Tuesday, November 13, 2012

La nueva izquierda cubana: ¿callejón sin salida?

Izquierda, Cambios

La nueva izquierda cubana: ¿callejón sin salida?

Lo que haya que hacer, por tanto, hay que hacerlo ahora y para ahora,
porque mañana será demasiado tarde

Ariel Hidalgo, Miami | 13/11/2012 10:07 am

Leyendo los textos de muchos de los integrantes de lo que ha venido a
conocerse como "nueva izquierda cubana", sacaría uno la conclusión de
que no hay posibilidad alguna para que nuestro país alcance algún día el
atesorado sueño de varias generaciones de una sociedad donde reine la
justicia social, la reivindicación de los trabajadores y la soberanía
del pueblo cubano. Tal parece que estuviesen preparándose para una lucha
futura, no para hoy, sino para un mañana que aún requeriría un gradual
proceso de transición, para cuando se reinstaure el viejo orden burgués
con el predominio de las grandes trasnacionales en un mundo globalizado.
De ahí que alguno, como Karel Negrete, de Observatorio Crítico, no
manifieste apuro alguno cuando, en la segunda parte de su respuesta al
"Llamamiento Urgente para una Cuba mejor y posible", firmado por más de
trescientos cubanos, manifieste que "cuando llegue el momento de entrar
en el juego de la democracia liberal (que va a llegar), más que teorizar
sobre la democracia, habrá que realizar propuestas concretas en este
tema", un artículo que cierra con esta advertencia: "la nueva izquierda
cubana no debe desesperarse en crear alianzas que después pueda
lamentar". Y en consecuencia, la estrategia de él y de muchos de sus
compañeros es ir creando, pacientemente, las bases de relaciones
socialistas con proyectos autogestionarios en medio de un marco donde
reina el monopolio estatal y se avizora la llegada masiva de las
trasnacionales.

Lamentablemente nada de eso será posible, pues hay sobradas razones para
afirmar que cuando se instaure lo que Negrete llama "el juego de la
democracia liberal", no habrá otro destino para él y otros como él, que
morir de viejos mascullando una retórica para entonces considerada
"obsoleta", o, a tono con esos nuevos tiempos, old fashion. Bastaría con
exponer algunas de ellas:

- Gran parte de la población, por su traumática experiencia bajo un
régimen que nada tenía de socialismo pero que se presentaba como tal,
será alérgica a todo lo que se parezca o tenga que ver con esa ideología
y será receptiva al discurso que embotará sus mentes durante campañas
electorales financiadas por grandes intereses. Basta solo con mirar cuál
ha sido el destino de Rusia y de todos los demás países de la antigua
Unión Soviética y del campo socialista tras la restauración del orden
capitalista.

- Todos los caminos quedarán cerrados para aquellos elementos que
pretendan cambios sociales, dirigidos no ya a la realización de un
proyecto libertario o socialista democrático, sino incluso reformas que
sin alterar el sistema, procuren mejorar la suerte de los menos
favorecidos, porque ya los tiempos de las reformas social-democráticas
se acabaron con el derrumbe de la Unión Soviética y del campo
socialista: los grandes poderes no necesitan conceder migajas a los
desposeídos para desviar su atención de modelos alternativos al orden
burgués, porque ya, en un mundo unipolar, ese modelo no ofrece peligro,
no solo porque fue desmantelado sino incluso desacreditado como inviable.

- Crear proyectos autogestionarios y cooperativos para generar las bases
sociales de una futura lucha posterior al actual sistema de Estado
monopolista centralizado es muy loable, pero tales proyectos tendrán muy
pocas posibilidades, no ya de desarrollarse, sino incluso de sobrevivir
en los marcos de un orden que respondería por entero a los intereses del
gran capital.

- Tras la descentralización privatizadora de esa transición, se
levantarán nuevas barreras de clase muy difíciles de derribar porque
estarán apuntaladas por los grandes poderes internacionales y se perderá
la oportunidad de la justificación presente para emprender un nuevo
proceso revolucionario contra la actual monopolización estatal de todos
los medios de producción, consistente, no ya en la intervención de
bienes de capitalistas y terratenientes —ya esto no hay que hacerlo, se
hizo en los 60—, sino la intervención de un solo propietario: el Estado.
Es decir, el camino ya andado que permite hoy al Partido-Estado hablar
de socialismo aun cuando en realidad lo que existe es un socialismo
formal y no real, permite también a las fuerzas realmente democráticas
ahorrarse ese camino de traumáticas luchas de clases porque sólo
tendrían que enfrentarse a la burocracia y transmutar lo formal en real,
transformar propiedades estatales en sociales poniéndolas bajo el
control directo de los trabajadores. Pero si se produce la privatización
neoliberal, quedaría desandado ese camino y nos veríamos de regreso al
punto de partida. ¿Para hacer luego qué? ¿Para reiniciar nuevamente una
lucha de clases que ya se hizo anteriormente con pésimos resultados?
¿Quiénes del pueblo apoyarán algo así?

En otras palabras, si se produce la restauración del viejo orden, no
quedará posibilidad alguna de revertirlo nuevamente para crear una
sociedad realmente participativa. Si los únicos capaces de hacer
realidad los sueños de legítima libertad y de reivindicaciones sociales
por su influencia en un ámbito político-cultural que hasta el presente
ha sido sostén del régimen, piensan esperar esa restauración, no queda
una pizca de esperanza de realizarlos y hay que enfrentar la dura
realidad de que solo hemos construido castillos en el aire, castillos
que jamás tendrán cimiento en el suelo de la patria.

Lo que haya que hacer, por tanto, hay que hacerlo ahora y para ahora,
porque mañana será demasiado tarde. La supuesta futura lucha de clases,
que en tal caso sería contra el orden burgués, deberá adelantarse y
librarse contra la burocracia gerentocrática del presente, algo que ya
está sucediendo en el terreno de las ideas pero que hay que llevar con
urgencia al plano político. Sin embargo, este desafío solo sería posible
si toda esa nueva izquierda se une y requeriría además la integración de
todas las fuerzas realmente democráticas, incluyendo aquellas tanto de
la Diáspora como de la disidencia interna, coincidentes en el objetivo
de crear una sociedad participativa, en su estrategia no violenta y en
su defensa de la soberanía nacional frente a políticas injerencistas de
otros Estados. Estos postulados, así como el número de grupos
prestigiosos que los comparten, harían suficientemente respetable esta
alianza como para contar con poder de convocatoria entre los sectores
más conscientes de la sociedad y movilizarlos para promover un cambio
efectivo de las relaciones de producción, esto es, una segunda
revolución, o si se quiere, una segunda etapa de la que se iniciara en
1959, pero no ya centralizadora hacia el fortalecimiento del Estado,
sino descentralizadora hacia el fortalecimiento de las bases sociales y
en particular de los trabajadores.

Esta segunda etapa significaría la realización del proceso de
socialización que quedará suspendido tras la estatización de los medios
de producción y que desde el punto de vista administrativo no sería tan
dramática como la primera, ni como los procesos privatizadores del
antiguo campo socialista que implicaron la irrupción de nuevos agentes
económicos ajenos al proceso productivo —en la cubana de los 60, la
intervención del Estado; y en la de Europa del Este en los 90, con la
irrupción de grandes compañías privadas—, pues solo requeriría invertir
los procesos de nombramientos de cargos administrativos, ya no desde
arriba por el Estado, sino desde abajo por las bases laborales. Tampoco
sería imprescindible aplicar la violencia en el terreno político para
intervenir esos bienes al Estado si se logra una efectiva y generalizada
movilización de la sociedad civil. Esta última solo podría convertirse
en un motor gigante y poderoso si se logra armar un pequeño motor que lo
ponga a funcionar: la alianza de todas las fuerzas realmente democráticas.

El tiempo se está acabando. Llegará un momento en el devenir cubano que
podrá calificarse de hora cero. La desesperación hará que las multitudes
se lancen a las calles, la burocracia corrupta que hundió al país en una
profunda crisis pactará con las trasnacionales y algunos, incluso, con
los carteles de la droga[1]. Habrá matanzas en la vía pública, éxodos
masivos incontrolados y hasta probablemente una intervención militar
norteamericana. Y ya nada ni nadie podrá evitarlo. Nada podrá hacerse ya
cuando llegue esa hora. Ese momento no está ya muy lejos.

Es hora de echar a un lado celos, recelos y resquemores, en tiempos en
que la patria se hunde en el abismo, y esto no es una simple y manida
metáfora.

[1] Joaquín Villalobos, en su estudio sobre el narcotráfico, "De los
Zeta al Cartel de La Habana", Revista Foreign Affairs Latinoamerica en
el numero abril-junio del 2012, concluye: "Cuando México esté terminando
de expulsar el problema del crimen organizado, Cuba se estará preparando
para recibirlo".

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-nueva-izquierda-cubana-callejon-sin-salida-281505

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