Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Hace tres años, al recorrer el
pueblo de Cárdenas, en la provincia Matanzas, me adentré en la empresa
Arechabala y quedé decepcionado por su aspecto deprimente. La célebre
licorera de Cuba parecía la ruina de un bombardeo, un fantasma del
paisaje industrial de la región.
Ahora recorro con tres obreros Antillana de Acero, la metalúrgica más
importante de Cuba, la cual ocupa decenas de hectáreas entre la
Carretera Central y la Autopista de calle Cien, a un costado del
capitalino municipio Cotorro, lugar de aguas, industrias y contaminación
creciente.
Mis anfitriones llevan entre 27 y 35 años de trabajo en ese monstruo de
metal que lacera la sensibilidad de sus casi dos mil trabajadores,
quienes hablan con desenfado del pasado y el presente de una industria
que cayó en crisis en 1990, al cesar los subsidios soviéticos que
apuntalaban la economía cubana.
Antes de 1959 Antillana producía con dos hornos Martín que funcionaban
con quemadores de petróleo. Ahora es por arco eléctrico, pero todo
marcha a medias. El objetivo es el mismo: cubrir la demanda interna de
acero industrial y exportar lo que sobra.
La entrada es pura fachada, el resto es horrible. Los talleres están en
quiebra. El transporte obrero funciona, pero hay problemas de todo tipo,
incluidas las máquinas ferroviarias que trasladan la producción hacia el
puerto: de 4 o 5 aparatos canadienses sólo 2 trabajan. Los otros están
fundidos o carecen de piezas de repuestos.
El taller de maquinado está destruido. Solo hay un torno que vale la
pena, los otros no se usan; el alumbrado y las condiciones de trabajo
son pésimos. Se produce menos cabilla, perfiles, angulares y
planchuelas. Hace poco importaron un torno italiano de mando numérico,
pero ya no trabaja.
El taller de soldadura casi no existe. Al techo le entra agua, el
plesbay y el equipo que dobla las chapas están desarticulados. De los
hornos de forja ni hablar. El taller de enrollado tiene mejores
condiciones. Otro plantel presta servicios internos a toda la fábrica.
Hubo un laminador ruso que no llegó a producir. Solo funcionan el
laminador 250 y el 300, pero de dos líneas de cabillas dejaron una que
tira alambrón y después cabillas.
En el taller de cristalizadores los equipos desaparecieron, la
brochadura de medidas fue destruida. Faltan los techos, arrasados por
los ciclones y por la falta de medidas administrativas. Casi no se hacen
palanquillas ni se reparan los cristalizadores de acero níquel.
-¿Las causas de estos problemas?
-El desinterés de los trabajadores, no ganamos para cubrir las
necesidades básicas de la casa. Algo parecido les pasa a los jefes,
además de la desidia, las limitaciones de recursos y las metas que bajan
del Ministerio de la Industria Sideromecánica. Si ellos fueran los
dueños lo harían todo de otra forma.
-¿Qué pasó con la escuela de formación técnica de Antillana de Acero?
-El cierre debe ser consecuencia de la crisis, ya no se gradúan técnicos
ni ingenieros metalúrgicos, tal vez la hayan pasado al centro
universitario José A. Echeverría. El politécnico fue reconvertido en
Escuela de la Construcción y después en Tecnológico de Informática. La
sede de cursos y talleres ahora es un albergue de los policías orientales.
Se conservan en buen estado el teatro, las oficinas de la
administración, el sindicato, la juventud y el partido comunista; además
del estadio de béisbol. En el teatro disertó hace poco un inversionista
norteamericano que explicó las medidas aplicadas en su fábrica para
producir con menos personal. En la Antillana pusieron en práctica sus
métodos, pero volvieron a incrementar la plantilla y todo siguió igual.
Por fuera, hacia la calle Cien, está la antigua Hierro Gris, con sus
naves destruidas. Más abajo, una bella planta de oxígeno montada con
capital alemán. El contraste entre lo nuestro y lo extranjero se
aprecia, además, en la destrucción de los talleres de mecánica de
transporte y equipos pesados, donde las naves atestiguan el desastre.
Al recorrer las principales instalaciones de ese barco a la deriva que
es Antillana de acero, comprendemos las decepciones de los trabajadores
que aman a su fábrica, pero nada pueden hacer para restituirle su
prestigio productivo.
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