Por Rafael Rojas (*) El País (Madrid)
Con un uso preciso del lenguaje, los gobernantes cubanos hacen y
deshacen periodos de la historia contemporánea de Cuba a su antojo.
Entre esas élites, por lo visto, no hay acuerdo sobre si el "periodo
especial" debe declararse superado o no. Lo que sí parece asunto del
pasado es la "batalla de ideas", tan ligada a la presencia física de
Fidel en los medios insulares. La mera ausencia del líder produce una
involuntaria distensión retórica, que moviliza la impertinente pregunta
del por qué ahora. ¿Es que la enfermedad de Fidel conjura los peligros
de "invasión"? O es que la isla nunca ha estado realmente amenazada en
las últimas décadas y que el "peligro" no ha sido más que una excusa
para reprimir opositores y postergar reformas.
Con la enfermedad de Fidel han perdido visibilidad política los
artífices de la "batalla de ideas" y se ha operado un cambio
significativo en el idioma del poder. El énfasis de la ideología ya no
está puesto en la "unidad" y la "identidad", sino en el "debate" y la
"diversidad". Los últimos discursos de Raúl Castro y Ramiro Valdés y las
intervenciones públicas de nuevos líderes, como Mariela Castro Espín y
Carlos Lage Codorniú, hablan ese lenguaje. Pero otros altos
funcionarios, como Ricardo Alarcón y Felipe Pérez Roque, todavía
sostienen el idioma confrontacional de la guerra fría.
Trátese sólo de un flanco experimental y pasajero, mientras Fidel se
recupera, o de una estrategia de Estado, que aún no logra pleno consenso
dentro de las élites, es preciso comprender el sentido de ese lenguaje
para evitar otra frustración de expectativas reformistas. ¿Qué entiende
por "debate" la clase política cubana? En esencia, una discusión entre
"revolucionarios", que excluye y deslegitima, naturalmente, a opositores
y exiliados, sobre mínimas reformas económicas, como el traslado del
"sistema de perfeccionamiento empresarial", una autonomización mercantil
del sector productivo de las Fuerzas Armadas, a toda la economía estatal.
¿Qué entiende por "diversidad" esa clase política? En síntesis, la
diferenciación social generada por la inequitativa distribución del
ingreso, el desequilibrio en el desarrollo regional y la nueva
estratificación producida por el sistema mixto de corporaciones, la
dispareja recepción de remesas y la doble circulación monetaria.
"Diversidad" es, también, el mundo de las alteridades sexuales,
genéricas, raciales y migratorias que, como en cualquier otro país
occidental, se ha venido afirmando en la cultura cubana, por lo menos,
desde mediados de los ochenta.
Las nuevas diferencias sociales son vistas con preocupación por las
élites de la isla. Además de crear la base de un malestar cada vez más
generalizado, esas diferencias hablan de una latinoamericanización de
Cuba -aumento acelerado de la pobreza, la desigualdad, el desamparo, el
crimen y la corrupción- que ya no ocultan los propios académicos del
Partido Comunista y que amenaza el rol simbólico que cumple la isla
dentro de la izquierda mundial. Lamentablemente, esas diferencias
sociales son atribuidas, por Fidel Castro y el funcionariado más
ideológico, a la introducción de elementos de mercado en la economía, de
los noventa para acá, y no al fracaso de medio siglo de estatalización
de la vida. Esa percepción del origen de la desigualdad y la injusticia
en Cuba resta incentivos a un cambio estructural de la economía socialista.
La nueva diversidad cultural también es vista con preocupación por un
liderazgo acostumbrado a concebir la sociedad cubana como una ciudadanía
homogénea, regida por los valores de la "identidad" nacional. El
Ministerio de Cultura, por ejemplo, que hasta hace muy poco rechazaba en
bloque los discursos y las prácticas de la "diferencia", se ha adaptado
a esa corriente de afirmación de alteridades que, en las últimas tres
décadas, atraviesa la producción cultural cubana, suscribiendo el
lenguaje de la diversidad, aunque con límites obsesivos. La diversidad
reconocida es sólo cultural, no política, y se entiende como un reclamo
de comunidades autónomas contra la globalización del mercado y la
democracia. Esa idea de la diversidad también resta incentivos a una
reforma, ya no económica, sino política del Estado cubano.
¿Puede haber reconocimiento pleno de la diversidad social y cultural
bajo un régimen de partido único? Los gobernantes cubanos creen que sí.
Sin embargo, los límites ideológicos que regulan la inclusión o la
exclusión de sujetos en esa "república socialista" son demasiado
evidentes. La república misma, constitucionalmente entendida, está
adjetivada y, por tanto, controlada por una minoría hegemónica: la
minoría comunista. La pluralidad real de la ciudadanía cubana, dentro y
fuera de la isla, no puede ser reconocida bajo un régimen así porque
quienes se oponen al partido único y a la economía de Estado quedan
fuera, ya no de la distribución de derechos civiles y políticos, sino
del debate sobre la posible reforma.
A esa diversidad controlada políticamente por el régimen de la isla
podría oponerse el concepto de dignidad, desarrollado por José Martí en
su pensamiento político. La formulación más conocida y, a la vez, más
completa de esa noción se encuentra en el discurso "Con todos y para el
bien de todos", pronunciado en el Liceo Cubano de Tampa, el 26 de
noviembre de 1891. Allí Martí dice la frase, que sus intérpretes
fidelistas han hecho consigna, aislándola del cuerpo del discurso y
atribuyéndole un significado parcial, de "yo quiero que la ley primera
de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del
hombre".
Por dignidad entendía Martí el reconocimiento de todos los derechos que
asisten al ciudadano de una república moderna: desde los sociales y
económicos -trabajo, educación, salud, vivienda, comida- hasta los
civiles y políticos: libertad de asociación, de movimiento, de culto o
de expresión. La dotación de esos derechos carecía de límites
ideológicos o políticos, ya que, como se lee en el mismo discurso, hasta
los propios enemigos de la independencia -cubanos autonomistas o
anexionistas, hombres y mujeres, pobres y ricos, negros y blancos,
criollos separatistas o peninsulares colonialistas- estaban incluidos en
la república martiana.
Así entendida, como respeto al "carácter entero" de los ciudadanos o al
"ejercicio íntegro de los demás", la noción martiana de dignidad se
acercaba, a fines del siglo XIX, a la comprensión contemporánea de ese
concepto, que aparece en estudios como "Las fronteras de la justicia"
(2007) de la filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum. A partir de una
relectura de Aristóteles, Kant y Rawls, Nussbaum sostiene que la
distribución desequilibrada o incompleta de derechos económicos,
sociales, civiles y políticos produce una pérdida del valor de la
dignidad humana. Eso es, en esencia, lo que sucede en Cuba: la
degradación de la dignidad del ciudadano por ausencia de derechos
civiles y políticos o por falta de una "república con todos y para el
bien de todos".
(*) Historiador cubano exiliado en México y premio Anagrama de Ensayo
por "Tumbas sin sosiego".
http://www.diariolacapital.com/2007/10/27/opinion/noticia_424343.shtml
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