No hay olvido para Miguel
La muerte de Valdés Tamayo, el primer mártir del grupo de los 75, un
caso de ejecución extrajudicial en 2007.
Raúl Rivero, Madrid
jueves 3 de enero de 2008 6:00:00
El tiempo, ese animal silencioso y sin cara, se presenta dividido en
años para que el hombre crea que puede fragmentarlo. Así, cuando llega
diciembre con su invierno porfiado, uno se ve obligado a hacer un
balance de los últimos 355 días. Para el presidio político, para los
demócratas cubanos, 2007 ha quedado en la historia con el signo fatal de
ser el año de la muerte de Miguel Valdés Tamayo.
En enero, en los primeros días de enero, la noticia de su fallecimiento
en La Habana, donde nació en 1956, recorrió el mundo y puso los ojos de
la gente que quiere la libertad para Cuba, de los hombres y mujeres
sensibles y alertas del universo, en las cárceles y en la realidad de la
Isla.
Allí, en esas galerías infectadas y oscuras, sobreviven casi 300
compañeros de viaje de Valdés Tamayo, ciudadanos de todos los sectores
de la sociedad —médicos, bibliotecarios, periodistas, albañiles,
electricistas, poeta y albañiles—, que fueron a sufrir en esos abismos
porque trabajaron —como él— por cambiar el guión que escribieron los
pícaros para permanecer en el poder.
Miguel Valdés Tamayo era el líder de una organización de derechos
humanos, Hermanos Fraternales por la Dignidad, y en la primavera de
2003, junto a otros 74 cubanos, fue a parar directamente a la cárcel.
Sus 15 años de condena debía cumplirlos en la prisión Kilo 8, de
Camagüey. En aquellos primeros meses de encierro comenzó el lento
proceso de privaciones y sufrimientos que lo llevó a la muerte, porque
su corazón cansado y enfermo se paralizó una mañana.
Dolor y gratitud
Reviso una carta de esa época. Valdés Tamayo le cuenta a su esposa,
Elisa Collazo, algunos aspectos de su vida en el centro penitenciario:
"La comida sigue siendo poca, malísima y apestosa. El servicio médico es
pésimo, existe una gran proliferación de ratas, mosquitos, cucarachas e
insectos de todo tipo dentro de los dormitorios".
El preso narra con amargura el día a día de los reclusos comunes y las
golpizas que les propinan los guardias. "Luis Machado Mesa, alias
'Manteca', y Wilson Ariel Tejada Gómez se inyectaron el SIDA. Aún se
desconoce quién les suministró el virus. En el 2003, 'Manteca' se
inyectó sosa cáustica en los ojos y perdió la vista de un ojo y quedó
con dificultades visuales del otro. Tanto 'Manteca' como Wilson, en
ocasiones anteriores se autoagredieron inyectándose petróleo en las
piernas y se han cortado las arterias en varias veces".
Esto es lo que cuenta a su mujer en otra carta: "Los medicamentos que me
enviaste no me los han entregado. No me toman la presión arterial.
Vivimos ocho reos en un cubículo de seis metros por tres de ancho, junto
a un baño y un lavadero. Sólo he recibido asistencia religiosa una vez.
Engañan al padre de la iglesia de Cristo diciéndole que nosotros no
queremos la asistencia y a nosotros nos dicen que el padre no nos quiere
asistir. Existe un solo teléfono para 600 reclusos".
Su camino —dice— es recto y terminará sólo con la libertad de su país.
Los dolores, la falta de atención médica y la dura experiencia
carcelaria hicieron que el camino se cerrara antes de ese momento.
Esa realidad y el acoso a que se le sometió después de enviarlo a su
casa del reparto Párraga, con una licencia extrapenal por temor a que
falleciera en un calabozo, marcaron la fecha de muerte de Valdés Tamayo,
que esperó en vano el permiso de salida para exiliarse en Estados Unidos
u Holanda y someterse a un adecuado tratamiento médico.
Soren Triff, el lúcido periodista y escritor cubano, dijo hace poco que
la muerte de Valdés Tamayo, el primer mártir del grupo de los 75, podía
verse como un caso de ejecución extrajudicial.
En Cuba se le recuerda con dolor y gratitud. Y en el balance del año
2007, su vida y su muerte deben poner otra vez en la memoria de todos a
quienes permanecen allá adentro, en esos sitios que Miguel describió sin
anestesia, con mucho dolor y un pedazo de lápiz.
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