SOCIEDAD
Sobre las buenas malas costumbres (II)
Raúl Soroa
LA HABANA, Cuba - Octubre (www.cubanet.org) - El estalinismo no sólo nos
aportó su mentalidad estrecha, su odio a la cultura occidental, nos
trajo aire siberiano preñado de olor a GULAG, nos dotó de nuestros
propios y tropicalizados Félix Edmundovich, Yezhov, Beria -nuestros
compañeros chekistas. Nos dejó a nuestros comisarios encargados de
formar al hombre nuevo comunista.
Esos vientos siberianos, huracanados en el Caribe, se llevaron entre
otras cosas, junto a nuestras libertades económicas, civiles y
políticas, los buenos modales, la cortesía, la amabilidad, los buenos
días, las muchas gracias. Los por favor, los pase usted se convirtieron
en rezagos del pasado que había que borrar.
Expresarse correctamente, dar el asiento en un transporte público a una
mujer, a un niño, a un anciano, emocionarse ante una obra de arte,
llorar a un muerto, se transformó en signo de debilidad. Nos convertimos
en rudos camaradas proletarios. Se satanizó todo lo burgués. Convertidos
los burgueses en viva estampa de la degradación y la vileza, se satanizó
todo lo que ellos representaban, incluidas las buenas costumbres. La
radio, la televisión, el teatro y mucha literatura se dedicaron a
enaltecer los "valores morales proletarios" y a demeritar con saña "lo
viejo", los "rezagos del pasado explotador". La caballerosidad era
debilidad, la finura se convirtió en motivo de burla.
Hoy nos quejamos de la falta de urbanidad que aqueja a la sociedad
cubana, aquellos vientos trajeron estas lluvias. En la calle impera el
sálvese quien pueda, en las colas la ley del más fuerte. Las ciudades se
han convertido en selvas donde ancianos, mujeres y niños luchan en
tremenda desventaja. Nadie da el asiento en una guagua a una embarazada,
es normal recurrir a la violencia para ocupar un puesto en una cola o
para tratar de subir a una guagua.
La imagen de las mujeres sudorosas, cargadas de jabas y paquetes o con
niños en los brazos, de pie en un camello o en una guagua, mientras
hombres jóvenes las contemplan indiferentes desde sus asientos, es un
cuadro común.
Recuerdo hace unos años un viaje terrible que tuvimos que hacer mi
esposa embarazada y yo, sobre la cama de un camión adaptado para
transportar pasajeros. Mi esposa, con una barriga enorme, tenía turno
con el médico. La mayor parte de los que iban sentados en los bancos de
madera del camión eran hombres. Nadie le dio el asiento en ese viaje que
duró más de 45 minutos, ni tan siquiera cuando, mareada por los tumbos
constantes del camión, vomitó. Incluso alguien protestó por el vómito.
Increpé a los indiferentes pasajeros sin encontrar solidaridad ni apoyo
ni respuesta. Entonces me di cuenta de que no entendían, que no se
percataban de que estaban haciendo algo incorrecto.
Manifestaciones como "por qué tengo que darle el asiento, ella es igual
que yo, ¿no somos iguales los hombres y las mujeres?" se escuchan a diario.
La retirada en derrota de las buenas costumbres abrió el espacio a las
malas costumbres. Nuestra sociedad se marginalizó. El prototipo de
hombre no es el señor, ni siquiera el obrero. Es el asere, una especie
de buscavidas pícaro, vago, bravucón, vulgar y descortés. El de la mujer
no es la mujer trabajadora. Es la jinetera, la luchadora, la buscavidas,
la variante femenina del asere.
A la mujer cubana le ha tocado la peor parte. Incorporada al trabajo,
dejó de ser ama de casa para convertirse en ama de casa y obrera 24 por
24. Ante la debacle de la familia, el papel del hombre cubano como
suministrador tuvo que ser asumido por ella, a quien además le ha tocado
hacerlo en muy difíciles condiciones, responsable en solitario del
sustento familiar en muchos casos, de las tareas domésticas, de la
educación y cuidado de los hijos. Todo eso en medio de una sociedad que
no le muestra la más mínima consideración ni respeto.
Con la llegada del Período Especial, el tener una hija se convirtió para
muchas familias en pasaporte para salir de la miseria. El único proyecto
de vida de esas jóvenes es casarse con un extranjero que la saque del
país, no importa para dónde -Haití, Benín o la Luna- y proporcionarle
cierto confort a su familia, o al menos lograr que no se mueran de hambre.
Juana la cubana se convirtió así en Eva la jinetera, heroína de su
barrio, envidia de sus amigas, salvación de sus padres y hermanos
varones que viven de sus ingresos.
El paraíso proletario de los camaradas estalinistas tropicalizados es un
bodrio, un bunker repleto de podredumbre, un lugar del que todo el mundo
quiere salir a bordo de cualquier cosa, una balsa, una lancha, una beca,
un viejo(a) enamorado(a). Si es paraíso de algo es de la falta de todo.
Si alguna vez alguien buscó el lugar idílico de lo marginal, en eso se
ha convertido nuestra Isla. El culto a lo prosaico, expresado como
contraposición a lo burgués, viene dado por la falta de referente obrero
real, en un país donde pensar tal cosa es un absurdo. ¿Qué tenían que
ver nuestros obreros tabaqueros o azucareros con el obrero ruso o polaco
o alemán? Nuestros obreros estaban más cerca de sus compatriotas
burgueses que de aquella imagen del hombre soviético que maneja la
fragua. El icono era el pequeño burgués. Al eliminar el referente
mediato, al hacerlo trizas, lo más cercano a ese prototipo soviético en
Cuba era el lumpen proletario, el chuchero, la prostituta. La otra
estampa, la de los camaradas del Este, sobre todo la de los rusos, era
motivo de rechazo, por lo tanto no pudo prender nunca, no pudo
convertirse en modelo a imitar. El criollo, aseado por naturaleza,
rechazaba a esos hombres toscos y sucios, a esas mujeres desaseadas, con
las piernas y las axilas sin afeitar.
Esa marginalidad de la sociedad cubana queda expresada no sólo en la
conducta. El lenguaje y el arte son reflejo de esta situación. Si tiene
dudas, compare la letra de una de nuestras canciones de los 30, 40 ó 50
con las de ahora, o converse durante unos minutos con algunos de
nuestros estudiantes universitarios. La frontera fue derribada, borrada,
y costará mucho trabajo restablecerla.
Al ser aplastada la individualidad por el Estado, el ser humano desde su
nacimiento, desde la familia, desde la escuela y el barrio es penetrado
sistemáticamente por una jerarquía de valores que niega en primer lugar
su individualidad. A esa persona en formación la van a enseñar, va a
aprender su nulidad ante el poder, su indefensión ante la autoridad, su
subordinación. Va a asimilar mecanismos de defensa innobles y amorales
para sobrevivir en un medio hostil a su individuación. Ese ser en
formación va a aprender a integrar una masa sin identidad propia. Ese
amalgamiento social, esa mezcla donde se priorizan los antivalores ha
traído como resultado este hombre que hoy vemos caminar por nuestras
calles, el hombre nuevo comunista, con una cultura de campamento y una
moral de barrio bajo.
http://www.cubanet.org/CNews/y05/oct05/31a6.htm
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