Playas del Este (II parte)
Oscar Mario González
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - El otro inconveniente que acarrea
un viaje a la playa es el gasto económico que representa para la familia.
La oferta de productos comestible a cargo de vendedores ambulantes
estatales va desde paletitas de helados a cinco pesos hasta rizos de
maíz expandido a diez el paquete. El pan con jamón es la oferta "fuerte"
y consiste en un panecito de 80 gramos con una lasca proteica casi
transparente al precio de cinco. La botella de refresco de naranja, cola
o limón a diez. Otras ofertas como el mazo de mamoncillo o el cucurucho
de maní corre a cargo de algún "luchador" furtivo que desafía no sólo a
la policía sino a los propios vendedores estatales quienes ven en él a
un competidor.
Así, pues, comprando cinco pesos de esto y diez de esto otro a cualquier
matrimonio con un niño se le van cien pesos sin apenas darse cuenta el
estómago y ello representa un tercio del salario promedio de un trabajador.
A lo largo del litoral se levantan kioscos en moneda fuerte (chavitos)
con oferta nutritiva y variada pero inaccesible para la gran mayoría de
los bañistas.
Sin embargo, para los bolsillos que gozan de buena salud las Playas del
Este tienen ofertas de entretenimiento y confort a tono con los gustos y
preferencias más exigentes. Tal realidad pareciera tan extendida por el
mundo que torna inútil señalarla; más, en Cuba, tiene una connotación
especial en tanto y cuanto a tres generaciones de cubanos se les ha
pedido los mayores sacrificios y se les ha sometido a las mayores
privaciones en nombre precisamente de la igualdad.
En Santa María del Mar se puede alquilar una silla por dos chavitos y
extenderla sobre las finas arenas. Si se agregan dos chavitos más se le
entrega una sombrilla. También están los botes de pedales o bicicletas
acuáticas concebidas para cuatro personas pero donde usted puede montar
a toda la familia siempre que abone cuatro pesos por cada hora de
disfrute. Hay lanchas de velas individuales y botes para 8 personas.
Para mayor comodidad un servicio esmerado que le lleva el mojito o el
daiquirí hasta la propia sombrilla.
Por supuesto que el alquiler de estos pasatiempos no está al alcance del
cubano promedio excepto para alguna que otra familia y a veces debido a
la bondad de un extranjero, que, flechado por una de nuestras criollitas
quiso halagarla junto a toda la parentela.
Pero estas playas están muy descuidadas, muy desatendidas. Sobre todo el
tramo que va de Boca Ciega a Guanabo. ¡Que feo se ve a pesar de ser tan
lindo! Parece como si en él se condensara el dolor de Cuba. Troncos de
árboles oscurecidos, objetos metálicos y piedras se unen a las algas
verdinegras. Desperdicios de todo tipo que la indolencia arroja:
papeles, envases metálicos, latas, botellas de cristal, cáscaras de
frutas y todo tipo de escombros hacen de tan maravilloso lugar un sitio
por momentos desagradable.
Cuando la tarde agoniza tras un día de sol, aire y salitre, casi todos
se disponen a marchar. Muchas familias creen que valió la pena el
sacrificio; otras, dicen estar decepcionadas ante tantas dificultades y
juran no volver. Y así, mientras unos y otros se alejan riendo o
refunfuñando, el mar, libre de tanto bullicio, lame la arena con besos
de espuma. El sol, luego de regalar sus caricias de fuego a negros,
blancos y mulatos; jóvenes, viejos y niños, se desangra en el horizonte
hasta hundir su cuerpo redondo y rojizo en las entrañas del mar.
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