Monday, October 30, 2006

Llegar a Kabul

Llegar a Kabul

Por Jorge Olivera Castillo

Bitácora Cubana, 28 de octubre de 2006 – La Habana

– Los huesos se desperdigaron a pocos centímetros de la acera. Eran los
restos del almuerzo que el joven vertía desde el balcón.

Pollo, arroz, moro y vegetales. Entre los residuos sobresalían tres
rodajas de pepino.

El júbilo se materializaba en derredor de las sobras arrojadas sobre el
pavimento. Dos perros, desgarbados y sucios, de la felicidad inicial
transitaban hacia una enconada disputa por llevarse el "botín".

En lo alto, expectación. Nada más reconfortante que un emperrado combate
con el estómago a tope. Esa es la tónica expresiva del espectador, aún
con el plato sostenido en la diestra apoyada sobre la baranda.

Con el torso desnudo, el joven grita con desenfado, inscribe en el éter
una tormenta de groserías en defensa del animal disminuido por su
adversario.

Va al interior del recinto, que parece ser su hogar. Regresa en segundos
empuñando una chancleta apenas reconocible por el deterioro y el polvo
convertido en una pintura negra.

Lanza el artefacto para inclinar la balanza de la pelea a favor del
animal menos apto para el triunfo.

Falla el tiro, pero consigue ahuyentar al perro mayor, que se lleva
entre sus dientes el calzado en una ligera estampida.

La mano que sostenía, hace unos minutos, el muslo de pollo es la misma
que sin previo aseo, catapulta la alpargata balcón abajo.

A resguardo de otro ataque, el perro justo al lado de un latón de basura
víctima de un tenaz desbordamiento, huele la chancleta y comienza a
lamer con satisfacción.

El otro se escurre entre el gentío que permanece en las antípodas del
civismo y a años-luz de la placidez. La rutina es el arte por
excelencia, los bordes de un cuadro expresionista que se manifiesta en
cada esquina, en cada tragedia pintada por las realidades objetivas.

Resaltan la lobreguez, el embate endémico de las incorrecciones, las
miradas que visten de lujo a la indiferencia y de luto a la racionalidad.

Los modales, la educación, la decencia. ¿Para que citar términos
incomprensibles, palabras de ultratumba?

El país se degrada porque las perspectivas son frágiles y huecas como el
bambú, y los cantos de sirena quedaron en la condición de hijos
bastardos del murmullo.

Detrás de la miseria con antebrazos de estrangulador profesional se
parapeta el alcoholismo y la locura, la falta de urbanidad y la
vulneración constante de las reglas de convivencia. Son salidas de
emergencia, refugios naturales para escapar de las llamas del dolor, de
todos los temores con su inmediatez delirante.

El poder alumbra con sus promesas, sus estadísticas rimbombantes, pero
sólo es el anticipo de otro eclipse, la puerta sin cerradura al infierno.

Ahí está el desastre, delante de las narices, como un manotazo que
siempre hace diana.

Millares de familias sobreviviendo en tugurios con la paciencia en
quiebra, calles destrozadas, inmundicias en parto múltiple y salarios
que invitan a todo menos a las alegrías.

Escribo esto desde la Habana Vieja, un sitio donde las ruinas adquieren
la formalidad de paisajes posteriores a un bombardeo.

Por cierto, la escena descrita al comienzo, nada tiene que ver con la
ficción. Lo atestigüé hace pocos días en una zona del limítrofe
municipio de Centro Habana.

Suceso natural. Absolutamente enmarcado en la cotidianidad de una nación
donde se soslayan, a menudo, las costumbres sanas y el proceder
racional.

No al azar un amigo que suele viajar regularmente a Europa, me asegura
que le es imposible desembarazarse de la sensación de llegar Kabul, en
cada retorno a la isla.

Yo me sumo a sus consideraciones. Esto va tomando la configuración
afgana. Y lo peor: en el lugar inadecuado predominan los talibanes.

http://www.bitacoracubana.com/desdecuba/portada2.php?id=3181

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