Monday, January 02, 2006

El nacionalismo radical cubano: La soberbia armada (II)

HISTORIA
El nacionalismo radical cubano: La soberbia armada (II)

Raúl Soroa

LA HABANA, Cuba - Enero (www.cubanet.org) - Durante la república 1902-1958, el sistema de ideas y conceptos liberales de la patria fue desafiado en varias ocasiones por el nacionalismo radical. Los conceptos sobre la necesidad de una transformación social entraron en pugna con las ideas liberales. En 1933, la soberbia radical revolucionaria se encarna en la figura del revolucionario metralleta en mano imponiendo leyes y reformas. "Hay que cambiar la sociedad" es el grito.

En aquellos años se produjo un cambio sustancial en la manera de pensar de los cubanos, que comienzan a considerar que los problemas que atravesaba el país eran consecuencia no de la escasa producción de riquezas, sino de su injusta distribución. La influencia de las ideas comunistas, la estadolatría del totalitarismo, hizo creer a muchas personas en el mundo -y Cuba no escapó a ese influjo- que el desarrollo económico y la justicia social eran asunto del Estado, encargado de la distribución equitativa de la riqueza nacional.

La pobreza pasó a ser culpa de los ricos que desposeían a los pobres de lo que por derecho les correspondía. Según esta forma de pensar, la riqueza es algo estático, algo para ser distribuido entre todos por igual, algo abstracto, tan abstracto como el concepto mismo del Estado como fuente única de bienestar, que crea riquezas por obra y gracia de su existencia. Para la nueva generación de protagonismo emergente, para los nuevos partidos y organizaciones surgidas de la lucha contra Machado, en mayor o menor medida la llegada al poder se convirtió no en medio para administrar el bien común de acuerdo a las leyes, sino en mecanismo para distribuir equitativamente la riqueza y administrar la justicia social.

Los Generales y Doctores salidos de la Guerra de Independencia ceden su lugar a un nuevo modelo político, el "revolucionario", hombre dotado de virtudes especiales, poseedor de la convicción de que la distribución equitativa de la riqueza, de los bienes y servicios, se impone verticalmente desde el poder, a través de órdenes decretadas por esos individuos o mejor por un individuo de corazón noble, desprendido, persona de gran valor personal, capaz de todo para hacer cumplir su misión histórica a favor de los desposeídos.

Esta estadolatría situaba a los Estados Unidos como el gran culpable de los males de Cuba, como máximo representante del capital. Los comunistas llegaban más lejos, al negar además la democracia, pero abecedarios, auténticos, etc., incorporaron a sus programas la idea de que el Estado controlado por los revolucionarios era la fórmula para solucionar los problemas de Cuba.

Esta nueva clase política, emergida y santificada por la lucha contra Machado, actúa convencida de que lo hacen en beneficio del pueblo. Batista es visto por el pueblo como el hombre humilde, mestizo, progresista -él se consideraba a sí mismo un progresista, y así lo consideran muchas personas. Las leyes que dictan estos hombres entorpecen el libre funcionamiento del mercado, pero la sociedad no se percata, celebra a sus líderes, es parte de esa mentalidad revolucionaria.

Durante la década de 1950 Cuba se encontraba entre los cinco primeros países de América, y hacía gala de favorables índices socioeconómicos en urbanización, alfabetización, ingresos individuales, mortalidad infantil y esperanza de vida acordes con los índices de la época. La sociedad cubana era una sociedad de clase media. Existía desigualdad entre la ciudad y el campo, y se imponía diversificar la economía.

Veinte años después de 1933 y de la abolición de la Enmienda Platt, el sistema político cubano no había terminado de madurar. Se realizaban elecciones regularmente con aceptable honestidad, pero algunos casos de corrupción severamente criticados por la oposición y utilizados por la ortodoxia en su campaña política en pos del poder empañaban la credibilidad de los gobernantes, y afectaban el ejercicio del gobierno.

Lo único necesario era lograr el despegue definitivo de la economía nacional, realizar una reforma política que restaurara el gobierno constitucional y redujera la corrupción administrativa. Estos fueron los ideales que llevaron a los sectores medios a la lucha contra Batista. La supresión del capitalismo nunca estuvo entre los objetivos del movimiento anti batistiano.

La visión del pasado que se impone en Cuba es la visión del nacionalismo radical, por lo que la Revolución es el cumplimiento de una especie de destino sagrado. Olvidando las alternativas posibles que se encontraban presentes en los años 50 en la sociedad cubana, el radicalismo radical guía los pasos de los rebeldes triunfantes a lo largo de 1959. La soberbia armada triunfa sobre cualquier otro sentimiento institucionalizador democrático.

La dinámica Fidel-patria-revolución se convierte en eje de la política cubana. Un grupo de reformas que satisfacen algunas demandas de los sectores más pobres logra movilizar a esas fuerzas alrededor del proyecto radical.

Fidel opta por alentar y atraer a las clases más pobres y enfrentarlas a los industriales y a la clase media, que habían sido sus aliados durante la lucha y en los inicios de 1959. Para consolidarse en el poder, sale a la búsqueda de nuevos aliados internacionales. Escoge el camino de la confrontación con Estados Unidos como vía para satisfacer al nacionalismo radical que encarna en su persona y el orgullo que llevaba implícito.

En 1959 un ilimitado sentimiento de orgullo nacional se apoderó de muchos cubanos. El triunfo rebelde se presentó como el triunfo del espíritu revolucionario centenario, y Fidel se presenta como Mesías salvador, personificación de esa figura presente en el sentimiento nacional, admirada y añorada del revolucionario. Es el viejo caudillo armado de esencia revolucionaria y legitimado por la fuerza.

Al ser la lucha armada la que derriba a Batista y no un proceso negociador, las instituciones se debilitaron aún más. Las fuerzas que podían haber contenido a la Revolución se encontraban debilitadas.

Los años sesenta constituyen el período de entronización de esas fuerzas encabezadas por el caudillo, proceso que avanza por etapas. 1968 y la Ofensiva Revolucionaria significan el último capítulo de ruptura con los antiguos aliados. En ese momento le llega el turno a los timbiriches y a los restos de la pequeña burguesía. 1976 es la santificación legislativa del radicalismo nacionalista, su institucionalización. 2002 queda marcado como el año de su éxtasis, el punto más álgido del espasmo radical, una especie de orgasmo político que le lleva a proclamarse eterno y hacerse ley inmutable.

"Cuba es un eterno Baraguá", esa frase que escuchamos hasta el cansancio todos los cubanos desde las aulas hasta los medios masivos de comunicación, esa frase de discurso y pancarta, es expresión de ese nacionalismo radical en el poder, de su intransigencia.

Más de 40 años debían habernos enseñado a los cubanos que ése no es el camino, pero hoy las fuerzas civilistas encuentran la incomprensión de un pueblo que perdió su camino. La soberbia armada sigue en el poder, y los escasos y divididos representantes de la civilidad son perseguidos, golpeados, encarcelados, denunciados, encarnecidos sin misericordia. En medio de una sociedad que guarda silencio cómplice, la soberbia golpea, ultraja, insulta de la mano de los fascistas de las brigadas de acción rápida, y la gente prefiere cerrar las ventanas y los ojos. Nadie hace nada. Nadie sale en defensa de los agredidos. Nadie les protege de las piedras, para vergüenza nuestra de hoy y de mañana.

Los que enarbolan las banderas del civilismo en medio de la desconfianza son la esperanza de Cuba. Ellos encarnan nuestra última estación frente a la soberbia armada del radicalismo nacionalista. Hay que abrir los ojos y las puertas.

El radicalismo nacionalista se extiende por las fértiles tierras de Latinoamérica, donde encuentra terreno abonado y virgen. Se exalta a Hugo Chávez y se olvida a Lagos conduciendo ejemplarmente a Chile por los caminos del progreso.

Esperemos que en Cuba se impongan un día las ideas civilistas, que el diálogo triunfe sobre la cultura de la intransigencia, que el paradigma deje de ser el caudillo que derrota al enemigo y sea el hombre que conversa, que dialoga; que la fuerza apreciada sea la de la mente, la de la inteligencia. Que Cuba deje de ser, al fin, un eterno Baraguá.

http://cubanet.org/CNews/y06/jan06/02a6.htm

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