Yosvani Anzardo Hernández
4 de julio de 2007
Holguín, Cuba – bitacoracubana - Lo que les cuento hoy es tan real que
la fecha no es importante. Pudo ser cualquier día del año, incluso
cualquier año de los últimos casi cuarenta y nueve, y además, con
seguridad está sucediendo en estos momentos con muchas personas: hombres
y mujeres de distintas razas, creencias y edades, pero igualados por un
diabólico sistema judicial en el que comparten un mismo delito, sin
dudas, el de ser cubano.
Ese día se sentía la humedad de el futuro aguacero en el aire, los
policías llegaron como el agua, pero primero y con mucha más violencia.
La fetidez de sus almas putrefactas prevalece durante mucho tiempo,
algunas personas aseguran que dura toda la vida, basta con recordar lo
sucedido y el aire se llena de ruidos infernalmente humanos, de olores
particularmente desagradables, de ideas descabelladamente cuerdas por
momentos y sobre todo, de pena, pena por nosotros, por nunca entender a
tiempo el origen de la maldad, la mentira y la manipulación. Pena por
quienes no la sienten y hasta por los que por ley están condenados a
sentirla.
El odio corroe el alma, pero la impotencia la condena al sufrimiento
profundo y al insomnio eterno.
Las leyes aquí sólo sirven para condenar, y las que te salvan no pueden
ser esgrimidas, por esa razón no hablaré de violaciones de procedimiento
ni estableceré forcejeo con el código civil y la constitución, pues en
el momento que hizo falta, nadie escuchó, y ahora, no es lo más urgente.
Durante el impune registro encontraron la prueba que necesitaban para
acusar por uno de los delitos más fuertemente castigados en Cuba. Dentro
de una olla de presión hallaron tres libras de carne de res en estado de
cocción. –Los doce años de cárcel no te los quita nadie –aseguró uno de
los seres que se transforman al vestir el uniforme azul: portador del
virus de la degradación, la estupidez y la cobardía; pues los que se
visten con él, de pronto son valientes al sentirse seguros e inmunes,
gracias a la protección que ofrece la mafia a la que pertenecen.
El detenido fue conducido a la unidad de la policía sin pensar él que
pasaría allí veinte y cuatro días de humillaciones, provocaciones, y
golpes. Estuvo incluso toda una noche colgado de una mano con uno de
esos artefactos que le llaman esposas; once interrogatorios en sólo una
noche y relatos de todo tipo de desgracias familiares, incluyendo la
detención de toda su familia y la falsa muerte de la madre.
Luego lo condujeron en uno de esos camiones policiales, cerrados y
repletos de personas, donde es difícil respirar, a la unidad de tortura
conocida como procesamiento penal y en la que según el pueblo "Todo el
mundo canta". Estaban decididos a obtener no una confesión sino una
delación, y esgrimían que el detenido era el jefe de una organización
criminal.
Trece días más de torturas y si bien es cierto que son más variadas,
también lo es el hecho de que son iguales de atroces. Humedad,
oscuridad, aire sofocante, costillas partidas, castigos porque no
hablas, heridas que nunca sanan.
Algo se detuvo por treinta y siete días, pues desde el principio mucho
se sabe, luego volvió a andar, más lento, más sereno, más intenso, el
pulso se estabiliza y el dolor se socializa, se comparte con muchos, es
algo que ellos no entienden, me hicieron lo que soy y hablamos sin
palabras porque tenemos lo necesario, los mismos latidos, porque el
detenido, era mi padre.
Agencia de prensa Jóvenes sin Censura
http://www.bitacoracubana.com/desdecuba/portada2.php?id=5094
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