dos meses.

"Desde un punto de vista humanitario, independientemente de cómo
pensáramos políticamente y respetando las creencias mutuas, estábamos
juntas'', recuerda Luisa Pérez, una bibliotecaria de Miami, que estuvo
entre las mujeres que se pusieron frente a la embarazada Raquel Romero
para protegerla de las poderosas mangueras. El bebito sobrevivió. "Si le
tocaban el pelo a una de nosotras, todas salíamos a defenderla''.

Luisa Pérez, Georgina Cid, Olga Rodrígez Morgan y Ana Lázara Rodríguez
están entre las docenas de mujeres que sobrevivieron aquel violento Día
de las Madres tras las rejas, pocas semanas después de la frustrada
invasión de Bahía de Cochinos.'

Georgina acababa de regresar a su celda tras una visita de su madre
cuando oyó ''aquellos gritos terribles''. Las mujeres empezaron a
sacudir la puerta de la celda para romper el cerrojo y sumarse a la pelea.

En Diario de una Sobreviviente: 19 años en una Cárcel Cubana de Mujeres,
Ana Lázara Rodríguez describe la escena como "un caleidoscopio de
patadas y puñetazos. ... Gente caía de ambos bandos... Pero los hombres
tenían la ventaja del tamaño, el número y las armas''.

Cuando estalló el motín en el patio de la cárcel de Guanabacoa, Olga
Morgan estaba siendo castigada en su celda. "Yo estaba en la Galera 5 y
había estado haciendo un hueco para escapar así que cuando vimos tantos
milicanos afuera pensamos que habían descubierto el hueco. Pero no, era
una trampa para trasladar algunas mujeres a Guanajay, y golpear a las
madres y familias que habían venido a vernos'', dijo Olga, que ahora
vive en Ohio con su esposo James Goodwin.

"Fue un momento importante'', dijo. "Fue un momento en que empezamos a
vernos a nosotras mismas como una sola''.

Olga Morgan era una guajira - una campesina - que se había criado en una
región tabacalera, en una choza con piso de tierra. Como dirigente
estudiantil en Santa Clara, se había enamorado de William Morgan, el
comandante yanqui de las tropas de Fidel Castro.

Tras el triunfo de Castro, la pareja fue relegada a administrar una
granja de cría de ranas en Pinar del Río. Rápidamente, William Morgan
empezó a conspirar contra el giro de Fidel hacia el comunismo. Arrestado
en octubre de 1960, fue fusilado cinco meses más tarde. Para el Día de
las Madres de 1961, Olga Morgan había dejado a sus dos bebitas con su
madre. Ahora era un viuda presa, condenada a 30 años.

Guanajay atemorizaba a las mujeres porque había sido construida para las
peores delincuentes comunes durante la presidencia de Grau San Martín a
fines de los años 40. La represión castrista hizo que, en cárceles como
Guanajay, celdas hechas para una mujer tuvieran que albergar de 6 a 10
mujeres.

Entre las presas en Guanajay, estaba Polita Grau, acusada junto con su
hermano Ramón de actividades contrarrevolucionarias, incluyendo ayudar a
que 14,000 niños cubanos huyeran a Estados Unidos a través del programa
Pedro Pan de la Iglesia Católica.

En el informe de la OEA del 4 de julio de 1962, sobre el traslado de
Guanajay a la cárcel de Baracoa leemos:

Un nuevo sistema de férrea disciplina se ha impuesto en Guanajay. Los
castigos sin causa se han hecho constantes. El mediodía del 4 de julio,
llamaron a 25 mujeres por su nombre seguido de la palabra "Traslado''.
El patio se convirtió en escena de una batalla campal. Insultos, gritos
golpes, maldiciones, el ruido de cabezas rotas, sangre... una joven
negra, Juana Drake, fue sacada de su celda, arrastrada y golpeada por
milicianos que le gritaban "Camina, negra p...!'' A esta joven la
condenaron a tres años adicionales con las delincuentes comunes porque
había escrito en la pared, en español, inglés y francés, "Tenemos el
derecho a ser libres''.

En total, 65 mujeres fueron trasladadas de Guanajay a Baracoa incluyendo
a María Amalia Fernández del Cueto y su bebita Amadita, que sólo tenía
23 días y que apenas pudo sobrevivir el viaje. Las celdas de Baracoa
estaban llenas de piojos y ratas y no había atención médica, excepto la
que podían brindar presas como Caridad de la Vega e Isabel Rodríguez,
ambas doctoras, a sus compañeras más jóvenes.

"Nos tuvieron allí durante seis meses'', dijo Gloria Argudín, que tenía
20 años y trabajaba como secretaria en la Universidad de La Habana
cuando su padre, un médico fidelista, administraba el hospital de la
universidad. Una día decidió llevarse algunas de sus armas y se fue para
las montañas del Escambray. Fue capturada conspirando contra Castro en
septiembre de 1960.

Gloria Argudín era la única mujer en un grupo de 12 hombres que, en dos
carros, trasladaban armas, granadas y equipo de radio. Cinco de ellos
fueron mandados al pelotón de fusilamiento tras un "juicio''
revolucionario al que asistieron 2,000 personas. La revista Bohemia los
describió como antiguos rebeldes revolucionarios corrompidos y dedicados
a servir "al monstruo imperialista del norte''.

Hasta el día de hoy, Gloria no soporta los balcones de los edificios
altos. Es la herencia de haber sido colgada del techo de uno de ellos
como parte de su interrogatorio. Y eso después de haber sido "fusilada''
por un pelotón de soldados, frente a una trinchera, con balas de salva.
"Nunca lloro en esos momentos'', dijo en su apartmento de la Pequeña
Habana. "Me pongo más furiosa. Me vuelvo una fiera''.

Amigas como Gladys Chinea, que estaba en la cárcel con Argudín, recuerda
cómo los guardias le decían que amiga iba a afrontar el paredón.

"Nosotras oíamos, 'Gloria Argudín, ¡paredón!', dijo Chinea. "Todas
temblábamos en aquellas noches'''.

En 1963, después de Baracoa, las 65 mujeres y la bebita fueron devueltas
a la cárcel de Guanajay. Pronto enfrentaron un nuevo método
revolucionario de tortura: las celdas tapiadas.

"Nuestra llegada fue terrible'', dijo Olga Morgan. "Cada vez que bajaba
una nos caían a golpes, así te llevaban a rastro y a golpes por las
escaleras. Varias quedamos seriamente lesionadas''.

Con el tiempo, algunas de las mujeres fueron despojadas de sus ropas y
metidas en celdas recientemente construidas en las que losas de concreto
cubrían las ventanas. Tenían puertas de hierro con una ventanilla por
donde se pasaba la comida y una jarrita. En la época de calor era un
horno. Tocaban la Internacional Comunista constantemente.

"Aquellas celdas fueron construidas por mentes enfermas, por personas
que pensaban que podían quitarnos nuestros principios, nuestras ideas,
nuestra fuerza'', dijo Olga. ''Estaban equivocados''.

El historiador cubano Pedro Corzo es un antiguo preso político cuya
organización, Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el
Totalitarismo, documenta los abusos del régimen contra los derechos
humanos. Corzo considera que el caso de las mujeres fue ''único en su
tiempo, frecuentemente sufriendo más abusos que muchos de los hombres''.

Pero ese sufrimiento las hizo más fuertes. Podian cantar y hace chistes
y burlarse de sus carceleros. Y rezar.

A Polita Grau, que murió en el sur de la Florida en 2001, le encantaba
tocar la guitarra, organizar coros de Navidad y entonar canciones
religiosas prohibidas por el régimen ateo.

En Nuevo Amanecer, el perverso nombre de un campo de trabajo en la
provincia de La Habana, Aracelis Rodríguez San Román recuerda como le
gustaba a las muchachas escuchar cuando Polita hablaba de sus años como
Primera Dama durante la presidencia de su tío. Araceli, Polita y La Niña
del Escambray estuvieron entre las últimas plantadas allí a fines de los
años 70.

Aracelis Rodríguez viene de una gran familia de 11 hermanos, gente de
campo que cultivaba arroz, tabaco malanga y maíz en Pinar del Río. Con
sólo sexto grado de estudios, era sumamente lista. Mantenía los libros
del Frente Unión Occidental, un grupo anti-castrista que su tío dirigía
para interrumpir el comercio saboteando puentes.

Ese tío, Esteban Márquez Novo, logró escapar a Estados Unidos, fue
entrenado por la CIA y regresó a Cuba para hacer misiones y sacar
algunos de sus sobrinos entre 1961 y 1964.

Dos de los hermanos de Aracelis también regresaron el 13 de mayo de
1964. Gilberto murió en combate. "Tenía una ametralladora y logró matar
a dos o tres de ellos'', dijo Aracelis. Su hermano Arsenio escapó pero
estuvo escondido durante casi un cuarto de siglo hasta que pudo huir en
una lancha. Cuando supo la noticia de la muerte de su sobrino Gilberto,
Márquez Novo, que dirigía el Frente, tomó la pistola y se suicidó.

Ese mismo día, Aracelis, su padre, su tío y otro hermanos fueron
capturados. A ella la llevaron a las oficinas del G-2 en Pinar del Río.
Querían que identificara el cuerpo de su hermano Gilberto. La llevaron a
un cuarto donde había un montón de ropa en el suelo.

"Estaban llenas de sangre'', recuerda, "pero no vi el cuerpo. Durante
años no supe si estaba realmente muerto''.

"La historia es tan espantosa. Nadie se lo imagina. Yo no hablo mucho de
esto porque me hace daño''.

En 1979, Aracelis Rodríguez salió de Nuevo Amanecer y vino para Miami,
junto con otros 3,000 presos políticos liberados. Tenía 39 años y estaba
a punto de casarse con otro preso. Ahora viuda, Rodríguez se hace cargo
de su madre de 98 años y de su tío Ramón San Román Novo, de 94, que pasó
24 años preso.

Cincuenta años. Familias diezmadas por pelotones de fusilamiento,
asaltos, suicidios, largas cárceles. Mujeres puestas en libertad
demasiado viejas para tener hijos.

¿Odio? No. Pero justicia sí.

"Yo soy una de esas personas que no perdona ni olvida'', dijo Gladys
Ruisánchez, que cumplió 10 años de prisión. Su padre y su futuro esposo
también fueron presos.

Hoy, Gladys ayuda a organizar eventos para reunir a las mujeres, y
encontrar formas de ayudar a la oposición en Cuba, a grupos como las
bibliotecas independientes que funcionan en las casas, dirigidas en
ocasiones por familiares de los ex-presos políticos que quedan en Cuba.

Georgina Cid dice: "Lo único que me felicito de esa prisión es que tuve
la oportunidad de conocer personas de muchos valores morales y
espirituales. Que nos ayudamos y nos cuidamos mutuamente y aun ahora lo
seguimos haciendo por que era un sufrimiento común. Nos preocupábamos
cada una de las otras, y todavía seguimos haciéndolo porque compartimos
un sufrimiento común''.

Al volver una página del libro de memorias de su difunta madre, que
tiene cientos de sus cartas numeradas de prisión, Georgina detecta un
amarillo recorte de periódico sobre la muerte de su hermano. El titular
reza: "Cuba será libre por al sacrificio de sus hijos''.

Y de sus hijas.

http://www.elnuevoherald.com/167/story/343432.html

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