Friday, March 24, 2006

Medico de campo

HISTORIA
Médico de campo
Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba - Marzo (www.cubanet.org) - Ocurrió en 1949. Tenía 10
años y era la primera vez que visitaba a los tíos de mi madre, Paulino y
Juancito, procedentes de Islas Canarias y radicados en el caserío del
Central Santa Lugarda, en la provincia Las Villas. Eran de cabellos muy
claros y ojos azules, en contraste con su piel, curtida por el sol de
los cañaverales

Jamás podré olvidar aquellos días que pasé junto a mi familia materna.
Lo primero que me impresionó fue sentir de una manera tan intensa el
sabor del azúcar. Todo era dulce allí: las personas, los muebles de las
casas, las paredes de madera, los caminos, los trillos. Hasta el agua de
beber y la lluvia eran dulces. Bien las recuerdo.

El pueblo apenas se extendía a lo largo de cien metros. La calle en el
centro y a cada lado las casas, todas pertenecientes a los trabajadores
del central. No había manera de perderse por recovecos o bocacalles. El
central, sobre todo de noche, parecía un fantasma sobre el lomerío, y en
época de molienda, cuando se trituraba la caña para convertirla en
azúcar, era lo más querido, el sustento de todas las familias, la
ventana por donde se contemplaba la vida.

Nada faltaba. Los pocos vecinos de Santa Lugarda tenían sus tiendas de
víveres, de ropa, de zapatos. Hasta un médico tenían por si alguien se
caía de un caballo o un obrero del central sufría un accidente.

Mi madre llamaba a Santa Lugarda "paraíso de azúcar y miel", y casi
hasta los últimos años de su vida, cuando hablaba de Santa Lugarda, sus
ojos recobraban su brillo, mezcla de nostalgia y alegría.

Una noche desperté sobresaltada al escuchar unos gritos a través de un
tabique de madera, muy cerca de donde yo dormía. Se trataba de una de
mis primas que iba a parir.

Escuché cuando alguien subía a un caballo y una voz: "Pronto llegará el
médico". Nadie dormía. Yo, mucho menos. Estaba tan asustada que no me
acordaba ni de rezar.

Al poco rato llegó otro caballo. Sentí los pasos apresurados de varias
personas dentro de la casa. Mi prima seguía quejándose y yo me moría del
miedo. Mi tío Paulino se secaba el sudor. Sonreía. De pronto, el llanto
de un niño llenó la casa. Minutos después el médico salía a la puerta
para anunciar que se trataba de un varón.

Fue entonces que lo conocí. Se sentó a mi lado y regalándome un caramelo
se puso a conversar conmigo. Tal vez vio el miedo reflejado en mis ojos.
Era un hombre joven, delgado, vestido de blanco, cuyo rostro se quedó
para siempre en mi memoria.

A los pocos días subimos al tren, de regreso a la capital. Atrás no sólo
quedaban las extensas plantaciones de caña perdidas en el horizonte.
También la imagen del primer médico de campo que vi, tan parecido a un
ángel salvador, diciéndonos adiós desde el andén.

En Santa Lugarda todo ha cambiado. Al caserío le dicen Lugardita. El
central dejó de moler. Algunos familiares han abandonado el país. De
aquel "paraíso de azúcar y miel" no queda nada. Ni siquiera el nombre.

http://www.cubanet.org/CNews/y06/mar06/23a10.htm

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