Cuba; el carácter elusivo de la verdad
2005-12-29
Por jose Prats .
Quizás los lectores de Montaigne lo sabemos distinto, pero cualquier cubano del insilio y de exilio lo ha experimentado con un impulso catastrófico. La cercanía del 2006 aguijonea las reflexiones, a partir de la acumulación de equívocos y de la evidencia: Pocas verdades en este planeta ─por lo demás recalentado─ son tan elusivas como las que atañen a Cuba, tan escurridizas y esquivas.
Confieso mis sarcasmos cada vez que leo u oigo a algún dueño de la verdad. Antes me emberrinchaba, ahora me burlo del ridículo. Algunos “cubanólogos” ─comillas irónicas─, incluyendo afamados periodistas, sociólogos, economistas y filósofos, han cometido olímpicos gazapos, sobre todo en sus predicciones. ¿Hay que citar libros como Fin de siglo en La Habana o La hora final de Castro?
Peor han sido los cálculos y vaticinios de ciertos gobiernos e instituciones, casi podría afirmarse que compiten con la infalible capacidad de Castro para arruinar todo lo que toca menos a él mismo, como buen rey Midas del excremento, del excremento humano. No extraña que el taimado autócrata se burle de la mayoría de sus enemigos políticos, les sobreviva y agradezca.
Ahí está impertérrito, envidiado hasta por las cenizas de los virreyes de la Nueva España, que nunca acumularon tanto poder personal, pues oidores y obispos le disminuían la capacidad de decidir. Ahí está, cuando las maletas de muchos exiliados de diferentes oleadas han terminado en sarcófagos o cofres arenosos, en memorias escritas a la encáustica resentida o serviles diálogos oportunistas. Ahí estará dentro de unos días, celebrando su 47 aniversario.
¿La verdad? ¡Ah, tan curtida por los cazadores de fantasmas! La verdad parece andar a la captura de lo incierto, como la CEPAL, que acaba de excluir las estadísticas oficiales que le suministra el gobierno cubano porque sus malabares exigen criptólogos egipcios, babalawos diestros en Ifá, lectores sapienciales y oraculares del I Ching. Porque son tan zigzagueantes como las respuestas a la Comunidad Europea o a la Iglesia Católica cuando le han pedido reformas, mesuras, respeto a los derechos humanos, no sacrificar el futuro inmediato del país cuando él sea llamado ─¡Dios quiera que pronto!─ a una acogedora caldera calientica y constante.
Las verdades cubanas ─mejor en plural─ tienen lo que la economía llama “valor agregado”, adiciones que las matizan. Una lógica presocrática donde hasta el cilindro de Anaximandro pudiera romperse. Baste enunciar la curiosa relación con Goliat-USA. ¿Acaso el chantaje de un éxodo masivo, con o sin gobernabilidad interna, no matiza las verdades de una relación donde mi hija ─ciudadana norteamericana─ tiene que esperar tres años para visitar a su abuela moribunda y Castro puede comprar medio millón de toneladas de trigo a precios preferenciales, tras recibir ─tal vez cenaron langostas─ al gobernador de Maine?
Por favor… ¿Cuál noción de embargo y para quiénes se instrumenta? ¿Cuáles intereses emergen favorecidos mientras la indefensión de un país descapitalizado se agudiza, se prestará a la incapacidad de negociar algo, un poquito apenas? ¿De nuevo la “fruta madura”? ¿Geopolítica de un garrote aterciopelado donde, en efecto, los culpables somos nosotros, aunque las complicidades nos parezcan perversas? ¿Cuál documento puede prever los acuerdos ─tal vez inevitables─ con los acurrucados sectores de la órbita del Poder, que aguardan el entierro del Comandante para buscar una amnistía, una generosa jubilación mientras sus hijos o nietos, ya posesionados en sectores jugosos ─minas u hoteles─, negocian una metamorfosis kafkiana, a la checa o a la rusa?
Los escépticos ─y no confundir ni con los optimistas ni con los pesimistas─ que nunca nos hemos creído titulares de axiomas infalibles, que no confundimos ideas con creencias, hechos con deseos, recordamos una anécdota que se le atribuye al gran escritor brasileño Jorge Amado, en su última visita a Cuba. Se cuenta que el autor de Gabriela, clavo y canela dijo que la solución estaba en poner a flotar la isla y llevársela frente a San Salvador de Bahía.
Sobre esa imposibilidad razonamos en lo que habrá que ceder, en lo que habrá que negociar bajo condiciones similares ─con Miami como segunda ciudad de Cuba, y sideralmente más rica que La Habana de hoy─ a las que padeciera la Constituyente de 1901. Con añadidos espirituales como la humillación ─justa─ ante evidencias que van desde un miedo que ni ante Drácula, hasta un conformismo digno de frases como “lo que sucede conviene”, “mañana será otro día”, “más vale pájaro en mano”; desde las cuatricentenarias autolástimas y culpas ajenas, hasta el bochornoso pensar que las soluciones vendrán con la ayuda humanitaria de Occidente a través de sus organizaciones altruistas.
¿Dialéctica o retórica? Las dos, con unas goticas de picaresca española y de ardid criollo, bien sincrético. Porque las esquivas verdades cubanas añaden fenómenos ninguneados por el actual gobierno y en ocasiones también minimizados por analistas independientes o extranjeros, como la generalización de las corrupciones (sólo robándole al Estado se sobrevive), las imponentes desigualdades sociales (privilegios de oficiales de las fuerzas armadas, alta burocracia, trabajadores en sectores de divisas) y regionales (los tristes orientales, llamados “palestinos” por los occidentales), la discriminación racial (9 de cada 10 exiliados son más o menos blancos, 9 de cada 10 remesas familiares también son blancas o amulatadas), los patéticos índices de suicidios y divorcios y alcoholismo, que el Ministerio de Salud Pública camufla mejor que las farmacias vacías.
La idea ─promesa para el nuevo año─ quizás sea menos ilusiones y más evidencias, menos demagogia y más realismo crítico… ¿Acaso de esas verdades elusivas no forma parte el perdón, la amnistía, un sentido auténtico de la caridad cristiana que permita olvidar represiones y humillaciones, fusilamientos y denuncias, ahogados y enloquecidos?
Sí y no… No sé hasta dónde… Y esta última conjetura ─¿quién pretende suprimir la necesaria memoria afectiva e histórica?─ adhiere un factor moral al ajiaco, no suena a “¡Feliz Navidad!” para los presos que nuestras ejemplares Damas de Blanco defienden. Ni a “El amor todo lo puede”, porque de inmediato encerramos ese “todo” entre signos de interrogación, porque si ¿la patria “es de todos”? ¿Cuándo lo ha sido, que yo no me enteré?
http://www.cubanuestra.nu/web/article.asp?artID=3109
2005-12-29
Por jose Prats .
Quizás los lectores de Montaigne lo sabemos distinto, pero cualquier cubano del insilio y de exilio lo ha experimentado con un impulso catastrófico. La cercanía del 2006 aguijonea las reflexiones, a partir de la acumulación de equívocos y de la evidencia: Pocas verdades en este planeta ─por lo demás recalentado─ son tan elusivas como las que atañen a Cuba, tan escurridizas y esquivas.
Confieso mis sarcasmos cada vez que leo u oigo a algún dueño de la verdad. Antes me emberrinchaba, ahora me burlo del ridículo. Algunos “cubanólogos” ─comillas irónicas─, incluyendo afamados periodistas, sociólogos, economistas y filósofos, han cometido olímpicos gazapos, sobre todo en sus predicciones. ¿Hay que citar libros como Fin de siglo en La Habana o La hora final de Castro?
Peor han sido los cálculos y vaticinios de ciertos gobiernos e instituciones, casi podría afirmarse que compiten con la infalible capacidad de Castro para arruinar todo lo que toca menos a él mismo, como buen rey Midas del excremento, del excremento humano. No extraña que el taimado autócrata se burle de la mayoría de sus enemigos políticos, les sobreviva y agradezca.
Ahí está impertérrito, envidiado hasta por las cenizas de los virreyes de la Nueva España, que nunca acumularon tanto poder personal, pues oidores y obispos le disminuían la capacidad de decidir. Ahí está, cuando las maletas de muchos exiliados de diferentes oleadas han terminado en sarcófagos o cofres arenosos, en memorias escritas a la encáustica resentida o serviles diálogos oportunistas. Ahí estará dentro de unos días, celebrando su 47 aniversario.
¿La verdad? ¡Ah, tan curtida por los cazadores de fantasmas! La verdad parece andar a la captura de lo incierto, como la CEPAL, que acaba de excluir las estadísticas oficiales que le suministra el gobierno cubano porque sus malabares exigen criptólogos egipcios, babalawos diestros en Ifá, lectores sapienciales y oraculares del I Ching. Porque son tan zigzagueantes como las respuestas a la Comunidad Europea o a la Iglesia Católica cuando le han pedido reformas, mesuras, respeto a los derechos humanos, no sacrificar el futuro inmediato del país cuando él sea llamado ─¡Dios quiera que pronto!─ a una acogedora caldera calientica y constante.
Las verdades cubanas ─mejor en plural─ tienen lo que la economía llama “valor agregado”, adiciones que las matizan. Una lógica presocrática donde hasta el cilindro de Anaximandro pudiera romperse. Baste enunciar la curiosa relación con Goliat-USA. ¿Acaso el chantaje de un éxodo masivo, con o sin gobernabilidad interna, no matiza las verdades de una relación donde mi hija ─ciudadana norteamericana─ tiene que esperar tres años para visitar a su abuela moribunda y Castro puede comprar medio millón de toneladas de trigo a precios preferenciales, tras recibir ─tal vez cenaron langostas─ al gobernador de Maine?
Por favor… ¿Cuál noción de embargo y para quiénes se instrumenta? ¿Cuáles intereses emergen favorecidos mientras la indefensión de un país descapitalizado se agudiza, se prestará a la incapacidad de negociar algo, un poquito apenas? ¿De nuevo la “fruta madura”? ¿Geopolítica de un garrote aterciopelado donde, en efecto, los culpables somos nosotros, aunque las complicidades nos parezcan perversas? ¿Cuál documento puede prever los acuerdos ─tal vez inevitables─ con los acurrucados sectores de la órbita del Poder, que aguardan el entierro del Comandante para buscar una amnistía, una generosa jubilación mientras sus hijos o nietos, ya posesionados en sectores jugosos ─minas u hoteles─, negocian una metamorfosis kafkiana, a la checa o a la rusa?
Los escépticos ─y no confundir ni con los optimistas ni con los pesimistas─ que nunca nos hemos creído titulares de axiomas infalibles, que no confundimos ideas con creencias, hechos con deseos, recordamos una anécdota que se le atribuye al gran escritor brasileño Jorge Amado, en su última visita a Cuba. Se cuenta que el autor de Gabriela, clavo y canela dijo que la solución estaba en poner a flotar la isla y llevársela frente a San Salvador de Bahía.
Sobre esa imposibilidad razonamos en lo que habrá que ceder, en lo que habrá que negociar bajo condiciones similares ─con Miami como segunda ciudad de Cuba, y sideralmente más rica que La Habana de hoy─ a las que padeciera la Constituyente de 1901. Con añadidos espirituales como la humillación ─justa─ ante evidencias que van desde un miedo que ni ante Drácula, hasta un conformismo digno de frases como “lo que sucede conviene”, “mañana será otro día”, “más vale pájaro en mano”; desde las cuatricentenarias autolástimas y culpas ajenas, hasta el bochornoso pensar que las soluciones vendrán con la ayuda humanitaria de Occidente a través de sus organizaciones altruistas.
¿Dialéctica o retórica? Las dos, con unas goticas de picaresca española y de ardid criollo, bien sincrético. Porque las esquivas verdades cubanas añaden fenómenos ninguneados por el actual gobierno y en ocasiones también minimizados por analistas independientes o extranjeros, como la generalización de las corrupciones (sólo robándole al Estado se sobrevive), las imponentes desigualdades sociales (privilegios de oficiales de las fuerzas armadas, alta burocracia, trabajadores en sectores de divisas) y regionales (los tristes orientales, llamados “palestinos” por los occidentales), la discriminación racial (9 de cada 10 exiliados son más o menos blancos, 9 de cada 10 remesas familiares también son blancas o amulatadas), los patéticos índices de suicidios y divorcios y alcoholismo, que el Ministerio de Salud Pública camufla mejor que las farmacias vacías.
La idea ─promesa para el nuevo año─ quizás sea menos ilusiones y más evidencias, menos demagogia y más realismo crítico… ¿Acaso de esas verdades elusivas no forma parte el perdón, la amnistía, un sentido auténtico de la caridad cristiana que permita olvidar represiones y humillaciones, fusilamientos y denuncias, ahogados y enloquecidos?
Sí y no… No sé hasta dónde… Y esta última conjetura ─¿quién pretende suprimir la necesaria memoria afectiva e histórica?─ adhiere un factor moral al ajiaco, no suena a “¡Feliz Navidad!” para los presos que nuestras ejemplares Damas de Blanco defienden. Ni a “El amor todo lo puede”, porque de inmediato encerramos ese “todo” entre signos de interrogación, porque si ¿la patria “es de todos”? ¿Cuándo lo ha sido, que yo no me enteré?
http://www.cubanuestra.nu/web/article.asp?artID=3109
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