Tendencia a dirimir
Frank Correa
LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org )- El hospital materno Eusebio
Hernández, de Marianao, en Ciudad de La Habana, es uno de los más
importantes de la capital, pero necesita tratamiento urgente.
Desde temprano se observa un gran número de mujeres embarazadas en el
hospital, esperando la consulta correspondiente.
Lo primero que se observa es la falta de baños y el malestar de las
mujeres en estado de gestación, que necesitan utilizarlo con
frecuencia. Hay solamente dos y las auxiliares de limpieza no los abren
hasta las nueve. Las embarazadas deberán esperar a que los limpien.
La algarabía no deja escuchar los gritos de las enfermeras llamando por
sus nombres a las mujeres. De repente, sobre el murmullo colectivo, se
eleva una voz:
-¿Quién fue el idiota que te mando para aquí? ¿No sabe que hace un mes
no se están haciendo exudados vaginales por falta de aplicadores?
Un médico canoso y con gafas acaba de soltarle una reprimenda a una
joven incauta que sostiene en la mano la remisión.
En la consulta de hematología la doctora no ha llegado, pero la
enfermera advierte a las embarazadas que deben pasar por el laboratorio
a recoger ellas mismas los resultados de los análisis o no podrán ser
atendidas. Entonces muchas mujeres se abalanzan en tropel por el
pasillo, pero un hombre con bata blanca y cara de sueño las detiene en
la puerta del laboratorio.
-La secretaria no ha llegado todavía. Los análisis están allí –señala
hacia una caja que contiene un paquete de papeles-, pero ella es la
única que puede entregarlos.
Al fin hay un baño listo y las embarazadas forman una cola que avanza
poco a poco, mientras que la auxiliar de limpieza muestra unos hules
para colchones de recién nacidos, evidentemente sustraídos del hospital,
y los oferta a cien pesos cada uno.
Se establece una buena comunicación con la auxiliar de limpieza, que
cobra un peso por cada embarazada que utilice el servicio, mientras les
explica que el hospital es un caos, que no hay agua casi nunca, que los
baños de la sala están en crisis, con insectos y bichos y que se cuiden
de no parir allí o en último caso acudir sólo cuando los dolores sean
imposibles de resistir.
En la medida que van aliviando sus esfínteres, las gestantes regresan al
laboratorio, pero la secretaria no ha llegado. Las voces suben de tono,
en una protesta colectiva, mientras el laboratorista, con cara de sueño
repite que nada se puede hacer hasta que no llegue la secretaria. Por
suerte tampoco ha llegado la doctora hematóloga. Las embarazadas la caja
sobre la mesa, donde está el paquete de papeles con los resultados de
los análisis. Insisten, pero no hay solución.
Un policía, marido de una de las mujeres, penetra en el laboratorio,
toma el paquete de análisis a la fuerza y comienza a leer en voz alta
los nombres. Las embarazadas, ya con los resultados en la mano regresan
corriendo a la consulta pero la doctora aún no ha aparecido.
-¡Eso es abuso de poder! –dice el laboratorista con la caja vacía en la
mano y mirando con odio al policía.
-¡Lo sé! -dice el uniformado, y exclama-: ¡potencia médica! Está bien.
¿Pero dónde están los trabajadores de la salud?
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