Monday, April 03, 2006

Por una verdadera pelota libre

Sociedad
Por una verdadera pelota libre

Si la calidad no es sólo patrimonio exclusivo del béisbol bien pagado,
el amor a la bandera y el orgullo nacional tampoco lo son del Estado.

Leonardo Calvo Cárdenas, Ciudad de La Habana

miércoles 29 de marzo de 2006

A propósito de las emociones provocadas por el primer Clásico Mundial de
Béisbol, celebrado en varias ciudades de América y Asia desde el 3 al 20
de marzo y en el que la selección de Cuba obtuvo un, para muchos,
inesperado segundo lugar, un amigo —conocedor de mi predilección por
este centenario y complejo deporte, y muchas veces testigo de la
euforia, satisfacción y orgullo que me provocan los triunfos de los
cubanos en los más encumbrados escenarios de esta disciplina— mostraba
su asombro al ver que los éxitos del elenco no me entusiasmaban.

Para explicarle, recordé que cuando a principios de los años sesenta el
gobierno revolucionario suprimió el deporte profesional y se apropió del
pasatiempo nacional —como de todo lo demás—, Fidel Castro describió el
proceso proclamando la "victoria de la pelota libre sobre la pelota
esclava".

No hay que ser muy aguzado ni conocedor para discernir que en la visión
del máximo líder "la pelota esclava" es aquella en que los atletas
deciden cuándo y dónde competir de acuerdo con su talento y capacidades
y que les permite obtener considerables beneficios económicos, así como
la admiración y reconocimiento del gran público.

"La pelota libre" es la que, como todo lo demás en Cuba, es dirigida y
controlada desde arriba para que los éxitos y logros sean atribuidos
invariablemente al poder, y los fracasos y deficiencias se diluyan en
manipulaciones y justificaciones sin cuestionamientos ni crítica.

En su comparación, Castro, una vez más, confundió los conceptos y las
esencias. Lo que llamó pelota esclava debe calificarse en realidad como
pelota asalariada: los jugadores establecen con los promotores contratos
legal y jurídicamente fundamentados para obtener jugosas ganancias por
sus performances atléticos. Prueba de que el béisbol rentado está muy
lejos de ser esclavo es que en las Ligas Mayores de Estados Unidos
existe un poderoso sindicato de jugadores y que estos han protagonizado
varias sonadas huelgas en defensa de sus derechos. Por cierto, en la
última intervino el entonces presidente Clinton para evitar una
catástrofe de connotación nacional.

Peloteros como esclavos

Lo que sí se parece mucho a esa forma de relación social y producción
—por suerte ya superada—, es el béisbol cubano actual, que, como muchas
otras cosas de nuestra contemporaneidad, reproduce los esquemas y
patrones de la Cuba colonial. Los peloteros cubanos, cual esclavos
decimonónicos, deben desempeñarse en el lugar y la forma que sus amos
determinen.

Por mucho que se destaquen, no tienen derecho ni esperanza de recibir
una remuneración adecuadamente proporcional a su entrega deportiva. Como
los esclavos, sólo reciben lo imprescindible para subsistir, junto a las
dadivas y coyunturales premios. Está claro que el amo es quien determina
cuándo y en qué proporción se reparten la subsistencia, las dadivas y
los premios, para recordar en cada momento que es quien provee de todo a
sus pupilos.

Al igual que nuestros infortunados ascendientes, los peloteros deben
comulgar sin opción con la religión —en este caso ideología— de sus amos
y esconder muy profundo sus verdaderos sentimientos y creencias. Ni qué
decir que estos modernos esclavos de lujo no cuentan con mecanismo o
instrumento alguno que los proteja de la arbitrariedad o la injusticia.

De más está afirmar que los jugadores —varias decenas en los últimos
años— que han decidido "romper las cadenas", escapar y buscar espacio y
horizonte en otras latitudes son vistos y tratados como verdaderos
cimarrones y apalencados modernos. Dada la imposibilidad de perseguirlos
y castigarlos físicamente, son víctimas de la omisión, la ofensa y la
descalificación por parte de los amos "traicionados".

También aquella pelota que, según el discurso oficial, es mercantilista
y deshumanizada cuenta con un extenso sistema de reconocimientos y
respaldos a los atletas que han pasado por sus escenarios: el monto de
retiro que a partir de cierta edad se paga a los peloteros que han
jugado en las Grandes Ligas garantiza una vida decorosa para todos los
que han actuado en la Gran Carpa.

La ascensión cada año al Salón de la Fama de alguna luminaria del
pasado, la retirada del número de uniforme de los que han sido estrellas
en un equipo para que los aficionados los puedan ver, por siempre, en
las vallas de los estadios sede, así como la permanente recordación de
los ídolos de siempre, son elementos que contribuyen a afianzar el
valor, la trascendencia y la continuidad de lo que por más de un siglo
ha sido el gran espectáculo para la nación norteña y todos los amantes
del béisbol en el mundo.

En Cuba, las nuevas generaciones de aficionados no conocen siquiera los
nombres de los que en épocas pasadas han dado glorias al deporte
nacional. Son en extremo ilustrativas las declaraciones de Luis Giraldo
Casanova, uno de los exponentes más grandes de esta "pelota libre",
quien al retirarse del deporte activo expresó a un periodista: "No tengo
ni bicicleta".

También Fernando Sánchez, miembro prominente de una dinastía de
peloteros estelares, confesó públicamente no entender cómo después de
dedicar al béisbol veinticinco años de su vida, con muchos récords y sin
una sola sanción, no es tomado en cuenta por las autoridades para ningún
reconocimiento.

Ansias y vocación de libertad

El Clásico Mundial desarrollado con todo éxito demostró muchas cosas:
que no estamos tan lejos, con un poco de roce y experiencia, así como
con la participación de nuestras estrellas asentadas con éxito en el
béisbol norteamericano podemos codearnos de igual a igual con la elite.
Este torneo ha servido además para demostrar a los atletas, dirigentes y
aficionados cubanos que el talento atlético, las grandes ganancias que
genera, la caballerosidad deportiva y el orgullo —sin condicionamientos
ni manipulaciones— por representar al país de origen no son excluyentes
ni incompatibles.

En esos días de buen béisbol, mientras en sus declaraciones de prensa
las grandes luminarias de las Grandes Ligas —hasta ahora negadas por la
propaganda oficial— mostraron su admiración y respeto por los peloteros
de la Isla, todos los cubanos vimos que se puede ser estrella
profesional, millonario, patriota y además una persona sencilla y
afable. Si la calidad no es sólo patrimonio exclusivo de la pelota muy
bien pagada, el amor a la bandera y el orgullo nacional no son
patrimonio exclusivo del Estado policíaco.

También fue muy triste ver que en esa tan esperada fiesta que constituyó
el primer Clásico Mundial, los atletas cubanos que dieron colorido al
evento eran tratados como prisioneros por las autoridades de la Isla.
Según parece, en el béisbol cubano los que generan el espectáculo y
garantizan las emociones no merecen nada y, siempre agradecidos, deben
cumplir con su obligación de darlo todo esperando por las gracias que el
amo decida concederles.

El béisbol llegó a la Isla cuando se concretaba el nacimiento
intelectual e institucional de la nación cubana y se convirtió
rápidamente en símbolo de identidad. El béisbol cubano nació con ansias
y vocación de libertad, por eso en sus primeros terrenos se conspiró y
recaudó para la causa independentista, por eso varios de sus iniciadores
marcharon a la manigua insurrecta para luchar por la libertad.

Hoy los amantes del béisbol en Cuba, persistentes e incansables seguimos
soñando con el día en que nuestros ídolos deportivos no tengan que
alcanzar el éxito y la gloria a costa del desarraigo y la nostalgia, con
el día en que no necesiten escapar para evitar ser, hasta el fin de su
vida atlética, bandera propagandística y objetos de manipulación política.

URL:
http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro_en_la_red/cuba/articulos/por_una_verdadera_pelota_libre

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