2008-10-08.
René Gómez Manzano, Abogado y periodista independiente
(www.miscelaneasdecuba.net).- La Habana, 8 de octubre de 2008.- Una vez
más, el régimen castrista ha desatado una de las periódicas arremetidas
que constituyen el sello distintivo de su política de represión criminal.
Al socaire de la tremenda calamidad sufrida en Cuba por el paso de los
recientes huracanes, los jerarcas del bolchevismo tropical han acometido
la tarea —dificilísima, en verdad— de repartir la miseria; y como se ha
hecho costumbre bajo este régimen dictatorial, una vez más le han
reservado el papel principal a las armas del derecho penal, para lo cual
se ha desatado en todo nuestro archipiélago una represión feroz.
En su conjunto, el enfoque que le ha dado a la catástrofe esa dirigencia
no deja de resultar curioso: Como primera providencia, adoptaron la
decisión de rechazar olímpicamente generosas ayudas ofrecidas por países
extranjeros que por uno u otro motivo no son de su agrado. El
multimillonario socorro brindado por los Estados Unidos ha sido
repudiado de modo expreso, mientras que sobre el prometido por la Unión
Europea no ha habido respuesta.
Al referirse al primero, continúan hablando de la modesta cifra que se
mencionó inicialmente —"olvidando" que en la última oferta ella ha sido
multiplicada decenas de veces—; también siguen aludiendo a supuestas
condiciones para su prestación, las que ya no están vigentes. Ese
diálogo con el gobierno cubano es con un sordo que no quiere oír, que ya
se sabe que es el peor de todos.
En cuanto a la ayuda de otros países por los cuales los dirigentes
castristas no sienten ojeriza, no se tienen noticias de que alguna haya
sido entregada a los damnificados de manera gratuita. Tanto es así, que
la perseguida prensa independiente cubana ha denunciado incidentes de
airadas protestas populares motivadas por la venta de las donaciones,
incluso en tiendas que comercializan sus mercancías en divisas.
En el plano interno, las autoridades han señalado, como primer blanco de
sus dardos, a los compatriotas que libran su sustento dentro del sistema
de los agromercados. Se han dictado las correspondientes órdenes que
establecen límites a los precios minoristas de los productos.
Los líderes del castrismo declaran como algo intrínsecamente malvado que
el valor de las cosas crezca cuando las leyes del mercado apunten en esa
dirección. Y lo más irónico es que preconicen esa política de
restricción y altruismo cuando ellos fueron los primeros en aumentar —¡y
de qué manera!— los precios de los combustibles, y esto —¡para colmo!—
cuando se acercaba un ciclón y las cotizaciones del crudo bajaban
notablemente en las bolsas del mundo. Es la probada política de "haz lo
que yo digo, y no lo que yo hago"; la actitud del que pretende dar
lecciones de moral mientras se pasea en paños menores.
En ese contexto, las normas elementales de la ciencia económica,
enunciadas hace siglos y reconocidas hasta por los sesudos profesores de
la antigua Unión Soviética, se convierten en una fruslería, en una
pequeñez que no merece la atención de los actuales gobernantes cubanos.
Ellas deben eclipsarse ante los intereses de la política coyuntural del
régimen comunista: La ley de la oferta y la demanda no tiene por qué
poseer virtualidad; la noción de que el precio del combustible tenga que
reflejarse en el de las mercancías que se transporten no merece la menor
atención. En definitiva, es mejor dedicarse a la siempre grata tarea de
hacer caridad con los bolsillos ajenos.
Hay que reconocer que no falta algún despistado que se declare
identificado con esas últimas medidas del régimen. Ciertos cubanos de a
pie, acostumbrados desde hace décadas a la pobreza, pero que al presente
vislumbran el rostro canino de la miseria, se sienten contentos de que
el próvido gobierno socialista (el mismo que durante casi medio siglo
los ha mantenido en un nivel de mera subsistencia) exprese ahora que los
precios de los productos agrícolas serán mantenidos bajo control.
Esos compatriotas desesperados no paran mientes en que no se trata de
los precios —altísimos, como todo el mundo sabe— que fija
arbitrariamente el monopolio estatal en su inmensa red de tiendas, sino
apenas de los que priman en los minoritarios mercados campesinos.
Por supuesto que los puñetazos de la realidad no tardarán en abrirles
los ojos a esos ilusos. De hecho, ya está sucediendo así. Incluso en
este momento hablan elocuentemente las tarimas vacías de los
agromercados, y todo hace presumir que en las semanas venideras esa
situación empeorará. Ante ese cúmulo de realidades, para el régimen no
hay recurso más probado que el de la represión: se trata de un campo en
el que los comunistas criollos tienen amplia experiencia.
Al menos por el momento, los voceros del castrismo han optado por el
lenguaje de las generalidades, de las medias tintas. Se habla de hacerle
la vida imposible a quienes se aprovechen de la situación especial de
hoy, de la necesidad de actuar con rigor y rapidez, del uso de mucha
fuerza y de mano dura, de celeridad y abreviación de los juicios. Pero,
al menos por el momento, faltan en la historia oficial los pormenores de
la represión.
Esos detalles tenemos que buscarlos en la labor informativa que
valientemente brinda la reprimida prensa independiente cubana. El
dinámico Carlos Serpa habla de juicios que se desarrollan a puertas
cerradas, y en todos los municipios de la capital. También se oye
hablar de actos judiciales de ese tipo que se celebran tan pronto se
producen las detenciones, incluso en las propias estaciones de policía a
las que son conducidos los arrestados; de penas que exceden del decenio.
A la represión a la que puede suponérsele un origen económico, se suma
la de carácter claramente político. Menudean las citaciones y otros
actos análogos en diversos puntos del territorio nacional donde ha
habido airadas protestas populares frente al desamparo que sufren los
lugareños.
Junto a los delitos de codicia se señala también la proliferación de
desórdenes públicos, atentados, desacatos y resistencias. ¿Qué clase de
actos pueden esconderse tras esas tipologías penales, sino los que se
derivan de explosiones puntuales de la ciudadanía desesperada!
La represión se cierne incluso sobre los que realizan la importante
labor de monitorear la situación de los derechos humanos e informar
sobre las violaciones de éstos y sobre los pormenores de la arremetida
oficialista. Tal es el caso —entre otros— de la Comisión Cubana de
Derechos Humanos y Reconciliación Nacional.
El concepto de que los problemas sociales pueden resolverse enviando
gente a prisión se pone una vez más a la orden del día en el seno del
establishment cubano. De nuevo se olvida que la política criminal no
puede ser un problema de modas (de "ondas", como diría un joven de hoy).
Algunas veces —las menos— los vaivenes típicos del castrismo han
conducido al régimen a la despenalización, la concesión de indultos o la
tramitación de miles de revisiones en favor de los reos; pero ahora el
bandazo de turno lo lleva —como tantas veces antes— hacia el lado
opuesto: hacia el incremento de la represión. Regresan los tiempos
lúgubres que han estado signados —en dependencia de la situación
coyuntural— por la multiplicación de los fusilamientos, por las
operaciones policiales y por las sanciones de prisión más propias de
paquidermos que de seres humanos. ¡Que Dios se apiade de los cubanos!
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=17511
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