Saturday, August 11, 2007

Cuba particular: otra forma de viajar

11/8/2007 Edición Impresa OTRA FORMA DE VIAJAR

Cuba particular

Alojarse en casas de familias, comer en paladares y recoger a
autostopistas permite a los viajeros conocer la cara menos turística y
artificial del país caribeño

HELENA LÓPEZ
LA HABANA

Cada vez más viajeros renuncian a las comodidades de los hoteles
convencionales para pasar sus días de vacaciones conviviendo con
familias cubanas. Compartiendo apagones, cortes de agua y charlas sobre
el último capítulo de la novela de la sobremesa, las historias de sus
antepasados gallegos o, si insisten solo un poquito, su opinión sobre el
futuro del régimen. "¿Allá en España qué cuentan de la salud de Fidel?
Aquí no nos enteramos de nada", pregunta tímida la regente de un paladar
a cuatro turistas catalanes. "De lo único que se habla aquí ahora es de
los juegos panamericanos", añade.
Por la isla se extiende una red de casas particulares que alquilan
habitaciones a turistas, distinguidas con una pequeña marca azul
dibujada en la puerta. El precio real --el que los viajeros pagan, no el
que las familias declaran-- no pasa de los 20 pesos convertibles (la
moneda cubana para extranjeros, cuyo valor equivale al del dólar) la
habitación doble, normalmente con baño privado. A diferencia de los
paladares, estas casas son muy fáciles de encontrar, incluso en algunas
guías (Lonely Planet ofrece decenas de referencias por toda la isla).
Además, una vez se encuentra una, esa misma familia se suele ofrecer a
buscar la siguiente en el nuevo destino. Hospedarse en ellas ofrece
placeres tales como poder vivir una tormenta tropical desde su puerta,
sentado en una mecedora bajo sus portales, al más puro estilo cubano.
María trabaja en un paladar. Sabe que lo hace de forma ilegal y que si
la descubren la multa puede ser de aquellas que duelen, pero no tiene
miedo. "De jodida pa'lante no hay pueblos", explica esta mulata de
sonrisa infinita y mirada triste. Como ella, muchos habaneros se sacan
un (casi imprescindible) sobresueldo dando de comer a turistas sedientos
de sumergirse en la atractiva realidad cubana. Aunque hoy en día a casi
todo restaurante cubano convencional se le llame paladar --es lo que el
turista suele pedir--, todavía existen personas que ofrecen a los
foráneos la mesa de su humilde comedor, con un plato de moros y
cristianos (arroz con frijoles) y una buena langosta con camarones
siempre a punto: auténticos paladares (reconocidos o no). Al estar al
margen de la ley --como casi todo en La Habana-- el precio es
negociable. Pero quien domine el arte del regateo puede meterse una
langosta entre pecho y espalda por menos de 10 pesos convertibles.

El encanto de la botella
Para desplazarse de ciudad a ciudad, la botella --forma como los cubanos
llaman al autostop-- es el sistema universal en la isla. Los más
aventureros pueden optar por hacer botella ellos mismos, pero, si se
dispone de pocos días y de un mínimo capital, lo más práctico es
alquilar un coche --a unos 70 u 80 pesos convertibles diarios-- y
recoger a los cubanos que hacen botella.
De este modo se pueden encontrar a todo tipo de personajes que, en la
intimidad que propician los menos de dos metros cuadrados de un austero
utilitario, pueden explicar cosas que quizá no harían en plena calle. Y
lo mismo pueden acabar siendo ayudados a cambiar una rueda de su
vehículo por un par de campesinos que pasaban con sus caballos por una
carretera inhóspita y llena de cangrejos traicioneros. Y que uno de
ellos les explique que su hija se marchó a Miami en cigarreta (balsa)
hace dos años, así que no podrá volver a verla hasta dentro de otros
tres (los cinco años de rigor). Y que la operación le costó a la familia
10.000 dolares. Y el azar incluso podría hacer que la escena se
produjera frente a una joven estudiante autóctona (que habría llegado al
coche accidentado haciendo botella) que, una vez reprendido el viaje
--la maña de los cubanos con los coches es indescriptible--, corrigiera
la imagen del país dada por el solidario aldeano con un "la gente que se
marcha de aquí lo hace por ambición, no por política. ¡10.000 dólares!
Quien reúne aquí esa cantidad es quien más tiene, y quien quiere tener
más y más, por eso se marcha. Pero de lo realmente esencial no nos falta
de nada". "Quizá tenga razón, pero no solo de pan vive el hombre",
responde el turista-conductor, en un tono lo suficientemente alto para
que le oiga el copiloto, y lo suficientemente bajo para que no lo haga
la joven interlocutora.
En la misma ruta, unos kilómetros más allá, el citado coche recoge a pie
de autopista a una bailarina que les confiesa que chatea por internet
buscando a alguien que le haga una carta de invitación para salir del
país. "Busco alternativas profesionales que me permitan salir", precisa.
Pocos metros después de bajar ésta, encuentran a una mujer con su bebé y
su padre. Lleva tres horas a pleno sol esperando que alguien les acerque
los 20 kilómetros que la separan de su casa. Como son cuatro, los
turistas solo montan a la madre y al bebé, así que el abuelo se queda en
tierra, aunque lo hace con una enorme sonrisa. "¡No hay prisa!",
responde a los jóvenes que se disculpan por no disponer de sitio para todos.

Tele en familia
Otra de las ventajas de moverse en coche de alquiler es disponer de
radio: otro gran ejercicio de inmersión cultural. También resulta muy
educativo mirar los programas de la televisión junto a las familias
durante la cena (las que no miran la televisión digital pirata).
Uno de los programas estrella es Tras la huella, una especie de CSI a la
cubana, donde la policía deja patente que, en Cuba, tarde o temprano
todo infractor es cazado. "Nos ponen esto en la televisión para darnos
miedo. Para que veamos que al final la policia siempre da contigo. Nos
tienen a todos controlados", explica Ana, propietaria de un paladar en
La Habana Vieja, mientras comparte café y confidencias de sobremesa con
sus huéspedes.
Si alquilar un coche es lo mejor para recorrer la isla, para moverse por
la capital el taxi --en todas sus versiones-- es el rey indiscutible.
Pero no hay que bajar la guardia. Aquí, como en todo, también es
necesario el arte del regateo, ya que ver un taxímetro en marcha es tan
inusual como una tarde de verano sin tormenta. Por un mismo trayecto, de
la plaza de la Catedral a la de la Revolución, le pueden pedir a un
turista de tres a ocho pesos, dependiendo de la pinta (como en todas
partes, claro). Pero si no tienen prisa, resistan cual isleños. A veces
hay que dejar pasar hasta tres taxis distintos, pero finalmente
encontrarán la tarifa más justa (o ajustada, depende de cómo se mire).
Como en todos los lugares, hasta el más remoto, de los taxistas se
aprende mucho.

http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&idnoticia_PK=431834&idseccio_PK=1075

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