Un deseo llamado autobús
Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión
LA HABANA, Cuba - Agosto (www.cubanet.org) - Identificado universalmente
como ómnibus, bus o autobús, en Cuba se le llama guagua al vehículo de
transporte público. Según el Nuevo Catauro de cubanismos de Don Fernando
Ortiz, este vocablo es reconocido como una voz cubana de género femenino
y rectifica a la ilustre Academia cuando apunta: "Se equivoca la
limpiadora corporación, que sin duda interpretó erróneamente un texto de
Esteban Pichardo".
A continuación explica Ortiz: "Guagua se refiere aquí siempre al ningún
costo o precio de las cosas, y sólo por extensión figurativa a la
baratura. En uno y otro caso siempre es el precio y no el aprecio lo que
define nuestra guagua". El polígrafo cubano no anotó nada con respecto
al transporte público.
Quizás por la baratura del precio del transporte los cubanos extendieron
la significación y llamaron al ómnibus guagua, cuando se eliminaron los
lentos tranvías y los veloces autobuses acapararon el servicio público
alrededor de los años 40 del siglo pasado. Sin embargo, este cubanismo
encierra actualmente un referente contextual que traspasa los límites de
subir a un vehículo y trasladarse al destino necesario por un precio módico.
La ruptura de la frontera entre la espera y la desesperación por subir a
una guagua se torna real después de aguardar su llegada por más de
treinta o cuarenta minutos bajo el calor del verano.
En esta temporada de vacaciones familiares "coger una guagua" se hace en
grupos de tres, cuatro o más personas ligadas por amistad,
consanguinidad o relación profesional. Ir a alguna parte cuesta más
trabajo que concertar los gustos en una misma dirección.
Francisco prometió a su esposa llevar a los tres hijos a disfrutar del
parque de diversiones próximo al puerto habanero. La realización de su
deseo le costó cara. Después de permanecer media hora en la parada de
ómnibus optó por hacer señas a un taxi privado que los dejara cerca de
su destino. Sonrió con satisfacción. Iba a cumplir su promesa. Antes de
entrar al parque ya había gastado cuarenta pesos.
Mariana tuvo que desplazarse a un hospital del municipio Cerro desde su
casa en Centro Habana para atender a su padre. Alquiló dos taxis. Llegar
al hospital le costó veinte pesos.
Héctor respondió a los reclamos de su esposa e hija: las llevaría al
cine. Era un imperativo dictado por el período vacacional de los
muchachos. Coger otro aire, compartir juntos algo tan sencillo como ir
al cine le costó treinta veces más que el precio de los tickets para
disfrutar de una buena función.
Ellos viven en un suburbio donde del antiguo cine únicamente quedan las
ruinas. Transportarse al centro de la ciudad casi le cuesta a Héctor un
ojo de la cara.
Uno de los deseos más recurrentes del cubano al salir a la calle es
encontrar una guagua. Para ello le ruega con insistencia al buen Dios.
Si no se cumple el deseo, no tendrá más alternativa que desistir de
trasladarse a su destino, o levantar el brazo para hacer señas a los
carros que pasan, de alquiler preferentemente, a ver si la suerte lo
acompaña. Y el bolsillo también.
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