2007-11-30.
Oscar Mario González, Periodista Independiente
Al este de la capital, en el litoral norte, se extienden más de dos
kilómetros de playas que siempre han sido refugio de los habaneros
durante los tormentosos meses del verano. Los fines de semana miles de
familias se dirigen a este rincón de la geografía cubana, para mitigar
el cansancio acumulado en un abrazo de mar y sol; entre el balanceo de
las olas, sobre un colchón de arena fina y a la perenne caricia de la
suave brisa.
Todos quieren disfrutar de un sábado o un domingo en las playas del
Este. Unos prefieren el tramo de Santa María, otros el de Boca Ciega,
Guanabo o Bacuranao. Liberarse de ataduras y convencionalismos; tirarse
a la arena los más ligerito posible. Llevando como única prenda un
minúsculo traje de baño que sólo oculta lo más importante y correr al
soplo del viento como alguna vez lo hicieran los primeros habitantes del
archipiélago.
Evadir la sofocación de la barbacoa donde el viejo ventilador solo logra
remover el aire caliente en su incansable e inútil girar. Olvidarse del
despertador que sobre la mesita de noche anuncia su llamado antes de
tiempo, con suficiente antelación, teniendo en cuenta la espera de la
guagua.
Poder brincar, saltar y correr sobre un manto blanco y polvoriento, como
no puede hacerlo en el estrecho pasillo del solar donde vive. Empinar la
mirada al cielo para andar entre nubes; aspirando el aire puro sin oír
hablar de la enfermedad del Comandante, ni del bloqueo, ni del
perfeccionamiento empresarial, o de Bush y los americanos.
Pero aunque todos gustan de un buen baño de mar no todos están
dispuestos a pagar el precio de las incomodidades ni a soportar los
sinsabores que tal decisión supone. Sólo aquellos que hacen suya la
frase " a un gustazo un trancazo" se atreven a emprender la odisea.
La mayor dificultad a vencer es el transporte y la limitación más común
tiene que ver con los gastos a pesar del carácter gratuito de estas
playas. En cuanto a lo primero, el transporte, se debe al insuficiente
número de ómnibus con relación a la cantidad de bañistas: mucha gente y
muy pocas guaguas.
El momento crítico es a la caída de la tarde cuando la mayoría del
personal termina de bañarse y decide regresar, ávida por quitarse el
salitre de la piel y por calmar los reclamos del estómago que durante
toda la jornada ha sido engatusada con golosinas y chucherías.
En las paradas de ómnibus los policías tratan de evitar el caos que
provocan los centenares de personas pugnando por entrar al vehículo. La
molotera forcejea y se comprime haciendo prevalecer la ley del más
fuerte y en tal circunstancia surgen riñas, groserías, ofensas con
empleo de violencia verbal y física.
Cuando el desorden aumenta y la sangre parece querer llegar al rió se
aparece el carro patrullero, procediendo al arresto de los
alborotadores, algunos de los cuales quieren hacer patente, ante su
pareja, la condición de machos incontrolables. La policía restablece la
calma dando tantos trancazos como estime necesario el agente pero sin
excederse y dejando la buena tunda para cuando estén en el calabozo sin
el estorbo de miradas recriminadoras.
Al fin la guagua arranca iniciando el regreso. La carga humana parece
contenta pese a ir como sardina en lata: comprimida, apurruñada,
"desconchinflada". Cantan, ríen, gritan y siempre aparece un cuentero
contando cuentos de relajo sin cuidar las palabras por muy feas que
puedan ser. Las carcajadas femeninas son más estruendosas mientras los
hombres repiten todo tipo de obscenidades. Es el contagio playero; es,
en fin, el cubano en estos tiempos de socialismo del siglo XXI.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=12835
PLAYAS DEL ESTE (II PARTE)
2007-12-01.
Oscar Mario González, Periodista independiente
El otro inconveniente que acarrea un viaje a la playa es el gasto
económico que representa para la familia. La oferta de productos
comestible a cargo de vendedores ambulantes estatales va desde paleticas
de helados a cinco pesos moneda nacional hasta rizos de maíz expandido a
diez el paquete.
El pan con jamón es la oferta "fuerte" y consiste en un panecito de 80
gramos con una lasca proteica casi transparente al precio de cinco. La
botella de refresco de naranja, cola o limón a diez. Otras ofertas como
el mazo de mamoncillo o el cucurucho de maní corre a cargo de algún
"luchador" furtivo que desafía no solo a la policía sino a los propios
vendedores estatales quienes ven en el a un competidor.
Así, pues comprando cinco pesos de esto y diez de estotro a cualquier
matrimonio con un niño se le van cien pesos sin apenas darse cuenta el
estómago y ello representa un tercio del salario promedio de un
trabajador simple.
A lo largo del litoral se levantan kioscos en moneda fuerte (chavitos)
con oferta nutritiva y variada pero inaccesible para la gran mayoría de
los bañistas.
Sin embargo, para los bolsillos que gozan de buena salud las Playas del
Este tienen ofertas de entretenimiento y confort a tono con los gustos y
preferencias más exigentes. Tal realidad pareciera tan extendida por el
mundo que torna inútil señalarla; más, en Cuba, tiene una connotación
especial en tanto y cuanto a tres generaciones de cubanos se les ha
pedido los mayores sacrificios y se les ha sometido a las mayores
privaciones en nombre precisamente de la igualdad.
En Santa María del Mar se puede alquilar una silla por dos chavitos y
extenderla sobre las finas arenas. Si se agregan dos chavitos más se le
entrega una sombrilla. También están los botes de pedales o bicicletas
acuáticas concebidas para cuatro personas pero donde usted puede montar
a toda la familia siempre que abone cuatro pesos por cada hora de
disfrute. También hay lanchas de velas individuales y botes para 8
personas. Para mayor comodidad un servicio esmerado que le lleva el
mojito o el daiquiri hasta la propia sombrilla.
Por supuesto que el alquiler de estos pasatiempos no está al alcance del
cubano promedio excepto para alguna que otra familia y a veces debido a
la bondad de un extranjero que flechado por una de nuestras criollitas
quiso halagarla junto a toda la parentela.
Pero estas playas están muy descuidadas, muy desatendidas. Sobre todo el
tramo que va de Boca Ciega a Guanabo. ¡Que feo se ve a pesar de ser tan
lindo! Parece como si en él se condensara el dolor de Cuba. Troncos de
árboles oscurecidos, objetos metálicos y piedras se unen a las algas
verdinegras. Desperdicios de todo tipo que la indolencia arroja:
papeles, envases metálicos, latas, botellas de cristal, cáscaras de
frutas y todo tipo de escombros hacen de tan maravilloso lugar un sitio
por momentos desagradable.
Cuando la tarde agoniza tras un día de sol, aire y salitre casi todos se
disponen a marchar. Muchas familias creen que valió la pena el
sacrificio; otras, dicen estar decepcionadas ante tantas dificultades y
juran no volver.
Y así, mientras unos y otros se alejan riendo o refunfuñando, el mar,
libre de tanto bullicio, lame la arena con besos de espuma. El sol,
luego de regalar sus caricias de fuego a negros, blancos y mulatos;
jóvenes, viejos y niños, se desangra en el horizonte hasta hundir su
cuerpo redondo y rojizo en las entrañas del mar.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=12849
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