Matando la jugada
Mientras El Mataperros no pasó de ser un vago por falta de
oportunidades, el actual Matajugada es parte del conglomerado, regla
dentro de la sociedad.
José Hugo Fernández, La Habana
lunes 28 de mayo de 2007 6:00:00
En uno de sus enjundiosos artículos de costumbres (aunque no por
enjundiosos sean hoy objeto de la más mínima referencia), nuestro caro
Emilio Roig de Leuchsenring trazaba el perfil de "El Mataperros",
especie de infeliz marginal habanero que al parecer se dio silvestre en
las primeras décadas del siglo XX y que aún pervive, en versión moderna,
o sea, degenerativa, ahora bajo nuevos códigos y con otro nombre: "Los
Matajugada".
Si nos atenemos con justeza a la letra, Los Mataperros de Roig de
Leuchsenring "no son sino desgraciados niños faltos de vigilancia y
cuidado". Y es en esta misma delineación donde se nos abre de entrada un
abismo con respecto a su similar de nuestros días. A Los Matajugada bien
puede faltarles, y les falta, todo lo humano y lo divino, menos
vigilancia. Aunque ello no ha impedido (sino lo contrario) que sean
tanto o más desgraciados.
Además, crecieron. Ya no son niños, o no únicamente. El club de los
actuales Mataperros ensancha hasta los extremos el rango de edades para
la admisión de sus miembros. Desde los cinco años, cuando damos los
primeros pasos en el preescolar, hasta bordeados los 70, edad que según
los gráficos oficiales marca las expectativas de vida en Cuba,
cualquiera de nosotros puede aspirar (y casi todos aspiramos en algún
momento, de alguna manera, más y menos conscientemente) a convertirse en
un Matajugada.
Porque si bien el concepto "mataperrear" resultó fácilmente abarcable
dentro de los límites de nuestro lenguaje común, desmenuzar hasta el
grano la expresión "matar la jugada", plantea punto menos que una proeza
para los lexicólogos. No es posible enumerar todas sus acepciones y
desentrañar las hondas complejidades de su significado sin sacarle tres
varas de lengua al idioma.
Lo aceptamos, lo celebramos, lo imitamos…
Mientras El Mataperros no pasó de ser un vago por falta de
oportunidades, un parásito por vago y un paria por condena social,
nuestro actual Matajugada es parte y representación corriente del
conglomerado. En tanto el primero fue por fuerza la excepción (mosca en
la sopa), el segundo es regla dentro de la sociedad. Y como regla, lo
aceptamos, lo entendemos, lo celebramos, lo imitamos.
Aquí y ahora, "matar la jugada" es una práctica que incluye pero a la
vez desborda por completo los deslices del Mataperros. Y los multiplica,
para mal.
En principio, no conlleva la simple vagancia, sino un tipo de actitud de
negación y resistencia ante el trabajo, no por lo que éste representa,
ni siquiera por los esfuerzos que demanda, sino por la nula utilidad y
la carencia de sentido con que se nos ofrece. También por lo fácil que
resulta burlar sus normas. Por lo demás, El Matajugada es igualmente
parasitario, sólo que a la manera de las orquídeas, que se adhieren a un
palo podrido y seco, malviviendo hasta el fin en absoluta dependencia de
sus precariedades.
"Mata la jugada" todo el que entre nosotros hace las cosas (cualquier
cosa, sea trabajo, estudio, o los más diversos procederes y
participaciones sociales, económicas, humanas), ateniéndose no a lo que
debe o a lo que sus recursos personales le permitan, sino a lo mínimo
que tiene que hacer para dar públicamente la impresión de que hace. Es
un estándar, un patrón general y cotidiano.
Una de las preguntas más ordinarias que suele escucharse en nuestros
ámbitos, con su consecuente respuesta, es: "¿Qué haces?". "Aquí, matando
la jugada".
Pero "matar la jugada" tampoco es mero sinónimo de simulación. Se trata
de algo más severo, toda vez que ha introducido en nuestro inquieto y
aun emprendedor sistema de conducta, un comportamiento extraño, que nos
deforma la personalidad y que repercute en nuestro espíritu, con fría
violencia, afectándolo, como al músculo que termina en distrofia por
falta de ejercicio.
Mucho más grave todavía, por escandalosa, es la tranquilidad, la
resignación, la indolencia con que nos asumimos a nosotros mismos en
tanto matadores de jugadas.
Corchos sin peso
Parece insólito que un resabio tan nefasto como este de "matar la
jugada", que en la Isla apenas había conseguido trascender el cubil de
los políticos y de la política, haya llegado a impregnarse de forma tan
orgánica en el proceder habitual de cientos de miles, tal vez millones
de personas sencillas, con el corazón a flor de piel y hecha a golpes de
machete y del pico y la pala.
La única explicación que cae a mano (por más que no debe ser la única)
es la perniciosa politización que han estado inyectándonos en vena desde
que nacemos, sistemática, impune, implacablemente, a lo largo de casi
medio siglo.
En rigor, Los Matajugada de aquí no somos sino corchos sin peso
específico sobre la corriente manipuladora de la política. Y no sólo
(aunque sí fundamentalmente) de la política del régimen. También desde
el exterior se mata la jugada con nosotros.
Para no ir lejos, bastaría con el socorrido ejemplo de quienes acaban de
propiciar (¿y/o pagar?), y aplauden ahora mismo la liberación del
jenízaro Luis Posada Carriles. Incluso, la de quienes, en lugar de
llamarlo por su nombre propio de verdugo, lo glorifican con el de
"luchador anticastrista". ¿Acaso no es un modo como otro cualquiera de
matar la jugada de la politiquería? Sólo que de paso le reportan al
régimen el beneficio de nutrir su histrionismo victimario, a la vez que
animan el sonsonete de la izquierda mundial.
Y el ridículo embargo (más ridículo aún cuando es llamado "bloqueo"),
¿acaso no responde sino a cierta estrategia (sardina para la sartén del
egoísmo) tendiente a matar la jugada mientras pasa el tiempo y siguen
amasándose en lo oscuro las ambiciones de tres o cuatro rancios
ricachones sin alma?
"Las gentes demasiado preocupadas de sí mismas —reprochaba Roig de
Leuchsenring— miran a los pobres Mataperros como seres degenerados,
viciosos, incapaces de corregirse, rebeldes a toda educación y
disciplina, carne de presidio". Pues a juzgar por el tratamiento y el
caso que hoy dispensa a Los Matajugada, esa gente que parece preocuparse
demasiado de sí misma, se diría que nos están mirando con mucha menos
consideración.
Sin embargo, si alguna cualidad guardamos todavía en común, si algo nos
sitúa a nivel, es que tanto ellos como nosotros estamos, vivimos,
matando la jugada.
http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro-en-la-red/cuba/articulos/matando-la-jugada/(gnews)/1180324800
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