Saturday, November 17, 2012

Entre la represión y la depresión

Opinión

Entre la represión y la depresión
Camilo Ernesto Olivera
La Habana 16-11-2012 - 3:06 pm.

Víctima de la última ola represiva, el autor se pregunta: ¿cuál será la
generación que vivirá el cambio? ¿Cuánto tiempo más habrá que resistir?

Ser disidente político en Cuba puede ser un modo de preexistencia.
Recuérdese que existir es tener esos derechos de los cuales la mayoría
de nuestros hermanos no tienen conocimiento. El simple acto de
recordarles que son seres racionales, potenciales creadores del cambio
que les despoje de los harapos de la servidumbre, te convierte en disidente.

La angustia y la sensación de ahogo son los primeros síntomas. El
delirio persecutorio se añade como elemento acechante de la locura. La
soledad y la desconfianza se incorporan y establecen los muros del
terror. La dinámica del día a día es una lección de paciencia y
capacidad de resistencia. Se trata de lidiar con la angustia que supone
no saber lo que será de uno el día de mañana. Es comprender y asumir la
realidad de un país donde el ejercicio del derecho a la libre expresión
política es coartado, y la amenaza de represión y cárcel penden sobre la
cabeza como una espada. Se necesita de mucha fuerza y valor interior
para rebasar esa etapa inicial, los primeros pasos en el territorio
recién liberado de la psiquis.

Desde pequeños nos dijeron que el Comandante era el "superman" de verde
olivo. Nos enseñaron la historia tergiversada como una sucesión de
hechos que lo justifican y lo absuelven. Nos apuntaron una y otra vez
que nuestro futuro sería luminoso. Irónicamente, la adolescencia y la
juventud de mi generación transcurrió entre apagones eternos y
desapariciones en el mar. Los delirios del "líder" se hacían escuchar
durante los breves lapsus de electricidad y la oscuridad,
paradójicamente, nos curó de su dictadura de conciencia.

Durante los más de cincuenta años de dominio monárquico castrista, cada
generación de opositores ha vivido su despertar y su Gólgota: la de los
sesenta participó y sufrió de los avatares de la violencia. Resistió el
escarnio, la incomprensión de la familia como parte de un entorno social
hipnotizado y enfermo de una mística engañosa y excluyente. Enfrentó la
soledad fundacional del exilio o afrontó la de los muros de la cárcel o
el paredón de fusilamiento.

La de los setenta maduró en el estancamiento y la clausura psicosocial
de un pueblo rehén de un poder subvencionado. Vivió la tristeza de los
templos vacíos y el oro de la fe cambiado por espejitos "Made in URSS".
Se lanzó contra las cercas de una embajada para huir. Cruzó el mar, se
sumó a la diáspora y sus miembros fueron llamados "marielitos". La
división interna sumo odios, mítines de repudio, dolores y ofensas cuyo
perdón parecía entonces muy lejano. El terror y la represión tenían
índole común pero se refugiaban bajo la máscara de la coyuntura. Sin
embargo estaban las voces del disenso: Arcos-Bergnes, Bofill, Cruz
Varela, Paya…

Mientras la metrópoli soviética se hundía bajo el peso de su propio
lastre, el castrismo se entregó al disfrute faraónico de unos Juegos
Panamericanos. Apenas un año y medio después, el medioevo se adueñaba en
sesiones alternadas, diurnas o nocturnas, de una Isla en crisis y
apagón. Algunos cambiaban libras de plátanos por libros, ropa, zapatos,
o buscaron pasaportes con sus cuerpos. Otros decidieron que había
concluido el tiempo del silencio y el miedo: 75 seres humanos fueron
confinados porque se salieron de la línea amarilla que marca el camino
entre la vida cotidiana y gris y los barracones.

¿Cuál será la generación que vivirá el cambio? ¿Cuánto tiempo más habrá
que resistir bajo la represión, en riesgo de depresión?

Sí, es cierto que cuando cualquiera de nosotros levanta el auricular del
teléfono escucha el inconfundible eco del "chequeo en línea". También
son duros los "mítines de repudio", las paredes de las fachadas pintadas
con carteles ofensivos y el asedio constante. Las golpizas y las
amenazas de muerte como un paisaje mucho más despiadado a medida que te
alejas de la capital. La cruda realidad de los opositores en Banes o el
sacrificio de las huelgas de hambre como única arma en un país sin derechos.

A veces uno siente que no vale la pena el sacrificio cuando mira a su
alrededor y solo ves desidia, ignorancia, miedo. Duele en el corazón no
saber si podremos presenciar, en vida, el masivo y definitorio despertar
de la conciencia cívica en esta Isla. Asoma la trampa de la depresión.

Somos gladiadores sin más arma que nuestra conciencia libre. Las calles
e incluso las salas de nuestras casas pueden convertirse en la arena. Es
el espacio donde tenemos que encontrarnos frente a frente con ese
represor que no es más que un esclavo idiotizado o envilecido por el
sistema.

En esos instantes resulta vital el aliento de los hermanos de causa,
porque cada día estamos menos solos.

http://www.diariodecuba.com/derechos-humanos/14008-entre-la-represion-y-la-depresion

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