Cuba: Los laberintos y el general
La coyuntura cubana actual vive un complejo momento transicional lleno
de paradojas e incertidumbres.
Por un lado, Fidel Castro, es decir, el centro político nacional por más
de cuatro décadas, yace convaleciente desde hace año y medio, y gasta su
tiempo en aconsejar al mundo un mejor vivir y en aplaudir –como buen
porrista interesado- las torpezas políticas de Hugo Chávez. Luego,
tiene un presidente sustituto –el general Raúl Castro- que da pocas
evidencias de querer serlo, o al menos de decidir en consonancia. Lo
acompaña una clase política tan asustada que pareciera carente del don
de la motilidad, como cuando un papa de largo reinado agoniza y los
cardenales murmuran temerosos de Dios y de sus sombras. Y tiene,
finalmente, una oposición que se describe a si misma como la tabla de
salvación ética y política pero que no parece convencer a la mayoría de
la población, ni siquiera a minorías significativas, de su validez como
interlocutora política.
Un saldo ciertamente peligroso si tenemos en cuenta que cada minuto de
retraso en la evolución cubana significa más oportunidades perdidas que
nunca regresan. Y más cansancio, más despilfarro de recursos humanos,
más deterioro para una meta socialista que años atrás cautivó los
corazones de millones de personas y hoy yace secuestrada por una clase
política que la ha esterilizado hasta convertirla en la imagen de un
régimen político autoritario, un sistema de pobreza repartida y
mediocridad económica.
La pregunta que todos los analistas se hacen es si el general Raúl
Castro está dispuesto a introducir cambios sustanciales en el sistema
cubano, y si así fuera, hasta qué punto. A la primera pregunta
respondería que si, teniendo en cuenta que Raúl, a diferencia de su
grandilocuente hermano, es un político pragmático, con sentido de la
finitud, que posiblemente ha percibido el grado de vulnerabilidad
económica a que se expone el país con su dependencia de los subsidios
venezolanos. A la segunda respondería con más cautela, pues el resultado
final va a depender de factores diversos como la personalidad del
general Raúl Castro y las características de su entorno, incluidos en él
los posicionamientos de la clase política cubana.
Ante todo, creo que considerar al general como un demócrata es un
chiste de mal gusto, pero identificarlo simplemente por su habitual rol
represivo en el sistema es un error político. Su definición como un
político pragmático indicaría que se trata de una persona que está
dispuesta a realizar los cambios pertinentes para conseguir la
reproducción del régimen, y por consiguiente que tampoco estaría
inclinada a realizar más cambios de los necesarios. Y estos cambios se
producirían directamente en la esfera económica (desestatización de la
agricultura, reforma empresarial, incentivo a la inversión extranjera,
apertura de mayores espacios a la pequeña iniciativa local, eliminación
de la política de subsidios al consumo alimenticio, eliminación de la
doble moneda, etc.) con relajamientos políticos imprescindibles para
facilitar una dinámica económica más abierta a las fuerzas del mercado y
la iniciativa privada. En otras palabras, nada indica que esté en
discusión una reestructuración política sustancial que apunte hacia una
ampliación de la democracia más allá de lo estrictamente funcional.
Sin embargo, para que el general pueda hacer los cambios económicos
antes mencionados, deberá vencer obstáculos mayores dentro de la propia
clase política cubana.
Por un lado, vencer la resistencia de los sectores conservadores
tradicionales, particularmente fuertes en el aparato del Partido
Comunista, donde se reúnen algunas figuras "históricas" que con el paso
del tiempo han agregado a sus opacidades mentales habituales, una
terquedad dogmática a toda prueba, y que presienten con toda razón que
cualquier movimiento del sistema los dejará inevitablemente desempleados.
A la resistencia conservadora se suma la vacilación de las figuras
políticas jóvenes incubadas directamente por Fidel, que también
presienten que sin la presencia, siquiera lejana, del Comandante, serían
cazados como conejos en un tabloncillo de baloncesto. Este grupo se ha
caracterizado por demostraciones afectivas exageradas a Chávez. Hace
solo unas semanas uno de sus integrantes –el canciller Pérez Roque-
aseguró que Cuba estaba dispuesta a renunciar su soberanía por la
integración a Venezuela, lo que fue desmentido oficialmente por otro
alto funcionario cubano. Otro de ellos –el vicepresidente Carlos Lage-
declaró que Cuba era el país más democrático del mundo pues tenía dos
presidentes, Fidel Y Chávez. Un grave error de apreciación, pues tener
dos presidentes no hace a un país más democrático, sobre todo si no ha
elegido a ninguno de los dos, pero sobre todo una falta mayúscula de
tacto político para con el general-sucesor.
Ambos grupos, sin embargo, son remanentes reprimibles o cooptables, y
sus respectivas beligerancias solo son posibles por la persistencia en
el escenario político de Fidel Castro, quien ha marcado públicamente
diferencias con las pocas iniciativas adoptadas por su hermano, como
sucedió recientemente cuando Cuba firmó los acuerdos sobre derechos
humanos que Fidel había denunciado en 2004 como "instrumentos del
imperialismo".
Quizás más difícil sea reagrupar a los sectores que dentro de la clase
política estén interesados en los cambios –militares, estamento
tecnocrático/ empresarial, cuadros partidistas intermedios, burócratas
liberales- pero que hoy permanece fragmentada. Y hacerlo en el breve
tiempo en que aún es posible hacer los cambios garantizando las
coordenadas de la gobernabilidad.
Obsérvese, sin embargo, que solo hablo de coyunturas, de cortos plazos
irremediables donde las utopías (hacia la derecha o hacia la izquierda)
son malas preguntas que obtienen malas respuestas.
Y las coyunturas son crueles. Probablemente eso lo sabe el General Raúl
Castro, un hombre pragmático, se dice que amante de sus nietos y con un
sentido de la finitud lejano de los arrebatos megalomaniacos del
hermano. Posiblemente sabe que lo que hoy parece inmenso en la coyuntura
es solo un detalle en la historia, condenado al olvido. Y que a él, como
buen mortal, también le toca el olvido. Solo que, como decía Borges,
algunos olvidos suceden a manera de castigos y otros a maneras de perdón.
Ojalá que el general lo sepa.
Haroldo Dilla Alfonso
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