Sunday, August 31, 2008

Doble moneda, doble moral

Doble moneda, doble moral
ALEJANDRO ARMENGOL

La dualidad monetaria en Cuba es un problema que el gobierno de la isla
admite, pero cuya solución está subordinada, al menos en teoría, a un
aumento de la productividad. Sin embargo, este enfoque no sólo parece
cada vez más alejado de cualquier posibilidad de éxito, sino que en la
práctica no cumple la función de plan de largo alcance para lograr un
objetivo, aunque sí un fin más inmediato: dilatar el asunto y
trasladarlo a una especie de limbo que intenta ocultar la falta de
capacidad o de disposición para hallar una solución. Una estrategia
destinada al fracaso económico que es en realidad una táctica política,
la cual hasta ahora ha logrado su meta: considerar transitorio un
callejón sin salida. Se repite así la paradoja del modelo cubano, donde
la falta de eficiencia productiva actúa muchas veces como carta de
triunfo político.

Al tratar de justificar la doble moneda, y explicarla de acuerdo a lo
ocurrido en Cuba luego del fin de la Unión Soviética y el campo
socialista, se enmascara el verdadero problema.

La devaluación real de la moneda cubana, y los métodos empleados para
suplir con diversos sistemas de apariencias esta realidad --en un
intento de convertir en relativo un problema absoluto--, no se origina
en la década de 1990. Es cierto que hace crisis entonces, y que es en
ese momento cuando al gobierno no le queda más remedio que admitir que
el dinero, en sus diferentes denominaciones (divisa, peso convertible,
peso cubano), empiece a moverse más acorde a las reglas que rigen su
valor de cambio, aunque siempre de forma controlada. Las dificultades de
una moneda más o menos ficticia y devaluada al extremo existían desde
décadas atrás. Desde el punto de vista simbólico, y al mismo tiempo
práctico, ni siquiera se trata de algo exclusivo de Cuba, sino de una
situación propia de los llamados países socialistas y en primer lugar de
la Unión Soviética.

El concepto de peso convertible no nace en la isla y mucho menos durante
la mencionada crisis. En cualquier hotel moscovita uno encontraba, en
1980 por ejemplo, mercancías valoradas en ''rublo dólares''. Es decir,
con un valor que no respondía al del dinero que circulaba en las calles
de la capital soviética, porque para comprarlas había que tener otros
rublos, los adquiridos con dólares norteamericanos.

En la URSS y los países socialistas, esa doble moneda reflejaba el valor
reducido de la moneda nacional frente a otras divisas, al tiempo que le
permitía al gobierno negociar en un mercado reducido (el turístico) sin
recurrir a una devaluación. Sólo que para los soviéticos y los
ciudadanos de Europa del Este, el dinero que recibían por concepto de
salario les servía para suplir un buen número de necesidades (aunque de
forma limitada), mientras que la divisa era sobre todo un pasaporte a la
ilusión: la posibilidad de tener una serie de artículos más o menos
comunes en cualquier sociedad occidental, pero para ellos transformados
en objetos de ensueño. De esta forma, la dualidad típica de cualquier
país capitalista --entre tener o no tener dinero para comprar desde
comida a desodorante-- era para los soviéticos la disyuntiva entre la
capacidad para adquirir el jabón sin envoltura y otro con perfume y
etiqueta.

Por otra parte, las dos caras del problema son conocidas también en los
países capitalistas, aunque con una definición más realista y cruda. En
muchas naciones subdesarrolladas y pobres, el valor depreciado de la
moneda se asume como miseria, explotación de mano de obra barata y
precios bajos. En otras, determinados controles estatales sirven más de
pantalla que de control eficiente para mitigar la realidad. Durante
décadas, en Latinoamérica se han sucedido gobiernos de estricto control
monetario por otros de un liberalismo absoluto, con resultados nefastos
en ambos casos.

En el caso de Cuba, a consecuencia de la supervivencia del modelo tras
la crisis por la desaparición de la URSS, se ha creado una amalgama que
hace que el asunto sea más complejo, aunque no menos crudo: el peso
convertible o la divisa no son sólo el pasaporte a la ilusión sino
también, y en muchos casos, la única vía para satisfacer las
necesidades: la opción entre diversos jabones sustituida por la
posibilidad de tener el artículo para bañarse. No es que el Estado
cubano tenga una enorme deficiencia a la hora de producir artículos de
mejor calidad y más atractivos: es que resulta incapaz de producir
alguno. Aunque se admite a regañadientes esa incapacidad, y se permite
la libre circulación de un peso convertible como moneda de supervivencia
política, no se renuncia, desde el punto de vista ideológico, al
postulado del Estado como proveedor absoluto.

La clave radica en que la dualidad no es sólo monetaria. Tiene que ver
con el sistema político adoptado y las aspiraciones sociales dentro de
este sistema. El problema surge, como ha ocurrido en Cuba, cuando las
soluciones políticas sustituyen --o tratan de ocultar-- la realidad
económica. Las subvenciones del Estado a ciertas mercancías,
determinadas industrias y ciertos productos agrícolas --una práctica que
también existe en las sociedades capitalistas-- funcionan mejor cuando
desempeñan el papel exclusivo de mecanismo compensatorio, sin definir el
panorama económico. De ocurrir esto último, por lo general trae por
consecuencia el fortalecimiento de otros mecanismos propios de la
economía informal --y la culminación de estos en actividades ilegales
como el mercado negro-- que si bien deben su razón de ser al Estado (o a
la ineficiencia estatal para aumentar la producción), no revierten
ganancia alguna en éste.

El problema de la doble moneda, como se enfoca en la actualidad por el
gobierno de la isla, carece de solución. Refleja la doble moral de un
Estado que promete y no cumple, mientras aspira a que sus ciudadanos se
sientan satisfechos no con la ilusión de la propaganda, sino con el
conformismo de resolver a diario.

aarmengol@herald.com

http://www.elnuevoherald.com/noticias/mundo/columnas_de_opinion/story/271722.html

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