2007-01-01
Shelyn Rojas, Periodista Independiente
Janet emigró para España hace diez años. Sólo terminó sus estudios de
enseñanza media. La miseria y las ansias de ser tratada y valorada como
una persona la arrojaron hacia las calles de la prostitución, como gran
parte de las jóvenes en este país. La belleza y la juventud la
acompañaron con éxito.
En menos de un año, ya estaba vestida de blanco, anunciando en un coche
moderno descapotable por las calles de la Habana Vieja su triunfo y el
boleto hacia la libertad.
Esta es la segunda vez que Janet regresa a su país natal. Aquí dejó gran
parte de su familia. Siempre está atenta de la manutención de su madre y
sus hermanos.
Sofía, su hermana mayor, a pesar de seguir los pasos de Janet, no tuvo
la misma suerte.
En los viajes, Janet siempre trae a su familia ropa, dinero y algún que
otro objeto de "tecnología avanzada" que en este país no ven los cubanos
de a pie.
En el aeropuerto, Janet se queja de sentirse cada vez que llega tratada
como una criminal. Su delito es querer ver a su familia.
No la dejan traer un ordenador. Aunque vista bien, huela a Chanel y sea
ciudadana española, para las autoridades aduanales sólo es una cubana.
Y siempre en la Aduana tiene que permitir ser víctima del maltrato y los
decomisos al antojo de los aduaneros.
Esta vez les trajo a sus hermanos unos móviles. Aquí ella sí puede
cargar la tarjeta y abrir una cuenta. El pasaporte español sirve al
menos para algo. Los cubanos no tienen esa suerte.
Sofía tuvo que aprender cuidadosamente como manejar el móvil. La primera
vez que lo tuvo en sus manos, gastó tres dólares de la tarjeta, sin
hacer ninguna llamada telefónica.
Janet se rió y la enseñó como se maneja un móvil. Le comentó que estando
en Cuba cometió barbaridades innatas de alguien que sale del atraso
total. De lo simple a lo profundo.
Le hizo el cuento de sus primeros lentes de contactos azules. Una noche
los guardó en un vaso con agua. Por la madrugada, al sentir sed, medio
dormida, se los tragó. No sabía como decirle a su esposo lo acontecido
con los lentes. Después, en España, se compró otros y obvio, no sucedió más.
Sonríe y se sonroja pensando cuando llegó a España todas las atrocidades
que cometió.
Con dulzura, le responde a su hermana que no se preocupe, que todos
pasan por esas cosas una vez que salen del atraso. Es el cambio.
Su vista se aleja del balcón de su casa y mira la gente pasar.
–El cambio es necesario. Cuanto antes llegue, mejor.
Siente pena por los suyos. Ella ya cambió y no lo lamenta.
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