2008-10-04.
Manuel Cuesta Morúa
(www.miscelaneasdecuba.net).- Ponencia presentada en el Tercer Taller
del Comité Ciudadano por la Integración Racial.
Como decía Cesar Vallejo de algunos escribientes, redacto este texto
sudando. Con esa expresión casi metafórica, Vallejo insinuaba que
existían personas que exponían sus ideas desde la pasión, olvidando las
reglas aceptadas de la escritura correcta.
Era tan vivo, ardiente y sensible el tema sobre el que escribían, que no
se detenían ante el diccionario o los manuales de gramática para
arreglar la frase según los cánones establecidos por su lengua particular.
Sin embargo, voy a tratar de no atenerme enteramente al sentido de la
expresión, porque me parece importante la claridad expositiva en un tema
tan visceral como el del racismo en Cuba. Me quedo, eso sí, con la
pasión, sin perder la racionalidad, que parece ser el único ángulo desde
el que aparece con claridad un problema que todavía se tiende a negar.
El título de este texto, que pretendo ampliar y pulir más adelante, es
inequívoco. No pregunto si la policía es racista, sino por qué lo es.
Doy por sentado que el programa para enfrentar el "delito" –pongo delito
entre comillas por razones que explicaré más adelante– tiene claras
pautas racistas y se estructura para el control institucional de un
sector que, cultural y sociológicamente, se percibe como contrario al
modelo de integración propuesto por el Estado. Pese al discurso del
gobierno.
Ahora bien, aunque lo parezca, este texto no es político. Al preguntar
el por qué de este hecho, intento hacer una indagación cultural y
sociológica que se prolonga a un tiempo muy anterior a los últimos 50 años.
¿Hasta dónde llegar mirando atrás?
Hasta España, en el siglo XIX, con la figura de Rafael Salillas, un
importante médico criminólogo, que en 1888 escribió un libro que hizo
época, La Vida Penal en España, y fue fundamental en la obra de Fernando
Ortiz. Salillas, un autor básico en el estudio de la picaresca española
y en la obra de Cervantes, consideraba a ambas como precursoras de la
etnología criminal. Estuvo en Ceuta, a donde fueron llevados en calidad
de presos miembros de la entonces proscrita secta Abakúa, a los que
interrogó durante sus viajes a esta posesión española del norte de África.
El trabajo de Salillas se explica por una visión sociológica, que yo
comparto, según la cual el hampa constituye el estrato social donde lo
humano, lo terriblemente humano se manifiesta al desnudo, por lo cual
sirve para comprender, no al hampa en sí misma, sino desde ella al resto
de la sociedad y la cultura", tal y como bien lo expresa Roberto
González Echevarría, un cubano profesor de la Universidad Norteamericana
de Yale.
Pues bien, Ortiz asume esta perspectiva y la aplica a su estudio de lo
que llamó el Hampa afrocubana, título de un libro que publicó en 1906 y
en el que se puede leer esta frase:
"Si en Cuba hubiera una verdadera colonia penitenciaria, el problema (el
aislamiento del brujo) estaría casi resuelto, pues en ellas los brujos
podrían ser dedicados a trabajos especiales, aislados de las demás
categorías".
Pero en el caso cubano, como también en el brasileño, está visión anidó
un "prejuicio" –palabra que también pongo entre comillas por razones que
se exponen en un trabajo que presentará una de las miembros del
Patronato del CIR– que un autor como el mismo González Echevarría fue
capaz de expresar, al referirse, y en el siglo XXI, a los negros que
estudió Ortiz en el siglo XX. Asumiendo el lenguaje del primer Ortiz,
sin una crítica juiciosa, Echevarría llama a aquellos "submundo afrocubano".
Ahora bien, para comprender a Ortiz, habría que describir la trayectoria
de Salillas y sus implicaciones en Cuba, siguiendo la ruta de Cesare
Lombroso, el famoso criminalista italiano del siglo XIX y a quien se
debe la invención del término "antropología criminal".
¿Qué había hecho Lombroso? En su libro Los palimpsestos de las prisiones
de 1894, Lombroso recopila durante cuatro años tatuajes y graffiti en
cárceles italianas. E iba tras ellos no como escritura exótica sino como
archivo ambulante y medio de comunicación en cautiverio. Proceso que
convierte al tatuaje y al graffiti en lenguajes secretos.
El tatuaje es pues un indicio y un lenguaje que el referido Salillas
rastrea en los diferentes presidios de la España del siglo XIX. Y ello
lleva al concepto de prevenir, no de curar y al consiguiente desarrollo
de la "policía científica", que encubre a la antropología criminal y que
buscaba eliminar todo tipo de sociedades secretas: concebidas como cuna
de la delincuencia. Y vista en retrospectiva, esta antropología criminal
fue la antesala del fascismo de los años 20 en Italia.
Salillas siguió a Lombroso. Y en su texto fundamental de 1898, Hampa
(antropología picaresca), en el que se puede rastrear a Lombroso, se
sientan las bases de la antropología afrorománica que inició Ortiz en
Cuba, que hace derivar la antropología hacia el lenguaje como fuente
para penetrar la criminalidad. El concepto eje de todo esto es el de
"degeneración" que describe la última etapa, la del delincuente, después
del hombre progresivo, el civilizado; y del hombre retrasado, que era el
salvaje en esa visión.
Por eso Ortiz estudia primero a los negros brujos (los ñañigos, el
término despectivo de los Abakúas), con su lenguaje secreto. Y la
diferencia que sigue es importante. Mientras Lombroso sigue la
frenología, que nos dice que los delincuentes responden a un tipo humano
anatómico (tamaño específico de la cabeza, del cerebro, grado de
inteligencia, orejas, dientes, etc), más los ambientes sociales,
Salillas y Ortiz siguen el estudio del lenguaje, que era la otra pata de
la criminología de Lombroso, más el ambiente social.
La antropología literaria, que daría paso más tarde a la antropología
cultural, nace de este modo en la tradición latina. Y mientras Salillas
estudia a los pícaros del Lazarillo de Tormes, un texto anónimo del
siglo XVI español, y a los guapos de Sevilla, Ortiz se abre paso entre
las sociedades secretas de La Habana, concretamente del municipio de
Regla, inaugurando para siempre, sin pretenderlo, una antropología
criminal fundada en los rasgos culturales de los negros. A partir de
entonces, todo lenguaje que no se entienda, oculto o secreto, es
culturalmente sospechoso de criminalidad.
Lombroso está siempre presente, no obstante, porque establece rasgos
específicos que encasillan al criminal. Tipo anatómico o tipo cultural
funcionan del mismo modo para clasificar a determinadas categorías
sociales o culturales dentro de una fatalidad criminal.
Es interesante que la protesta contra este tipo de criminología, que al
finalizar el siglo XIX iba perdiendo influencia, proviniera de un
escritor polaco-británico, Joseph Conrad, de una manera y con una
argumentación que viene siendo retomada por criminólogos importantes en
este siglo XXI como es el caso del noruego Nils Christie.
Escuchemos a Conrad: y cito in extenso:
"Lombroso es un burro… ¿Has visto alguna vez a un idiota semejante? Para
él, el delincuente es el preso. Simple, ¿no? ¿Y qué hay de los que lo
encerraron –de los que lo forzaron a estar allí. Eso. Que lo forzaron a
entrar allí. ¿Y qué es el delito? ¿Lo sabe acaso ese imbécil, que se ha
abierto camino en este mundo de tontos hartados mirando orejas y dientes
de un montón de pobres diablos y desgraciados? ¿Las orejas (el color de
la piel digo yo) y los dientes señalan al delincuente? ¿De veras? ¿Y qué
hay de la ley que lo señala aún más –ese instrumento que lo marca a
fuego y que inventaron los sobrealimentados para protegerse de los
hambrientos?..."
Pero las limitaciones de esta criminología quedaron expuestas con el
paso del tiempo. Y el lenguaje de los reales y supuestos marginales, que
era leído como la envoltura semántica del delito, volvió a ser lo que
siempre había sido: un indicador del estado de la lengua en determinadas
épocas. Ortiz salta de la criminología a la cultura.
Este desarrollo se produjo también en un lugar como Brasil, donde un
eminente antropólogo, Nina Rodrigues, originalmente médico, empezó sus
andanzas por la antropología criminal en la vía de Lombroso. Rodrigues
escribió en 1894 un libro titulado La responsabilidad penal de los
negros, conectando con las limitaciones racistas de la época.
Pero como Ortiz, zarpó hacia otras tierras más promisorias y es
responsable en Brasil de la fuerte impronta del sincretismo que llevó
incorporar, en fechas bastante tempranas, la conciencia de lo africano
en la conformación de la nación. Suerte que no tuvo Ortiz en Cuba, donde
la nación pretendió y sigue pretendiendo ser un producto del Estado, no
de la cultura.
Pero si los creadores del "prejuicio" abandonaron el mal camino, no se
percataron de que habían fundado un paradigma, un arquetipo, una
referencia, un dogma, una caracterización –me gustaría que fijaran este
último concepto– que penetró en la sociedad y la atrapó, como el fuego a
la paja, hasta nuestros días.
Es interesante notar que en el caso del brasileño, la conversión, el
abandono del camino, provino de la conmoción que a fines del siglo XIX
ocurrió en Bahía, una ciudad-Estado brasileña, provocada por una ola de
violencia que sacudió a los cultos de origen africano, y que, para
asombro y disgusto de la prensa, revelaba la presencia de muchos blancos
participando en los sacrificios y prácticas vedadas por la iglesia
católica. La pregunta oculta de Nina Rodrigues podía haber sido: ¿hay
tipos humanos criminales?
De la Trilogía de los Negros que escribió Ortiz, el más influyente en
Cuba, en la elite, desde el punto de vista cultural, ha sido sin dudas
Hampa afro-cubana, publicado en 1906. Ni Los negros esclavos, escrito en
1916, ni Los negros curros, publicado en 1986 mucho después de muerto
Ortiz, han ejercido la influencia de aquel primer texto sobre el modo de
pensar de los cubanos.
Cierto es que la transculturación ha sido el concepto más feliz que ha
recorrido nuestro pensamiento cultural, después de aparecido…, pero este
concepto no ha podido barrer el influjo del primero, menos conocido o
popularizado. Y Hampa afro-cubana, refleja los escritos de Ortiz, de
1904, publicados en los Archivos de Psiquiatría, una revista fundada por
el referido Lombroso.
Recordemos que en ese primer libro, Ortiz hace referencia al crimen de
la niña blanca Zoila, supuestamente a manos de un brujo negro, el congo
Bocú, lo que le permite describir y exponer "científicamente" qué es un
delito negro. Ocurrido en 1904, este fue un crimen que pasmó a la
sociedad habanera.
Y aunque nunca se pudo demostrar la supuesta autoría conga, sirvió para
insertarlo en un ritual que explicaba el crimen como la reparación de un
daño hecho en tiempos de la esclavitud. Se decía entonces que, siguiendo
algún rito africano de la fecundidad, la mujer estéril que comiera el
corazón de una niña blanca, podría concebir hijos. De ahí la necesidad
que veía Ortiz de prohibir la brujería, como modo de desafricanizar
Cuba, lo mismo que pretendía Nina Rodrigues para el Brasil.
Recordemos que Ortiz y Nina evolucionaron, abandonando toda pretensión
científica de explicar un tipo de delito negro. Pero la cultura,
entendida como las significaciones simbólicas dominantes que sirven de
base crítica a la convivencia social, invirtió los términos y dijo que
si bien Lombroso no tenía razón, es decir, que no se puede justificar
científicamente el delito negro, si se puede afirmar que el negro es
para el delito.
Por eso cuando Ortiz concibe e introduce el término afrocubano, por el
cual es considerado el tercer descubridor de Cuba, después de Cristóbal
Colón y Alejandro de Humboldt, la cultura dominante le dice que no, que
en Cuba solo existe el cubano –más que negro, más que blanco, más que
mulato, al decir de José Martí– escamoteando y confinando al afrocubano,
sin embargo, en la cárcel y en la marginalidad social.
El negro para el delito sustituye al delito negro en la imaginación y
simbología nacional. Y nadie ha logrado sacarlo de ahí.
Y el ñañigo es el matón por excelencia. En 1908, Rafael Roche, un
inspector de policía, catapultó a los abakúas a la categoría de matones
por excelencia. Roche le da impulso a la antropología criminal o a la
criminología literaria que intenta reconocer el crimen por el tatuaje y
el lenguaje. ¿Qué significa ñanigo? Según Ortiz, ñaña más ngo, una voz
conga, significa leopardo misterioso, maldito, mágico.
Es importante recordar que la mala reputación de los abakúas venía de la
época de la abolición de la esclavitud, en que fueron hechos
responsables de una diversidad de crímenes. Y fue el propio Roche quien
desprestigió al ñañiguismo por haber sido él mismo iniciado en el
misterio de los abakúas y querer violarlo a costa de sus ecobios o
hermanos de culto. De hecho, muchos informantes achacaban la ola de
horror desatada en torno a los ñañigos a la entrada de blancos dentro de
las potencias, el primero de los cuales fue el legendario Andrés Petit,
en 1857.
Esta petrificación del negro dentro del delito o de las situaciones
delictuosas cuenta hoy por tanto con el mejor aliado: los fundamentos de
la cultura. Uso el término cultura en su acepción antropológica: las
significaciones simbólicas dominantes que sirven de base a la
convivencia social. Traducido al cubano, esto significa lo siguiente:
los "prejuicios" que todos tenemos metido en la cabeza, reproducidos
constantemente, como el comejen en una madera podrida, y que pasan de
generación en generación.
En el nivel cultural, no hay manera de evitar que las personas se lleven
la mano a la cartera cuando ven venir a la negrada, como dijo alguna vez
un altísimo funcionario cubano, o a un hato de negros como le escuche
decir a una negra un día cualquiera en esta ciudad.
Visto así, se simplifica el proceso de doble institucionalización actual
del racismo en la policía: como hábito cultural: la tendencia natural a
interpelar a un negro en la calle es vista como normal y es banalizada
por la sociedad, y como diseño institucional: la profilaxis programada
del posible delito, que en la criminología científica cubana se llama
caracterización policial y que, como toda criminología que se basa en la
ciencia, intenta siempre prevenir ante la posibilidad de un hecho
delictuoso.
Debo decirles que personalmente he hecho mi pequeño trabajo
antropológico para asegurarme bien, antes de afirmar, como afirmo, que
en Cuba existe el racismo institucionalizado a través de la policía.
Este pequeño trabajo de campo lo realicé en el 2005 cuando me "hice"
detener en tres ocasiones por la policía. No por la Seguridad del
Estado, sino por la policía encargada del orden ciudadano. Decir que me
"hice" detener no significa que cometí algún delito. Significa que me
negué en tales ocasiones a convalidar una práctica policial que no tiene
respaldo legal y que consiste en pedirle el carné de identidad a
cualquier ciudadano en la calle, sin que este haya cometido delito o sea
sospechoso de haberlo cometido.
El procedimiento, simple, en este trabajo de campo es el siguiente: un
policía te pide el carné de identidad tras una pequeña observación a
distancia, –mientras más subjetiva mejor–, que le dice que probablemente
usted viene o se encamina a la comisión de un delito.
El pedido puede ser respetuoso o arrogante, pero la diferencia solo
importa aquí para distinguir un tipo de tratamiento que, respetuosa o
arrogantemente, le considera como un posible delincuente, obligado a
demostrar que no lo es. Tras este lance, viene la reacción, que es
negarse a entregar el carné de identidad, al mismo tiempo que se
preguntan las razones del por qué de semejante interrupción policial de
la marcha, y se explican las razones de por qué no se está obligado a
entregar el carné sin previa especificación de causas.
El resultado de este proceso es variado, pero casi siempre oscila entre
estas tres posibilidades: o el policía le deja continuar la marcha,
convencido de que usted no es un posible delincuente porque conoce de
leyes –posibilidad remota que no te permite obtener mucha información de
campo–, o el policía se molesta y le conduce a la estación por desacato
con un decreto-ley desconectado de la ley –y es esta la posibilidad más
común, en la que uno obtiene información por observación visual, al
llegar a la estación de policía y ver que la mayoría de los detenidos
son negros–, o, finalmente, el policía intercambia con el interpelado,
aunque lo conduzca o no a la estación, –eso depende de otras
circunstancias–, y se le puede extraer entonces, mediante la
observación-participante, como la llamó Bronislaw Malinowski, el famoso
antropólogo polaco-británico, la información concreta sobre las razones
de la interpelación policial: y estas siempre terminan en la famosa
caracterización.
¿Qué es la caracterización? Confieso que no he podido conseguir un
texto, si existe, donde se explique qué se entiende por caracterización
policial. Pero el texto no es fundamental, porque a efectos puramente
antropológicos, el lenguaje oral es tan o más importante que cualquier
cosa escrita. Sobre todo en Cuba.
De manera que, a partir de preguntas a otros detenidos, de escuchar la
radio transmisión interpolicial, de la observación meramente visual y de
la confesión de parte, podríamos definir la caracterización policial
así: persona de tez negra, básicamente hombre, de entre 18 y 40 años,
–aunque dice el mito que a los negros no se le ve la edad–, de caminar
estrafalario tipo andaluz, es decir de mucho vaivén en los brazos y
ligeramente inclinado hacia los lados, con mochila y casi siempre en
compañía de otros, sin son negros peor, y que gusta de andar en la calle
a altas horas de la noche por lugares en penumbra o en tumultos festivos.
Esta caracterización tiene, como he tratado de demostrar, un sustento
cultural, lo que facilita su férrea aplicación cuando se codifica en un
diseño institucional como es el de la acción definida para los cuerpos
policiales de todo el país.
De hecho, la planta cultural hace innecesario el papel, la escritura,
porque la función del texto es lograr, a través de la lectura, la
incorporación de un saber, de una información o de un procedimiento que
no se domina. Y esta actitud ya está incorporada en las conductas de los
cubanos por el saber cultural, en el sentido de sabiduría, que como
sabemos no requiere de libros.
De más está decir que la caracterización policial actúa en términos
psicológicos como profecía autocumplida, donde ocurre exactamente lo que
se ve de antemano, y como pensamiento desiderativo, donde los hechos
suceden después de haberlos atraídos tanto con el pensamiento. Y como
son muchos los policías, pues hay muchos negros presos o que ahora mismo
están siendo interpelados en cualquier punto o rincón del país.
Ello conlleva a lo que alguien llamó el vértigo del vientre. Debo decir
que este concepto se lo he robado realmente al trabajo que hacía
referencia, que será presentado en este taller, y que trata sobre
racismo lingüístico o racismo popular, a través de la copiosidad de
frases racistas que inundan el lenguaje comunicacional de los cubanos;
dicen algunos que jugando o como simple efecto del rezago del pasado.
Bueno, prosiguiendo, podemos definir al vértigo del vientre como la
fatal atracción a la que se abisma el negro cada vez que se remite su
actitud a la simple condición de haber nacido de un vientre negro. Un
concepto circular que refleja la circularidad del negro definida por una
antropología criminal heredada.
Y esto se ve mejor y más claro en el caso del delito. Semejante círculo
vicioso fractura a la sociedad. Si cubano es más que blanco, más que
negro, más que mulato, cabe preguntarse por qué no es así con la entrada
en escena del código penal y de los procedimientos institucionalizados
de la policía.
Debo confesar que en las últimas semanas he visto a algunos policías
interpelando a los ciudadanos, independientemente del color de la piel.
No lo considero desde luego un progreso porque en el fondo lo que está
en juego es la combinación de la cultura heredada y las condiciones
sociales en las que se vive, y estas marginan más a los negros, y porque
al tiempo que el debate social y cultural sobre el problema del racismo,
hace falta una discusión misma del concepto de delito, históricamente
asociado a los negros en Cuba, pero que afecta en su fácil
disponibilidad a todos los cubanos. Y el concepto del delito no es poca
cosa porque refleja cómo una sociedad ve a los demás y se ve a sí misma.
Es un eje estructurante de la vida civil y de la cultura.
Y hoy por hoy casi todo es delito en Cuba, precisamente cuando
importantes estudiosos de la sociedad están contestando el concepto
mismo de delito.
Mencioné anteriormente al sociólogo noruego Nils Christie. Desde la
sociología y en el siglo XXI, este coincide con el escritor Joseph
Conrad casi un siglo después. Nils ha escrito varias trabajos, a partir
de sesudos estudios, en los que afirma que el delito no existe, que es
algo construido por los poderosos para protegerse de la sociedad, no
para protegerla precisamente; donde afirma que las prisiones no deben
existir porque no son más que escuelas para el delito, y donde dice
cosas valiosísimas para una sociología y antropología profundas que
realmente tomen en serio el destino de la persona humana. Ideas
controversiales pero de futuro. Y una de sus constataciones me impacta
por su claridad.
Dice Nils: "lo que se hace con las personas que se identifica como
delincuentes indica el tipo de sociedad que se tiene". Se entenderá
mejor entonces por qué afirmo que la policía en Cuba es, simplemente,
racista.
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