Posted on Sun, Sep. 03, 2006
Sentimientos y negocios
RAFAEL ROJAS
Durante el mes de convalecencia de Fidel Castro en Cuba se ha
consolidado una dualidad de poderes que venía insinuándose desde fines
de los 90. En la superficie simbólica del régimen funciona un gobierno
sentimental, que demanda afectos por el caudillo moribundo, hace votos
por su pronta recuperación y porque su espíritu acompañe a los sucesores
en la lucha contra el ''imperialismo yanqui''. Pero en el funcionamiento
rutinario de las instituciones, especialmente de los ministerios
estratégicos, opera otro gobierno, encabezado por Raúl Castro, el
Ejército y el Partido Comunista, que ofrece a Estados Unidos control
migratorio, tranquilidad social y colaboración contra las drogas y los
ciclones, a cambio del levantamiento del embargo y la normalización de
relaciones.
En la lógica del gobierno sentimental, cualquier entendimiento con
Estados Unidos, aunque sea sobre la base de una relativa preservación
del régimen, es una claudicación. Cuba, según ese gobierno afectivo y
mesiánico, no sólo libra una guerra santa y eterna contra Washington,
sino que debe estar siempre al borde de una invasión norteamericana,
como dice la reciente carta de los 27 000, para poder demandar la
''solidaridad'' de Hollywood y la Academia, Noam Chomsky, Benicio del
Toro y Naomi Campbell, de cuanto sociólogo de la ''democracia
participativa'' (Atilio Borón, Pablo González Casanova, Gilberto López y
Rivas...), ''teólogo de la liberación'' (Ernesto Cardenal, Leonardo
Boff, Frei Betto...), o escritor nostálgico de las guerrillas (Mario
Benedetti, Eduardo Galeano, Belén Gopegui...) pulule por Iberoamérica.
Al otro gobierno, el de los negocios, que encabeza el hermano menor y la
casta militar empresarial que lo rodea, no le interesa la ''batalla de
ideas'', ni el Movimiento de los No Alineados, ni las pataletas
chavistas contra la hegemonía de Estados Unidos. A ese gobierno le
interesa, sobre todo, la mayor inserción posible en el mercado mundial y
la atracción de inversiones norteamericanas hacia la isla. Los generales
y los tecnócratas sí le creen a Bush, a Rice y a Shannon cuando declaran
que Washington no desea invadir Cuba --una ''idea rocambolesca'', dijo
la Secretaria de Estado--, que el cambio debe producirse adentro y que
el embargo podría derogarse en caso de apertura.
El primer gobierno, el sentimental, el simbólico, transcurre en las
páginas de Granma y Juventud Rebelde, en las trasmisiones de la Mesa
Redonda y en los tantos suplementos electrónicos con que cuenta el
castrismo dentro y fuera de la isla, donde se difama a la oposición y al
exilio. Según ese gobierno, que la falta de Fidel convertirá, poco a
poco, en una agencia funeraria o en una permanente sesión espiritista,
Cuba cumple una función simbólica en el mundo, perpetua e irremplazable,
como disidente de Estados Unidos. Del estado de confrontación con
Washington depende la legitimidad de esa dictadura ante una buena
porción de la ciudadanía de la isla y de los países del Tercer Mundo,
donde el antiamericanismo es el opio del pueblo.
El gobierno gerencial, en cambio, imagina que el diferendo con Estados
Unidos, si bien no superarse, podría administrarse de tal manera que
Cuba, como China y Viet Nam, pueda sacar provecho del comercio y las
inversiones norteamericanas, sin dejar de ser un país comunista o
avanzando hacia otra forma de autoritarismo, como la venezolana. Sin
embargo, para que esto pueda comenzar, ya no a negociarse, sino a
contemplarse, los gerentes tendrán que mantener a raya a los
espiritistas, abandonar el impulso de interferir y boicotear las
democracias latinoamericanas y conceder, por lo menos, algunos gestos.
Por ejemplo, la liberación de los 300 presos políticos, el cese del
hostigamiento contra la oposición interna o la apertura de la pequeña y
mediana empresa privada.
Si el gobierno empresarial logra imponerse sobre el gobierno afectivo,
entonces a los oficiantes del culto a Fidel Castro sólo les quedará
Granma y las Mesas Redondas para entretenerse en la exaltación del
legado del caudillo, mientras observan, impotentes, cómo los generales y
los tecnócratas aprenden a sacar ventaja de la hegemonía de Estados
Unidos, en vez de combatirla irracionalmente. Cualquiera que desee la
democracia para Cuba y entienda que ésta es inconcebible sin libertad
económica y política debe considerar insuficiente e, incluso, reprobable
una apertura encabezada por el ejército y el partido de un régimen
totalitario. Sin embargo, a sólo un mes de la hospitalización de Castro,
no puede descartarse que una sucesión reformista sea la vía de acceso a
la transición democrática.
http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/world/cuba/15427866.htm
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