Monday, April 16, 2012

La reforma migratoria y el buen corazón de Ricardo Alarcón

Reforma migratoria

La reforma migratoria y el buen corazón de Ricardo Alarcón

Lo que el Gobierno cubano está buscando puede conseguirlo haciendo
pequeños cambios en un sistema migratorio abusivo, discriminatorio y
antinacional

Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 16/04/2012 11:14 am

Cada vez que escucho a Ricardo Alarcón hablar de los cambios en Cuba
recuerdo un poema de Guillén que le leía a mi hija en un libro
bellamente ilustrado por Rapi Diego. De tanto leerlo aún recuerdo versos
completos. Trataba de las aventuras de dos hermanos, Sapito y Sapón, que
eran, decía Guillén, "dos muchachitos de buen corazón". Pues al final de
todo, Alarcón es también, a su manera, un muchachito de buen corazón.

Su vida política debe haber sido dura, compartiendo la mesa con tantos
generales y burócratas que no tienen la menor idea de quien es Hans
Kelsen, su ídolo intelectual, a quien cita obstinadamente, cuando viene
al caso y cuando no. Alarcón sabe quien es porque no tuvo que ir a la
Escuela Ñico López para conseguir un título. Quizás por eso, por
demasiado intelectual, nunca ha podido ascender más allá de un plano
figurativo. Y cuando intentó posar como un político moderno en su debate
con Mas Canosa, no solo fue destrozado por este, sino también castigado
en el patio, donde tuvo que asumir la ingrata tarea de dar dos
conferencias diarias contra la Ley Helms Burton. Diciendo siempre lo
mismo y a un público invariablemente nada interesado. Y finalmente
quedarse ahí, en la incolora Asamblea Nacional, donde puede coger cámara
dos veces al año y contemplar añorante su Cancillería perdida.

Y ahora, este chico de buen corazón aparece hablando de "una reforma
migratoria radical y profunda". Lo que dice después no es nada nuevo: la
emigración cubana ha sido utilizada como un arma de desestabilización
contra el Gobierno cubano, pero esa emigración ha cambiado y ahora es
económica y aspira a una relación "pacífica" con el país. Luego, que
habrá cambios pero sin poner en peligro el capital humano que "cuesta
muy caro al estado cubano". Y algunas otras afirmaciones que solo
agregan distorsiones a un asunto muy complejo cuyo abordaje positivo
debe comenzar por un análisis menos tendencioso que el que hace Ricardo
Alarcón. Que es lo mismo que ha dicho antes el General/Presidente Raúl
Castro. Y exactamente igual a lo que repiten los voceros intelectuales
del Gobierno cuando se dan sus duchas de liberalismo en las
universidades de Estados Unidos y Europa.

No me detengo a analizar ahora los componentes de este discurso basado
en supuestos falsos. Solo quiero hacer una apuesta. No habrá cambios
radicales que impliquen una devolución a la sociedad de sus derechos al
libre tránsito, a los cubanos de su prerrogativa para decidir libremente
dónde van a vivir y cuándo quieren regresar. Porque con menos que esto
no tenemos un cambio radical de nada.

No creo que el Gobierno cubano vaya a actuar en esta dirección —repito,
la única aceptable— porque lo que el Gobierno cubano busca es una mejor
imagen internacional, y una relación más sostenida con la faceta
económica de la emigración y buscando en ella nuevos apoyos. El Gobierno
cubano no ve en su emigración a ciudadanos, sino a remesadores y
pagadores de servicios consulares. En su top ve inversionistas con mucho
dinero, perfectos socios para su propia conversión burguesa. Y
eventualmente trata de mejorar posiciones para alentar un lobby
anti-embargo en la mismísima Miami.

Pero no está buscando la creación de una situación de derechos y
libertades que permita a cada cubano decidir libremente su vida.

Lo que está buscando puede conseguirlo haciendo pequeños cambios en un
sistema migratorio abusivo, discriminatorio y antinacional. Puede, por
ejemplo, bajar los precios de los servicios, alargar los tiempos de
estadía de los que salen y los que entran, eliminar algunos requisitos
como las cartas de invitación, entre otras acciones que serían positivas
pero no suficientes. Porque lo único suficiente, lo único que podemos
aceptar con beneplácito es la plena restitución de los derechos de los
cubanos a entrar y salir del territorio nacional.

Y creo que hay cinco puntos que son imprescindibles:

1. Debe eliminar todas las restricciones al libre movimiento de los
ciudadanos cubanos residentes, derogar el decreto ley 217 y eliminar las
extensas zonas congeladas que dificultan el acceso de los ciudadanos al
territorio urbano.

2. Debe reconocer y garantizar el derecho de los cubanos residentes en
la Isla a viajar al extranjero sin más pago al Gobierno cubano que el
impuesto sobre la confección de pasaporte.

3. Debe establecer normas claras y regulares acerca de los años de
servicios que un graduado universitario debe ofrecer a la sociedad para
poder radicarse en el extranjero, o la cantidad de dinero que debe pagar
para devolver a la sociedad los gastos incurridos en su educación. En
todos los casos esta limitación no se apoyará en una prohibición para
viajar al extranjero —lo cual sería ilegal— sino en la condicionalidad
para la expedición del título.

4. Debe restituir a todos los cubanos emigrados los plenos derechos
ciudadanos que implican de manera preferente el derecho a visitar el
país de nacimiento, residir y trabajar en él, participar en las
actividades públicas y consumir mercancías y servicios, en el marco de
la legalidad existente. Esto implicaría inevitablemente la no objeción a
otra ciudadanía, que, no obstante, no tendrá validez dentro del
territorio nacional.

5. Debe reconocer el derecho de las personas nacidas en Cuba a renunciar
a la ciudadanía cubana, y por consiguiente que las personas nacidas en
Cuba que no deseen portar esa ciudadanía podrán usar otra para entrar al
territorio nacional.

Por supuesto que quiero equivocarme, pero estoy seguro de que el
Gobierno cubano no puede responder a una agenda de esta dimensión.
Sencillamente porque el actual sistema migratorio es una pieza clave de
control represivo sobre la sociedad. Todos los cubanos, de adentro y de
afuera, son compelidos a portarse bien si quieren salir y entrar según
los casos. Es decir, a no cuestionar el opresivo sistema político si
quieren volver a ver a los padres, o a los hijos; o salir por unos meses
a buscar algún dinero para sobrevivir otros tantos; o sencillamente a
saborear un mundo diferente. Incluso el Gobierno puede renunciar a los
altos ingresos que obtiene por los carísimos servicios consulares
migratorios, pero no puede renunciar a este condicionante de la
disciplina política de la población.

Si se produjera una reforma parcial, lo que nos quedaría es menos pero
de lo mismo. Es decir, la permanencia de un sistema de atribuciones
delegadas (y en consecuencia revocables) por una élite autoritaria y la
obstrucción de un verdadero sistema de derechos inalienables. Un buen
tema para los partidarios de ese cambio ordenado que enfatiza tanto en
el orden que no deja ver el cambio. Y para los voceros intelectuales y
sus duchazos liberales. Pero no para los demócratas cubanos, no importa
ahora el signo político.

Y por supuesto, reitero que quisiera equivocarme. Y escribir un artículo
dentro de unos meses diciéndole a ustedes, estimados lectores, que he
sido malicioso y suspicaz. Por no haber podido sacar a tiempo ese
muchachito de buen corazón que al final todos portamos, agazapado en
algún lugar imprevisible de nuestras existencias.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-reforma-migratoria-y-el-buen-corazon-de-ricardo-alarcon-275858

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