Vendrán años de nostalgia
Las trampas de Dios: Los gobernantes de ahora estarán muy tristes, se
sentirán muy mal.
Rafael Alcides, La Habana
lunes 24 de diciembre de 2007 6:00:00
Cuando termine el año que está por empezar, la revolución cubana
celebrará el aniversario cerrado de sus cincuenta años en el poder. Será
un año de grandes nostalgias para los cubanos en general, de manera muy
especial para los que estuvieron en la montaña y gobiernan todavía. Eran
muy jóvenes entonces. Tanto, que algunos de ellos llevan gobernando tres
veces más años que los que entonces tenían. Pero estarán muy tristes,
sin embargo. Se sentirán muy mal. Pensarán que Dios o alguien muy
importante allá arriba les ha hecho trampas.
Es natural. En aquel día de entonces, que ahora parece un invento para
dormirse (o para morir satisfecho) pensando que una vez a uno le
sucedieron cosas que sólo ocurren en los cuentos de Sherezada y en la
imaginación de los niños que se sueñan compañeros de Jasón, de Odiseo,
de Hércules, de Aquiles; en aquel día que tal vez nunca existió y ahora
lo estoy imaginando, porque no he acabado de curarme del dulce vicio de
envejecer sin dejar de ser niño; en aquel día de entonces (si fue, si
existió), estos viejitos actuales parecieron dioses bajados del cielo
para arreglar el mundo, y como a tales, se les recibió.
El más dulce de los himnos, la más feliz de las músicas, las que
componen los corazones al juntarse por millones para latir con igual
denuedo, con igual intensidad, con parejo sentimiento, acompañó entonces
el paso de aquellos semidioses. Desde los días en que Jesús andaba por
el mundo, no veía la fe nada igual. Pero a Jesús lo seguía un grupito, y
estos nuevos galileos llevaban detrás un pueblo dispuesto a morir con (y
por) ellos.
Después pasó el tiempo, y hoy los ves pasar con sus barrigas y sus
entorchados frente a tu casa, y es como si pasara el viento. La magia
los abandonó. Ya no son la poesía. Hace rato, muchos años en verdad, que
pasan como el viento, que se volvieron invisibles.
También para nosotros, que los vimos en su día del prodigio bajar del
cielo, nada es igual. También hemos envejecido en un mundo que ha
seguido muriéndose de tristeza, malbaratamos la juventud, la oportunidad
de salvarnos voló, se esfumó, y ya no tenemos galileos, como no fueran
los de cartón que con tan poco éxito han estado vendiendo en las últimas
ferias.
Habrá nostalgia en los que, además de la juventud, han perdido la patria
y hoy la sueñan desde cientos de países del planeta; nostalgia en los
nacidos fuera de la patria que vieron morir de nostalgia a sus padres
soñando la patria perdida; nostalgia en los que la perdieron ayer mismo
y todavía piensan que eso ha sido un sueño, que tiene que haber sido un
sueño, que cuándo volverán a ver a sus seres del alma.
Los desaparecidos de un manotazo
Nostalgia será la palabra del año siguiente a este que empezará y la de
este mismo año que anuncia al que viene. Nostalgia.
Pero entre todos los nostálgicos de estos dos años y los que están por
venir, los más nostálgicos serán los actuales viejitos gobernantes,
aquellos semidioses que bajaran (o parecieron bajar) del cielo en el 59
y luego envejecieron gobernando. Es natural, y me apenan. No los
compadezco, pero me apenan. Me apenan.
Gobernaron durante tanto tiempo, que ya muchos no podrían recordar, ni
aunque lo quisieran, que no siempre fueron gobernantes. Si algún atisbo
de algo así les llegara (en un sueño, lo más probable, es decir, en una
pesadilla), lo darían por el rafagazo de alguna encarnación anterior.
Ideas de esas que llegan a recordar cosas que a las personas importantes
no les gustaría recordar, jugarretas del subconsciente, tal vez un alma
en pena en busca de un vaso de agua y una flor.
Nosotros, los otros nostálgicos de aquel año histórico, que también
hemos envejecido pero no tuvimos participación en la mesa del pollo, al
final, fuera de lo de siempre, no habremos de perder nada fundamental.
Ni siquiera la fe, porque esa ya la perdimos en el camino.
La nostalgia de ustedes, los cubanos que nacieron después del 59,
emigrados o no, todavía tiene remedio. Felicidades. Pero, ¡ojo!: nunca
más vuelvan a creer en salvadores bajados del cielo; mucho menos si los
ven bajar en paracaídas. Y tomen lección de estos enmedallados viejitos
nostálgicos. Mírenlos ahí. Obsérvenlos.
Luego de haber gobernado durante cincuenta años, ahora puestos por la
muerte ahí en fila india para hacerlos desaparecer de un manotazo en uno
de los efectos-dominó más dramáticos que se recuerdan, perderán tanto,
¡pero tanto, tanto!, que algunos de ellos no han de resignarse. De poder
hablar con Dios, protestarían. Inclusive lo tomarían por las solapas.
Nadie quiera estar en el pellejo de esos viejitos, de esos antiguos
héroes que conocieron la gloria y la indiferencia después, que fueron
amados una vez y obedecidos con miedo más tarde, y que ahora, ¡quién lo
diría!, van a perder también el poder. Oh, Señor, si en la muerte existe
memoria, qué nostalgia van a sentir.
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