Armando Añel
El muerto vivo se pronunció una vez más. Él y su editor, o sólo su
editor –ya se sabe que nunca se sabe en estos casos-, han vuelto a
opinar sobre el proceso electoral norteamericano, particularmente sobre
la candidatura de Barack Obama. No queda muy claro si en esta última
"reflexión" Fidel Castro carga contra el senador demócrata o intenta
seducirlo (la ultraizquierda mediática, enfrentada al reto de doblegar a
la izquierda ultramediática, se arruga mediáticamente). Lo cierto es que
desliza una serie de interrogantes que muy probablemente el
representante por Illinois no tendrá tiempo de –o motivos, o incentivos,
o paciencia para- contestar.
Las primeras tres preguntas que Castro dirige a Obama conforman un
párrafo para párvulos: "¿Es correcto que el presidente de Estados Unidos
ordene el asesinato de cualquier persona en el mundo, sea cual fuere el
pretexto? ¿Es ético que el presidente de Estados Unidos ordene torturar
a otros seres humanos? ¿Es el terrorismo de Estado un instrumento que
debe utilizar un país tan poderoso como Estados Unidos para que exista
la paz en el planeta?".
Por supuesto, el presidente estadounidense no ha ordenado torturar a
nadie (seguramente Castro da por descontado que él mismo puede ser
considerado un presidente y que, como dicen que creen los ladrones, los
presidentes de verdad son de su misma condición y actúan como meros
capos mafiosos). El mayor de los hermanos probablemente se refiere a las
torturas de Abu Ghraib, episodios aislados, o invertebrados, que no
pueden ser atribuidos a una política de Estado –ni siquiera dirigida
contra terroristas-, como sí ocurre en Cuba. De hecho, los implicados ya
están en prisión, cumpliendo sentencias de hasta diez años de cárcel.
Pregúntese, en cambio, cuántos torturadores de oficio cumplen condena en
la Isla. Eso sin preguntar por los asesinos consuetudinarios, algunos de
ellos altos dirigentes del Estado comunista.
A reglón seguido, Castro pregunta por qué en Estados Unidos existe una
Ley de Ajuste para los cubanos y no para todos los latinoamericanos.
Como si los demás países de América Latina hubieran sufrido, durante
medio siglo, una dictadura totalitaria que impidiera a sus ciudadanos
escoger qué periódicos leer o qué alimentos ingerir, o qué pueden decir
y qué no, o qué tipo de educación reciben sus hijos. Un ejemplo de
actualidad: la doctora Hilda Molina intenta desde hace más de diez años
viajar a Argentina y el gobierno cubano se lo impide sistemáticamente.
El único "crimen" cometido por Molina es haber renunciado, oficialmente,
a la dirección de una institución oficial. ¿En qué otro lugar de
Latinoamérica se sanciona u hostiga a quienes abandonan un cargo
público, impidiéndoles abandonar el país o castigándolos por intentarlo?
Las preguntas cinco y seis de "La política cínica del imperio", como se
titula la "reflexión" de Castro, también pueden ser resumidas en una:
¿Puede Estados Unidos prescindir de los inmigrantes, que realizan las
labores peor remuneradas del país? En la actualidad no, pero se trata de
una cuestión doméstica que los políticos y electores norteamericanos
deben, y pueden, ventilar a su aire. La pregunta, viniendo de alguien
que supuestamente lucha por el progreso de los pueblos, debe ser
formulada inversamente: ¿Cuándo los emigrantes van a poder prescindir de
Estados Unidos? O mejor: ¿Cuándo va a funcionar Latinoamérica, de manera
que no tengan que abandonarla los latinoamericanos?
A continuación –e indirectamente relacionado con lo anterior-, Castro
reta a Obama a contestarle si es o no "moral y justificable el robo de
cerebros y la continua extracción de las mejores inteligencias
científicas e intelectuales de los países pobres". Aquí la pregunta es
retórica porque no hay robo alguno, sino más bien un transvase
espontáneo de cerebros. Los cerebros mejor amueblados huyen desde
aquellas naciones incapaces de remunerarlos hacia aquellas naciones
donde pueden amueblar sus viviendas con el fruto de su trabajo. Lo
inmoral e injustificable es justificar la incapacidad y la
descomposición institucional reinantes en aquellos países de donde huyen
los cerebros mejor amueblados utilizando el viejo truco de culpar al
vecino de lo que anda mal en casa.
Las últimas tres preguntas que Castro dirige al senador demócrata tienen
que ver con la estrategia de guerra preventiva implementada por la
administración Bush. El hermano mayor, en otras palabras, se pregunta si
es lícito exportar la libertad por medio de las armas, con el objetivo
estratégico de prevenir el terrorismo. Este es un concepto en discusión
y no cabe duda de que, en el caso concreto de Irak, Donald Rumsfeld no
fue precisamente un estratega. Lo que nunca será lícito es exportar a
sangre y fuego la esclavitud y la pobreza, como lo ha intentado el
castrismo durante décadas en África, Asia y América Latina. Lo criminal
es, ya que hablamos de preguntas, exportar un modelo sin respuestas.
letrademolde@letrademolde.com
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