El voto: un derecho o una prestación popular
Laritza Diversent Cámbara
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - En estos momentos, los cubanos
se encuentran en pleno proceso de nominación de sus candidatos a
delegados provinciales y diputados nacionales.
Esta segunda etapa de las elecciones generales para delegar los órganos
representativos del poder del Estado a nivel provincial y nacional,
transcurre sin ninguna significación social para la población de la isla.
Para el pueblo de Cuba es intrascendente el proceso electoral. Nuestra
participación política en la toma de decisiones que afectan la vida del
país se ha reducido a marcar con una cruz una hoja de papel.
Esto sucede porque casi cincuenta años de socialismo en Cuba han
desvirtuado el significado y trascendencia del derecho al voto como
prerrogativa fundamental y única forma de participación y
autodeterminación en la vida política de la nación.
El sufragio activo (derecho a elegir) es hoy entre los cubanos una
obligación que si bien, en principio no es impuesta a la fuerza,
psicológicamente estamos compelidos a cumplir.
No ejercer el derecho al voto significa ser catalogado como gusano,
escoria, contrarrevolucionario y antisocial. Significa que ante
cualquier investigación a la que seamos sometidos por parte de las
autoridades comunistas, el presidente del CDR dará cuenta de todas
nuestras actividades, nivel de vida, posibilidades económicas, etc. Nos
traería consecuencias negativas que incidirían en nuestras vidas
laborales y sociales. Incluso pudiera poner en riesgo nuestra libertad.
Bajo esta presión psíquica es que el ciudadano cubano acude a las urnas
para ejercer el derecho al voto. Pero también hay presión física y
coactiva. El casi 100% de asistencia a las mesas electorales, de lo que
el gobierno cubano se vanagloria, no es espontáneo. Una simple demora es
motivo para que seamos requeridos por los miembros del CDR.
Lo cierto es que ejercer el voto, para nosotros, ha perdido todo
interés. En la mayoría de los casos los candidatos propuestos en
nuestras boletas electorales son totalmente desconocidos.
Una simple biografía de los candidatos, expuesta en sitios públicos o a
través de los medios de difusión masivos, no es suficiente para que un
elector decida con su voto cuál de ellos es el mejor y el más capaz para
servir al pueblo.
Puedo asegurar, sin temor a equivocarme que el elector, cuando ejerce su
derecho al voto, no ha leído tan siquiera esas biografías. Puede ser
incluso que nunca haya visto sus rostros.
No creo que una cuartilla donde la foto del candidato ocupa un espacio
considerable, nos permita conocer su trayectoria política y social. Es
imposible que con esos escasos datos podamos saber cuáles son sus
condiciones personales, su capacidad y mucho menos si sus intereses son
consecuentes con los nuestros.
Eso se determina cuando esas personas propuestas y nominadas tengan una
relación estrecha, intima y personal con sus electores. Cuando los
escucharon hablar, expresarse, actuar. Pero estas elecciones cubanas
están llenas de presunciones que no admiten pruebas en contra.
El simple hecho de ser propuesto y nominado supone que debemos votar por
todos (voto unido o en bloque) porque son los mejores y mas capaces. A
eso nos incitan los medios de comunicación social de la isla, a votar
sin pensar.
Luego de la experiencia real, nos damos cuenta de la falacia de estas
presunciones. La desconfianza, descontento, inconformidad e inseguridad
de nuestro pueblo, nos demuestran que la prohibición contenida en la ley
electoral No: 72 (art.171), sobre las campañas de propaganda electoral,
no han eliminado el oportunismo, demagogia y politiquería barata que
plaga el panorama político cubano.
Esta falta de significación social y desinterés por las elecciones en
Cuba, sólo favorecen al juego político de la cúpula gobernante. Es
precisamente por esto que ha asegurado, por más de 48 años su
perpetuidad en el poder.
Son precisamente ellos los que han convertido el sufragio no en un
derecho, sino en prestación popular. Han reducido nuestra participación
y actuación en la vida política a los niveles más mínimos. Podemos
decir, sin exagerar, que les brindamos un servicio para que ellos se
mantengan en el poder.
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