Monday, September 29, 2008

La hora en que tan bien se está

La hora en que tan bien se está

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Londres tiene su Hyde
Park y Trafalgar Square. Nueva York, su Central Park y la Quinta
Avenida. París, los muelles del Sena y los Campos Elíseos. Madrid, su
Parque del Retiro y la Gran Vía. Son lugares a los que los citadinos
acuden a ciertas horas del día. Allí se citan, descansan del trajín
diario, se sientan a conversar, dejan pasar las horas.

La Habana posee también un lugar preferido por muchos capitalinos, el
Malecón. La hora del Malecón es entre las 6 y 7 de la tarde hasta la
puesta del sol. Es una hora de celajes increíbles, inspiración de
enamorados.

Todos se sientan sobre el muro como si fuera el banco de un templo. Allí
juntan o separan sus vidas, de acuerdo a la salud de la pasión. Nacen
y se destruyen proyectos. Se hacen promesas y se incumplen otras. Todo
ocurre a esa hora, al compás de las olas que rompen contra el diente de
perro, cuando el sol dice hasta mañana.

El Malecón se ha convertido en la sala común de muchos habaneros. Porque
se recibe y se espera a las visitas, y se encuentran nuevas amistades.
Es un espacio ancho custodiado por dos fuertes antiguos, el Castillo de
la Punta y el Torreón de la Chorrera. En él caben todos.

Quien contempla el Malecón desde el castillo del Morro, al otro lado de
la bahía, lo percibe como el zócalo de los edificios que lo rodean.
Hace años que iniciaron la reconstrucción de esos inmuebles agotados de
tanto salitre y agobiados por la falta de mantenimiento.

Los turistas añaden la nota diferente al Malecón. Cámara en mano, no se
cansan de captar lugares, inmuebles, detalles que escapan a los ojos
del transeúnte. Llenan los cafés para descansar y tomar un refrigerio.

En los establecimientos se sientan nacionales y extranjeros a la caída
de la tarde, aunque son más numerosos estos últimos, para tomar un café
o beber una cerveza. Sin embargo, no existe un ambiente de fiesta. Se
disfruta de una intimidad compartida. Un reconcentrarse en la persona
sentada al frente como si se tratara de un pacto secreto.


A esa hora se borran las fatigas y se olvida un poco el marasmo que el
desastre cotidiano cuelga de nuestras vidas. Se convierte en una suerte
de preludio para el regreso a casa. De vuelta a la realidad, se extraña
la magia del lugar, el ruido de las olas al romperse contra el arrecife.
Allí, a la hora en que tan bien se está.

http://www.cubanet.org/CNews/y08/sept08/29_C_4.html

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