Monday, November 12, 2012

Tenía razón Sirley Ávila

Poder Popular

¿Tenía razón Sirley Ávila?

Una mujer que debió sortear presiones, amenazas y zancadillas en un
sistema de vocación totalitaria, y en uno de los lugares más recónditos
del país

Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 12/11/2012 11:39 am

La historia de Sirley Ávila es bien conocida. Sirley era una delegada
del Poder Popular de Majibacoa, el municipio menos poblado de Cuba. Sus
electores habían logrado en años anteriores que el Gobierno estableciera
una escuela primaria para los pocos estudiantes del poblado, los que,
de otra manera, tenían que viajar varios kilómetros diariamente para
acceder a un centro educacional.

En la presente coyuntura esa orden fue revocada y Sirley comenzó todo un
proceso de gestiones y reclamos, pero fue sometida a un régimen de
silencio donde nadie la recibía y ningún órgano de prensa se hacía eco
de su demanda. Solo pudo escapar a este confinamiento compareciendo ante
la prensa extranjera y lanzándose a buscar la reelección como delegada
municipal.

En lo primero, ocupó cintillos por muchos días. Pero en lo segundo fue
derrotada tras un tétrico ejercicio de gerrymandering que la colocó en
una desventaja absoluta. "Ahora —dijo– me siento como una ciudadana más
de este país, con derecho, por la Constitución, a ir a donde tenga que
ir reclamando los derechos del pueblo".

Sirley Ávila ha sido una mujer muy valiente. Solo ella, sus allegados y
verdugos conocen la cantidad de presiones, amenazas y zancadillas que
debió sortear en un sistema de vocación totalitaria y en uno de los
lugares más recónditos del país. Y por todo eso merece honor, más aún,
si como ha declarado, continúa su trabajo de base con la misma
dedicación y coraje. Y probablemente por todo ello es que Sirley ha
conseguido aplausos desde todas las esquinas razonables —extremistas y
fundamentalistas a un lado— del nuevo tablero político cubano.

Me uno a esos aplausos. Y luego quiero, con toda la modestia a que
obliga la estatura de esta mujer, derivar tres conclusiones.

La primera es que las fisuras del sistema totalitario siguen
produciendo lo que un día el Granma llamó "situaciones inusuales" ante
las cuales el sistema no tiene capacidad de reacción, o lo hace cada vez
con más deficiencias. La sustitución de los procesos judiciales contra
los opositores por extenuantes arrestos exprés; la tolerancia ante
fenómenos como la ocupación de espacios públicos por grupos religiosos y
"tribus" urbanas y la difusión de un clima en que la gente dice lo que
piensa sin los temores ancestrales, son todos indicadores de un cambio
en la relación entre estado y sociedad. Y Sirley —que en su condición de
delegada tenía un pie en la sociedad y otro en el Estado— supo
aprovechar las fisuras y tocar los nervios más sensibles del sistema.
Hace solamente seis años, Sirley hubiera sido degradada hasta los
sótanos de la estación de policía más cercana.

La segunda cuestión es la terrible fragilidad del sistema. Es como el
hielo: duro, frío, pero muy quebradizo. Y por eso percibió como un
peligro que una mujer que se proclamaba "revolucionaria", que no
enarboló consigna política alguna y que recurrió a la prensa
internacional cuando torpemente le cerraron todos los caminos, quisiera
ser delegada del Poder Popular. No de una circunscripción central de la
capital, sino de una pequeña, de un municipio alejado de todo, que en
total no debió tener más de 600 electores. Y reaccionó, ante lo que vio
como una amenaza, con una maquinación demencial: alteró las
circunscripciones y las listas electorales. En esto tampoco se equivocó
Sirley: obligó al sistema a desenvainar sus peores instintos y a
revolcarse sobre ellos.

Pero hay algo en que a Sirley solo le asiste parte de la razón. La idea
de que es posible mantener una escuela para cuatro niños es errónea. Las
estadísticas oficiales que indican que durante años se mantuvieron
escuelas funcionando para menos niños que los dedos de una mano hablan
de una situación insostenible. La pose gubernamental que sugiere 1.455
escuelas para solo 4.588 niños es un ejemplo del despilfarro y la
demagogia que ha convertido al hermoso sueño de la educación para todos
en un servicio caro y de baja calidad.

Cuando Sirley defendía el derecho de los niños a asistir a la escuela,
daba un paso adelante en el futuro de Cuba. Cuando defendía una escuela
para cuatro niños, se ubicaba en un pasado que no volverá. Lo que el
estado cubano está obligado a garantizar es el acceso universal. Si este
acceso se consigue con escuelas/internados en poblados mayores, o con un
sistema de transporte de tracción animal o motorizada, es otra discusión
en que la comunidad debe participar y asumir responsabilidades, como
sucede en muchos lugares de América Latina.

Casos como el que han vivido los habitantes de Limones en Majibacoa son
parte del drama del millón y tanto de cubanos que viven en poblados
menores de 200 habitantes o en asentamientos dispersos. Constituyen lo
que se denomina en demografía la "franja base" de la población nacional,
engrosada por obreros agrícolas y sus familiares. Un segmento
poblacional que siempre fue pobre, pero nunca más que ahora cuando la
inmensa mayoría está perdiendo "los logros revolucionarios" que les
permitieron una vida más holgada en los últimos cincuenta años: ya no
hay alimentos subsidiados suficientes, los servicios sociales se
constriñen y los empleos son cada vez menos. Y muy raras veces aquí se
encuentran familiares emigrados, ni oportunidades de pequeños negocios.
Y aunque es previsible que algunas de estas personas se estén
beneficiando con los repartos de tierra, esto, sin capitales ni
tecnologías, es por el momento un beneficio solo potencial.

Son parte, en resumen, del contingente de los perdedores de la
actualización, y junto con los pobladores marginales urbanos, los nuevos
pobres e indigentes de una revolución hipotecada que los dirigentes
cubanos quieren prolongar en un discurso que ya se ha convertido en puro
vaho ideológico.

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/tenia-razon-sirley-avila-281481

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