El sabor del alba
Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - El café es una de las
bebidas preferidas por los cubanos. Su aroma invade las cocinas antes
que el sol, y no hay otro agente que propicie mejor levantarse para
enfrentar cada nuevo día.
Para nada oriundo de estas tierras, el cafeto llegó a Cuba en 1748,
traído por un francés, Monsieur Gelabert, quien estableció una
plantación en el poblado del Wajay, en las cercanías de La Habana.
Años más tarde, la emigración de numerosos plantadores franceses hacia
la región oriental de la isla, contribuyó a que el cultivo del cafeto
adquiriera proporciones importantes en la isla para satisfacer la
demanda en ascenso en un mercado mundial en expansión.
Una de mis aficiones favoritas para una húmeda mañana de asueto es la
del buen y humeante café matinal antes de encender un cigarrillo como
preludio a una sesión de lectura gratificante sin salir de la cama. Así
me sucedió con Café Nostalgia de la cubana Zoe Valdés. Se lee Café
Nostalgia de un sorbo. Una novela apropiada para arrebujarse en sus 352
páginas.
A diez años de su primera edición, la novela de Valdés me atrajo primero
por las resonancias del título, después por la curiosidad de todo lector
y luego de las primeras páginas por los muchos lugares que en que su
trama se despliegan y por mí visitados.
Al punto, llevado por la lectura, recorrí otra vez ciertas calles y
barrios de las dos ciudades que prefiero: La Habana y París. Realmente,
dos ciudades para caminarlas.
Y el texto de la novela en cuestión se presta para ello también. Debido
a los numerosos sitios que enumera y escoge como lugares –en La Habana y
París- donde se desenvuelven las acciones que Marcela, la protagonista,
entreteje en su andar de La Habana a Santa Cruz del Norte, de La Habana
a París, de París a Nueva York, de nuevo a París, a Tenerife, regreso a
París.
Trashumancia que revela de cierta manera el desarraigo emocional que
sufre la protagonista a causa de la tormenta de acontecimientos que la
arrastran.
A semejanza de los tapices del Museo de Cluny. Textura, colores
contrastantes, temas, personajes, olores y sabores agregados se anudan
en el texto para no dejar escapar los recuerdos de sus amigos
desperdigados por los cuatro rincones del planeta y que Marcela trata de
reunir porque son su vida misma.
Tragedia del desarraigo, pertinencia de la memoria, inmanencia de la
soledad, acaparan las cuatro esquinas de un libro que refleja la pérdida
que los cubanos sufren cuando abandonan el escenario insular. Algo para
nada ajeno del desastre nacional.
Entonces no queda más que acudir a los sentidos. El olfato, el gusto, el
oído, el tacto, la vista aparte de servir como título de los cinco
capítulos de la obra, significan para mí las aproximaciones
trascendentes de la nostalgia, esa neblina que nos envuelve cuando menos
uno se lo espera. La única manera de recobrar la realidad inalcanzable
de la isla ausente.
Hay asimismo un acercamiento proustiano en las menciones recurrentes a
las lecturas de sus obras, cuando permuta el efecto de la célebre
Madelaine al despertar sensuales olas de recuerdos por la sugerencia del
aroma de una taza de café y la importancia que ocupa el diario de Samuel
para volver a recomponer los vínculos desperdigados de sus lazos
sentimentales con la realidad y los seres queridos que no abandonan sus
recuerdos. Un símbolo que obtiene visos de universalidad cuando apunta
en la dedicatoria la mención a Pepe Horta y su Café Nostalgia de Miami.
Un lugar donde se reanudan y reencuentran las amistades en el tiempo.
Recreación de la insularidad ausente.
La insularidad norma igualmente la selección del lenguaje del texto, un
aspecto a no pasar por alto. En un español matizado de vocablos de valor
significativo para los cubanos, sobre todo de 40 y más años, encontramos
otro segmento tangible de nuestra insularidad. Justamente, la presencia
de: armar un guateque, cañangazo, mamey, chicharingo, asere, bolá,
bolaíta, envolvencia, darse candela, cortar la muela, etc. atrapan una
porción del escenario ausente que los recuerdos de los amigos impide borrar.
En fin, Café Nostalgia me hizo atravesar la neblinosa sabana de las
memorias, donde reencontré rostros y nombres que guardo con afecto y que
hoy, como los amigos de Marcela, siguen sus vidas por esos mundos,
asimismo me ofreció el regalo de un texto bien elaborado, como se acepta
algo para recordar.
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