Se las comió el comandante
Vicente Pérez Varela, Jagua Press
CIENFUEGOS, Cuba - Noviembre (www.cubanet.org) - El año 2005 se encuentra en su ocaso. En diciembre de 2004 Fidel Castro, haciendo alarde de datos históricos, anunciaba al mundo que tras los acuerdos firmados por su gobierno con los chinos y venezolanos, Cuba volvería a navegar por los mares de la prosperidad.
Hablando de más, el máximo prometió por entonces, no sé si borracho de triunfalismo o de Havana Club, repugnar a la población con unas exquisitas sardinas que traería de Venezuela. "La boca se me hace agua", le dijo a una masoquista audiencia que las degustaba, aún cuando las sardinas no habían pasado por sus paladares.
Pasaron los meses y nadie había visto una lata por ningún lado, hasta que en el mes de septiembre aparecieron las sardinas en las bodegas de Cienfuegos.
Pero, cuál no sería nuestro asombro al descubrir que las famosas sardinas chavistas no eran para los dichosos cubanos. El lote que se exhibía en los estantes atrofiados de las bodegas era parte de un módulo destinado a los estudiantes latinoamericanos de Medicina que se encuentran en nuestro país.
Muchos comenzaron a creer que todo el show de las sardinas fue montado por el Mesías caribeño en momentos en que la apatía y la incredulidad de la población crecía, al constatar el deterioro acelerado que sufría en sus niveles de vida.
Urgía crear nuevas ilusiones, y fue entonces cuando se comenzó a hablar en términos culinarios. Que si el chocolatín, que si el cafetín, que si la sardina. El jefe seguro que apeló a la creencia popular de que al cubano, manteniéndole la barriga llena, se le hace feliz.
Ante las voces que se levantaban se buscó una solución salomónica. Se trajeron desde Chile unas latas de troncho, mucho más baratas y de menor calidad, y se entregó una por núcleo familiar. No eran sardinas, pero al fin y al cabo era pescado, y con el hambre que hay, nadie iba a preguntar si se trataba de tronchos, chicharros o calamares.
Pero para aquellos obstinados que no se conformaron y proclamaron que quieren probar el manjar venezolano, la mente iluminada del Gran Hermano propuso el siguiente remedio: vender las sardinas en las tiendas "dolarizadas". Allí la población las podría comprar.
A un precio de 80 centavos de dólar se les puede ver, risueñas, inalcanzables, y no precisamente por la distancia, sino por lo caro. Al final, como la zorra del cuento que se resigna ante la imposibilidad de alcanzar las uvas que cuelgan del árbol, los humildes cubanos nos reconfortamos pensando que a lo mejor las sardinas están vencidas y nos pudieran caer mal.
Parece ser que por lo pronto el régimen se volverá a salir con la suya. Las promesas fueron escritas en el hielo, y al final ya sabemos adónde fueron a parar.
Después de todo, quizás Jacinto, el loquillo del barrio, tenga razón. Cuando los bromistas, para buscarle la lengua, le gritan: "Jacinto, ¿y las sardinas dónde están?". El loquillo contesta, despavorido: "Se las comió el comandante".
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