La semana política I
Introducción a la democracia autoritaria
Dos tipos de regímenes políticos predominan en el mundo actual. Uno, en
retroceso, es la autocracia. El otro, en expansión, es la democracia
republicana. En el primero, cuya denominación proviene del griego autós,
"él mismo", el gobierno es "él mismo" el poder. Autocracias son, por
ejemplo, China y Cuba. Capitalista y en dirección de una prosperidad que
quizá le traiga la democracia la primera; comunista y estancada en la
pobreza, la segunda.
Llamamos "democracias republicanas", en cambio, a aquellos regímenes
donde el gobierno no se identifica con el poder por dos razones.
Primero, porque ejerce la parte del poder que le toca por elección libre
del pueblo. Este es el ingrediente democrático de las democracias
republicanas. Segundo, porque el gobierno tampoco ejerce "todo" el
poder, ya que lo comparte con otros dos órganos también llamados
"poderes": el "poder legislativo", de origen igualmente popular, que
reduce al gobierno a ser sólo el "poder ejecutivo", en tanto que el
poder judicial, de origen no popular, los controla a ambos.
La división de los poderes que se limitan unos a otros es el ingrediente
republicano de las democracias republicanas. Si existen poderes locales
autónomos, la democracia republicana deja de ser unitaria, como Gran
Bretaña o Chile, y pasa a ser federal, como Suiza o los Estados Unidos.
Las democracias republicanas predominan en todo el mundo desarrollado y
en parte del mundo subdesarrollado. Las democracias republicanas
desarrolladas son, sin excepción, prósperas, mientras que las
democracias republicanas subdesarrolladas pugnan por salir de la pobreza.
El cuadro que hemos presentado hasta ahora es de manual y puede
encontrarse en cualquier libro de instrucción cívica. El problema
empieza cuando nos preguntamos hasta dónde encaja en él la Argentina
contemporánea.
Después del domingo
Diríamos que la Argentina actual es más bien democrática, porque el
pueblo elige periódicamente a sus autoridades ejecutivas y legislativas.
Pero es sólo "más bien" democrática porque la expresión electoral del
pueblo sufre en ella limitaciones significativas. Desde el momento en
que nuestro Poder Ejecutivo domina al resto de los poderes, tampoco
diríamos que la Argentina actual es republicana, sino más bien
autoritaria. Como se vio claramente en las elecciones del último
domingo, la Argentina no es una autocracia ni una democracia
republicana. Es un régimen híbrido al que podríamos denominar democracia
autoritaria.
Para que la Argentina no fuera "más bien" democrática sino simplemente
"democrática", la votación popular debería exhibir un alto grado de
transparencia. Al obligar a los ciudadanos a votar no ya por candidatos
conocidos que respondan ante ellos, sino por "listas sábana" en las que
cada jefe partidario instala a sus seguidores incondicionales, y al
haber anulado en los hechos las elecciones primarias, abiertas y
simultáneas que la ley postula pero no exige, nuestros jefes partidarios
son los verdaderos electores de las listas sábana. Sólo en las
elecciones presidenciales cada candidato es conocido y se vota por él o
contra él, mientras que en las elecciones legislativas, como las que
tuvimos el último domingo, los ciudadanos se ven reducidos a escoger
entre diversas "sábanas" confeccionadas por los jefes partidarios.
A esto habría que agregar que los partidos que no cuentan con miles de
fiscales se ven expuestos a recuentos mentirosos en las mesas de votación.
El carácter limitado de nuestra democracia se ve acentuado por el hecho
de que, siendo una parte de los ciudadanos, que se estima en un tercio
del total, económicamente dependientes de la buena voluntad del
gobernante de turno a través de los planes de ayuda social y de la
diseminación de puestos públicos que responden al favoritismo y no a la
necesidad o la idoneidad, podríamos incorporar a todos esos ciudadanos
en la atribulada legión de los "votantes cautivos".
Cuando se analizan los resultados electorales del último domingo, no se
pueden ignorar ni las listas sábana ni el voto cautivo ni los recuentos
sospechosos de mesa al evaluar el alcance democrático de nuestra
democracia. A esta baja calidad de nuestro sistema electoral podría
deberse el hecho inquietante de que el "voto positivo" de los
ciudadanos, es decir, el voto efectivo por tal o cual candidato, haya
venido disminuyendo en forma constante desde 1983. En los años ochenta,
tuvimos más del ochenta por ciento de votos positivos. En los años
noventa, este porcentaje bajó a algo más del setenta por ciento. En las
tres elecciones que hemos tenido hasta ahora en los años dos mil, el
porcentaje del voto positivo descendió al sesenta por ciento.
El último domingo, cuatro de cada diez argentinos se negaron a votar
positivamente, ya fuera por ausencia, por votos nulos o en blanco. Ello
no debería asombrarnos ante el bajo rendimiento social de nuestros
gobiernos democráticos puesto que, en tanto que en 1983 había un 16 por
ciento de pobres, éstos rozan ahora el 40 por ciento.
La anemia republicana
En cuanto al ingrediente "republicano" de nuestra democracia, hay que
atender al dominio del Poder Ejecutivo sobre los demás poderes o
hiperpresidencialismo. De 2003 a esta parte, el Presidente no ha
gobernado habitualmente mediante la aprobación de leyes sancionadas por
el Congreso, sino a través de decretos "de necesidad y urgencia" cuando
ya cesó la urgencia de la crisis de 2002 y cuando tampoco había
necesidad, porque el Presidente contó, en el Congreso, con el respaldo
invariable de una "mayoría automática". Recuérdese en fin que el
Presidente pudo, con la ayuda de esa mayoría automática, nombrar a
discreción a casi todos los jueces de la Corte Suprema.
¿Fueron los gobernadores, acaso, un dique de contención al Poder
Ejecutivo nacional? No lo fueron porque nuestro defectuoso sistema
tributario otorga al Presidente el manejo discrecional de la famosa
"caja" de los recursos fiscales, lo que ha obligado a los gobiernos
provinciales, sea cual fuere su tendencia política, a doblegarse
mansamente ante el Presidente bajo pena de quedarse sin el
financiamiento de sus propios gastos. El manejo de la "caja" fiscal
también estuvo en manos de otros presidentes, como Menem y Duhalde, pero
el superávit fiscal que tenemos ahora lo ha potenciado.
Teóricamente, la República Argentina es "federal". En los hechos es
unitaria. Hay numerosos países que se confiesan unitarios sin anular por
ello su carácter republicano. Lo notable entre nosotros es que somos
federales de nombre, pero unitarios de ejercicio.
Estamos lejos ya, afortunadamente, de las autocracias militares. También
estamos lejos todavía, lamentablemente, de las democracias republicanas.
Somos lo que las elecciones del domingo no hicieron otra cosa que
corroborar: una democracia autoritaria, esto es, una democracia
republicana penetrada por el virus autoritario. La meta de los
argentinos, por consiguiente, es clara: ir convirtiéndonos, con
paciencia y esfuerzo, en una democracia republicana auténtica,
decididamente encaminada a partir de su alta calidad institucional hacia
el desarrollo económico y social que nos sigue convocando desde el
horizonte.
Por Mariano Grondona
http://www.lanacion.com.ar/opinion/Nota.asp?nota_id=751958
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