Los más vulnerables
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba - Diciembre (www.cubanet.org) - Debo confesar, y ojalá que aquéllos que piensan como yo me crean, que ese gigante del alma que se llama miedo ronda en mi corazón con más fuerza desde que vivo en Alamar, al este de la capital cubana, donde bellísimos árboles rodean calles y edificios.
Alamar es un reparto arbolado desde su entrada hasta el sitio donde termina. Pero desgraciadamente, como cualquier árbol de Cuba, son los más vulnerables. Nadie los cuida, nadie los protege.
Y dije que ojalá me crean, porque como periodista independiente a quien más debiera de temer es a la policía política, que vigila, reprime, encarcela y hace papilla a cualquiera que se nombre defensor de los derechos humanos.
Pero no, no temo tanto a esos seres humanos de pistola al cinto como al vecino de la esquina, con su machete siempre afilado. Este vecino, al que ni siquiera le conozco el nombre, se ha hecho cargo de las áreas verdes que rodean el edificio donde vivo. Todo indica que fue el Comité de Defensa de la Revolución quien lo ha nombrado para esa función. Cada semana, sobre todo los domingos, se entretiene afilando su machete y corta el césped hasta dejarlo desnudo, en la tierra viva.
Fue precisamente en agosto cuando se le ocurrió acabar con un lindo árbol que yo veía desde la ventana de la sala de mi apartamento, porque según él, dañaba el tendido eléctrico. Lo dejó tan descuajeringado, que de noche no parece un árbol, sino un fantasma.
Otra día (esta vez no se sabe por qué), acabó a machetazos con un árbol que tenía a pocos metros de su apartamento, en la parte trasera del edificio y muy cerca de mi patio. En esta ocasión no me quedé callada. Le dije que era un crimen lo que hacía. Agarró fuerte el machete y me miró como un loco cansado. No le dije nada más.
Como les dije al principio, vivo con el miedo de que este vecino acabe con los árboles que nos rodean. Al frente del edificio, por ejemplo, hay un par de flamboyanes que en el otoño se tornan rojos, como el fuego. ¡Qué espectáculo, Dios mío! Creo que por ese par de árboles decidí mudarme a este reparto, donde no se ve la prosperidad por ninguna parte, a no ser por su vegetación, tan vulnerable.
No soy solamente yo la que tiene ese miedo. En agosto pasado la periodista del diario Juventud Rebelde Raquel Sierra escribió un artículo titulado "Amigos olvidados", refiriéndose a la mala atención que se da a los árboles en Cuba.
Estoy de acuerdo con ella cuando dice que nuestro archipiélago es un vivero natural, que Cuba podría ser un buen ejemplo en lo referente a la educación ambiental; que por lo menos, las ceibas tal vez son las únicas que han quedado a salvo, que todos queremos respirar mejor.
Los vecinos de Alamar, privilegiados porque cuentan con vegetación en los alrededores de sus edificios, sentirán lo mismo que yo: miedo. Miedo a los que afilan un machete y les importa un bledo el medio ambiente.
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